3 - Vino Tinto: Fase 3

17 4 0
                                    

Le vi yo a él antes que él a mí. Por la tensión encubierta que mostraba su cuerpo, supe que él ya intuía lo que se nos venía encima. Guardé silencio unos instantes, antes de comenzar a hablar.

—Hola, Ángel.

En los segundos que él tardó en cerrar su libro y girarse para mirarme, yo me pregunté cómo reaccionaría. Él siempre era amable con todo el mundo, en cualquier circunstancia. Tiene ese don de gentes que hace que cualquiera le hable como si fuese su mejor amigo. Era amable hasta con quién yo no quería que lo fuera, con personas que me habían hecho daño. Me pregunté si sería amable conmigo, cuando esa vez era a él a quién habían hecho daño y ese daño lo había causado yo. No, no creí que pudiese ser amable. Pero tampoco había sido nunca su estilo gritarme. Supuse que guardaría un hermético silencio y encogería los hombros hacia dentro, como siempre que le herían. Pude imaginarme sus ojos de perro degollado y ya me sentí la mala de la película. Y sí, lo era. Pero no era la única culpable de esa historia.

Decidí ir al grano y no andarme con rodeos.

—Ángel, te he engañado con otro. Y creo que es lo mejor que podía haber hecho por nosotros —la sorpresa cruzó su cara. Había sido muy directa, yo era así y él lo sabía—. Ese... hombre no significa nada para mí. Créeme, no he hecho esto por lujuria o despecho. Ha sido por tristeza y soledad. Yo... —me quedé sin palabras.

A lo largo de mi viaje en coche con Martina, había elaborado una larga lista de razones, con ejemplos de nuestra vida que me habían llevado a ser la esposa infiel. Pero él no me dejó excusarme:

—Gracias, Julia —dijo.

Yo le miré con sorpresa y él me miro con una profundidad en sus ojos que me recordó a cuando, al comienzo de nuestra relación, pasaba horas mirándome embelesado. Cuando se está tantos años al lado de una persona, no hacen falta las palabras en ese tipo de miradas. Es como leerse la mente. Yo en la suya leí el sufrimiento que yo a su vez le causaba a él. Entendí que no solo él no me había escuchado a mí durante mucho tiempo, sino que yo tampoco le había dado nada a él. Vi cómo a él le había dolido todo tanto como a mí. Comprendí que él, como yo, llevaba tiempo, a su manera, intentando salvar algo que era insalvable. Nosotros, que un día nos creímos invencibles.

A lo largo de esos años nos habíamos dado muchos abrazos, pero ninguno había sido como el que nos dimos entonces. Era un abrazo de despedida. Sentí cada uno de los músculos de su cuerpo bajo mis brazos. Inhalé la calidez de su cuello y su colonia. Recordé cuando esa colonia desataba todas mis defensas y desordenaba todas mis hormonas.

Muchos minutos después, nuestros cuerpos se fueron despegando. Muy poco a poco. Primero las cabezas, luego el torso, después los brazos, luego una mano. Finalmente, solo teníamos unos dedos entrelazados con los del otro.

—Entiendo porque lo has hecho. Aunque no sé si yo hubiese elegido esa manera...

—Te sigo queriendo —le corté—, siempre lo haré. Esto no ha cambiado nada.

—Lo sé —me respondió—. Porque yo también te querré a ti siempre.

Pero, a veces, quererse no es suficiente.

Al cabo de otro rato infinito, asentí ligeramente con la cabeza. No sabía cuándo, pero mis ojos se habían llenado de lágrimas, y un tsunami corría por mis mejillas. Él asintió también. Coordinados, soltamos los dedos del otro al mismo tiempo.

Ángel se giró y se fue despacio. No sé a dónde fue, pero sabía que no volvería a casa. Le observé andar, con sus pasos rápidos, sus hombros caídos.

Yo sí volví a casa y me di un baño. Usé unas pompas de jabón que pusieron el agua del mismo color que la copa de vino que me preparé. Fue cuando esa misma copa de vino se derramó, manchando las toallas que tenía para secarme, cuando el peso de la soledad cayó sobre mí. Mi primer instinto fue llamar a Ángel para que me acercase unas nuevas. Pero en esas paredes de esa gran casa que habíamos luchado juntos por construir solo quedaba yo. Nadie vendría a mi rescate, como él siempre hacía. Me di cuenta entonces de que él había tenido parte de razón: sí que había sido algo dependiente de él. Sentí el vértigo y el abismo de la vida que se abría ante mí.

Llevaba tanto tiempo siendo dos, que no sabía cómo sería ser una.

	Llevaba tanto tiempo siendo dos, que no sabía cómo sería ser una

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Nota de la autora:

No siempre todas las historias acaban bien... ¿no? ¿Qué opináis de los finales tristes como este?

Cuando escribí esta historia fue intenso y sentí que el final no podía ser otro que no fuese este. Sin embargo y, como ya sabréis si habéis llegado a este capítulo del libro, la historia de Ángel y Julia continuaba en los capítulos de Caleidoscopio... pero también con un final triste. ¿Habéis vivido alguna vez una historia como esta?

Finalmente, quería deciros que ya solo quedan dos trirrelatos (seis capítulos +  los dos de portadas) para acabar este libro. ¡Muchas gracias a todos los que estáis leyéndolo al completo! Tengo alguna sorpresa en camino...

Saludos y feliz semana que viene por delante!

Crispy World.

TrirrelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora