2 - Caleidoscopio: Rosas

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Ángel se compró una vespa roja. Después de su ruptura con Julia, su vida se había convertido en un precipicio constante. Todo le daba vértigo: levantarse por la mañana, pasear por las Ramblas, comprar el pan. Intentando evitar el eco de sus pasos del pasado, se movió con su vespa por calles inexploradas de Barcelona. Pero nada servía: el mundo seguía siendo muy enorme y él era muy pequeño y vulnerable. A ratos le faltaba el aire. A otros, le sobraba.

Al cabo de un mes, decidió ampliar sus horizontes. Se levantaba temprano, cogía la moto y se iba a pasar el día a algún pueblo de Cataluña. Recorrió las calles de paredes blancas de Cadaqués, los arcos medievales de Peratallada y de Pals, el Jardín Botánico Marimurtra de Blanes, las casas coloniales de Begur, las ruinas de Empúries en L'Escala y un largo etcétera que, poco a poco, acabó volviéndose monotonía. Todas las tardes volvía al atardecer y se paraba a oler las rosas de la librería abandonada. Era un olor que le había perseguido toda la vida. Era el perfume del jardín de su madre en su casa cerca del Tibidabo, el de la colonia de su primer amor de verano y el del ambientador del despacho que había compartido con su mejor amiga Sofía en los años de doctorado. Cuando Julia comenzó, años atrás, a acudir a aquella librería, él había detectado ese olor en sus cabellos. Quizás había sido lo que le había hecho orbitar en torno a ella.

El siguiente Sant Jordi lo pasó en es Codolar, la playa de Tossa de Mar, rodeado de historia. Observando el paisaje desde el Faro, se dio cuenta de que el malestar inicial de su ruptura se había convertido en libertad. Se dio cuenta de que, había caído tan bajo, que ya no tenía nada que perder. Por primera vez, no tenía nada que demostrar ni a nadie a quién decepcionar. Por primera vez, le daba todo igual: no estaba pendiente de la gente, no seguía las redes por no verla a ella. Por primera vez tranquilo en mucho tiempo, volvió especialmente tarde a Barcelona. Cuando paró frente a la librería, vio unas siluetas que se movían en su interior. En apenas unos segundos, un torbellino de cabellos rosas cruzó la destartalada puerta y se lanzó a su cuello.

—¡Ángel!

—¿Sofía? —su antigua compañera de despacho seguía usando un perfume de rosas.

—¡Álex! —dijo Sofía a una figura que salía de la librería. Era un chico joven—. Es él, él es la persona que estábamos buscando. Es el candidato ideal.

—¿Candidato? —preguntó Ángel.

—Este es Álex, es uno de los dueños de Girasoles, los hoteles, ¿sabes cuáles son? Ha comprado este local y quiere abrir una librería. Yo voy a ser una de las encargadas, pero estamos buscando otro socio para poder agilizar el trabajo y abrirla pronto. Yo ya había pensado en ti y te iba a escribir. De hecho, le he hablado de ti a Álex cuando hemos entrado, porque recuerdo que trabajaste aquí antes. Que hayas aparecido así es una señal del destino.

Álex la miró con cariño y Ángel se preguntó qué tipo de relación tenían. Después le miró a él y dijo:

—Tendré que hacerte una entrevista más oficial si estás interesado en el puesto. En realidad, no es una librería. Quiero abrir una Concept Store en torno al mundo de la cultura, con especial presencia de los libros. La tienda tendrá un look a medio camino entre un parque, un jardín interior y una cafetería, donde abundarán las rosas. ¿Qué te parece si vamos a Skyline 24 y nos conocemos un poco?

Ángel vaciló durante unos segundos. Skyline 24 era una terraza con unas vistas impresionantes, debía ser caro y Ángel vivía de sus ahorros. Pero la cara de ilusión de Sofía hizo que aceptara. Observaron Barcelona desde lo alto mientras bebían unas copas de vino y planeaban un futuro que Ángel se le antojó un sueño. Venderían libros, objetos de coleccionista relacionados con la literatura y merchandising de diseño. Pero también harían sesiones de lectura, rutas por Barcelona que recrearían los pasos de novelas y talleres de escritura. Venderían rosas y servirían cafés. Después de sus años como secretario y de su mes sin rumbo por Barcelona, Ángel se sintió renacer.

Se esforzó por superar la entrevista de Álex. Codo con codo con Sofía, diseñó el espacio de la librería. Álex se encargó de contratar la reforma. Ángel y Sofía pasaron los siguientes meses haciendo la lista de libros que venderían, agrupando por colecciones, diseñando eventos y talleres, y buscando piezas raras que vender. Hasta hicieron una cata de cafés, para elegir una gama que se serviría en unas elegantes tazas inspiradas por la arquitectura de Gaudí. En ese tiempo, Ángel recordó sus sentimientos por Sofía. Se habían enterrado cuando conoció a Julia y, al mudarse a La Rioja, perdieron el contacto. Pero Sofía seguía siendo increíble. Inteligente y capaz de hacer muchas cosas a la vez. Catalogaba en digital, mientras a ratos se convertía en la DJ de sus tardes y en otros soñaba con viajes que le permitirían conocer el mundo entero. Tenía una cultura musical interminable y a veces exasperaba a Ángel cuando quería estar concentrado:

—¿Por qué no haces un Shazam del silencio a ver que sale? —le dijo un día malhumorado. Ella solo se echó a reír.

Un día, cuando apenas quedaba un mes para el siguiente Sant Jordi, fecha en la que inaugurarían la Concept Store, Ángel le dio la mano mientras caminaban por el Parque Güell. Ya sabía que entre Álex y ella no había más que una bonita amistad. Sofía no le soltó, pero le sentó en uno de esos bancos que dan a la ciudad y le dijo:

—No, Ángel. No mientras no hayas cerrado tu herida con Julia. Te olvidaste de mi cuando la conociste, y no quiero que me uses para olvidarla a ella.

—Yo no... no tengo ninguna intención de usarte, Sofía.

—No, eso lo sé. Pero pasará. Tus sentimientos por ella están en ti. Necesitas decirle todo lo que no le dijiste nunca para poder pasar página. Invítala a la inauguración. Nos falta un catering de vinos. Habla con ella y que se encarguen en su bodega. Dile que venga de representante.

Ángel asintió.

—No sé qué le diré...

—Lo que necesites. Y que no se te olvide decirle que es una zorra —dijo Sofía guiñándole un ojo.

Esa misma tarde, Ángel escribió un email a Julia. En menos de diez minutos tuvo la respuesta:

Cuenta conmigo, Ángel. Estaré en la inauguración. Ahora no puedo ir a negociar la cata. Mandamos un comercial para que seleccionéis. Me alegro mucho de que te esté yendo bien con este proyecto.


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