Está lloviendo, Ella.
Hailee Steinfeld, observó sorprendida las palabras que acababa de escribir. Era como si hubieran aparecido en la página que tenía ante sí sin que ella lo hubiera pretendido. Lo que había pretendido escribir era: «La casa de Frank Lloyd Wright en Bear Run, Pensilvania, es uno de los ejemplos más tempranos y admirables del uso que un arquitecto puede dar a los materiales de la naturaleza y de sus alrededores para…».
La lluvia de aquel noviembre gris golpeaba insistentemente la ventana de su pequeña habitación en la residencia de estudiantes, y el viento hacía que las gotas se pulverizaran contra el cristal. Hailee pasó la página de su libreta y escribió:
Querida Ella:
Llueve tanto como el día que nos conocimos, el noviembre pasado. Las gotas son tan gordas que caen como en cintas, ¿te acuerdas?
Ella, ¿estás bien?
¿Eres feliz? ¿Encontraste lo que querías en California? ¿Aún cantas? Seguro que sí, pero no lo has mencionado en tus cartas. ¿A la gente se le pone la piel de gallina cuando cantas, como me pasaba a mí?
El otro día vi a una mujer que me recordó a tu abuela y pensé en ti, en tu habitación, en los gatos y en tu padre contando historias en el taxi aquel Día de Acción de Gracias. Justo entonces llegó tu última carta, donde dices que no me volverás a escribir hasta que tengas noticias mías.
Es verdad que no te he escrito desde la segunda semana que estuviste en el campamento de música este verano. Lo que pasa es que no podía dejar de pensar, de darle vueltas a lo que pasó, y no era capaz de escribirte. Lo siento. Sé que no es justo. No es nada justo, sobre todo, porque tus cartas han sido maravillosas y sé que voy a echarlas de menos. Pero no te culpo por no volver a escribir, de verdad.
Ella, supongo que todavía no soy capaz de escribirte, porque ya sé que no voy a enviar esta carta.
Hailee cerró los ojos y se pasó la mano distraídamente por el pelo oscuro, largo y ya ondulado. Tenía unos hombros encorvados que la hacían parecer, incluso de pie, más baja
que su metro setenta de estatura.Inconscientemente, hizo un par de rotaciones para intentar aliviar el dolor ocasionado por estar demasiado tiempo sentada ante su mesa de dibujo y después en su escritorio.
La chica que vivía enfrente solía meterse con ella por perfeccionista, pero muchos estudiantes de primero de Arquitectura habían llegado al MIT (el Instituto Tecnológico de Massachusetts) recién salidos de hacer prácticas en verano en grandes empresas, mientras que Hailee se había pasado las primeras semanas tratando de seguir el ritmo con la lengua fuera. Aun así, seguía habiendo un plano sin terminar en su mesa de dibujo y un trabajo sin terminar sobre Frank Lloyd Wright en su escritorio.
Hailee soltó el bolígrafo, pero tras unos momentos lo volvió a coger.
Creo que, antes de poder enviarte una carta, tengo que aclarar lo que pasó. Tengo que pensar en ello otra vez. En todo: en las partes malas y también las buenas. En nosotras y la casa, la profesora Thompson y la profesora Clark, Sophia y Thomas, la profesora Baker, la directora Hill y los administradores, mis padres y el pobre Austin totalmente desconcertado. Ella, algunas cosas me va a costar recordarlas.
«Pero quiero recordar», pensó Hailee mientras se acercaba a la ventana. «Ahora quiero recordar».
La lluvia ocultaba el río Charles y la mayor parte del campus; apenas podía ver el edificio de enfrente. Aun así, siguió mirándolo e imaginando que se trataba de… ¿Qué? ¿Su calle en Brooklyn Heights, en Nueva York, donde había vivido toda su vida hasta ahora? ¿Su antigua escuela, la Academia Foster, que se encontraba a unas manzanas del piso de sus padres? ¿La calle de Ella en Manhattan; el instituto de Ella? O la misma Ella, aquel primer día de noviembre…
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Dear Ella- Huntelfd
Teen FictionLa magia del primer amor consiste en nuestra ignorancia de que pueda tener fin.