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Mis padres, Austin y yo fuimos al instituto de Ella a ver su recital, que se había pospuesto hasta después de Navidad a causa de la nieve. Ella ya me había contado muchas veces que el único profesor decente en todo el instituto era el de Música, y que el único departamento que intentaba hacer alguna actividad extracurricular era el de Música, ni siquiera el de Educación Física. En cuanto escuché a Ella cantar aquella noche, entendí que el departamento daba recitales por tener a alguien como ella.

Escuchar a Ella cantar en el recital fue muy diferente al primer día en el museo o a escucharla tararear por su piso, el mío o por la calle, cosas de las que ya había sido testigo un par de veces. Sabía que tenía una voz preciosa y también, por la vez del museo, que era capaz de transmitir mucho cuando cantaba, pero lo de aquella noche fue muy superior a todas esas certezas combinadas.

Los otros chicos del recital eran buenos, tal vez tan buenos como yo había esperado que lo fuera Ella; pero, antes de empezar a cantar, ella miró al público como diciendo: «Hay una canción muy bonita que quiero que escuchen», como si quisiera hacernos un regalo. Tuve la sensación de que los asistentes sospechaban que se avecinaba algo inusual: cuando Ella les miró, dejaron de hablar, tranquilos, felices y expectantes; y, cuando empezó a cantar, no se oyó una sola respiración. Miré de soslayo a mis padres y a Austin para ver si eran mis sentimientos por Ella lo que me hacía pensar que era buenísima, pero por sus caras y las de otra gente, no solo su familia, que parecía a punto de explotar de orgullo, supe que todo el mundo pensaba lo mismo que yo.

No sé muy bien cómo describir la voz de Ella o si alguien sería capaz, excepto tal vez un crítico musical. Su voz es de soprano baja y un poco ronca; no áspera, solo intensa. Según mi madre, afina en todo momento. También la controla a la perfección: Ella es capaz de conseguir que su voz inunde la sala cuando quiere, pero también sabe convertirla en un susurro suave pero audible.

No obstante, no era nada de eso lo que dejaba al público sin pestañear cada vez que Ella cantaba. De nuevo, era el sentimiento que le ponía, un sentimiento como el que me atrajo a mí hasta ella en el museo, solo que mucho más amplificado. La voz de Ella tenía tanta espontaneidad y revelaba tanto de ella misma que daba la impresión de que ella había escrito las canciones o que incluso se las inventaba en el momento, como había hecho en el museo.

Cuando cantaba algo triste, me daban ganas de llorar y, cuando cantaba algo alegre, me notaba sonreír. Mi padre dijo que a él le había pasado lo mismo, y mi madre mantuvo una larga conversación con Ella la tarde siguiente sobre dedicarse a cantar de forma profesional. Sin embargo, Ella dijo que todavía no estaba segura de eso; eso sí, sabía que quería estudiar Música y seguir cantando, aunque hiciera otras cosas. Austin, a pesar de que era tímido con las chicas, le dio un gran abrazo tras la actuación y le dijo:

—Qué voy a decirte, Ella, estuviste genial.

Yo tampoco sabía qué decirle. Sobre todo quería abrazarla, pero al mismo tiempo me tenía fascinada: se trataba de una nueva Ella, una Ella a la que apenas conocía. No sé qué hice ni qué le dije; creo que le apreté la mano y le dije algo tonto. Más tarde, ella me dijo que no le importaba lo que pensara nadie, excepto yo.

«•••»

Ese invierno pillé una gripe terrible, creo que a finales de enero. La noche anterior me encontraba bien, pero a la mañana siguiente me levanté con la garganta superirritada

La cabeza me retumbaba como si estuviera en medio de una estampida. Mi madre me obligó a volver a la cama y venía a verme cada dos horas para darme algo de beber. Creo que solo recuerdo la poco habitual visita del médico a domicilio porque casi me ahogué con las pastillas que mi madre me hizo tragar cuando se fue.

En algún momento de aquella primera tarde, oí voces al otro lado de mi puerta. Antes mi madre solo había dejado que Austin me saludara desde el umbral y era demasiado pronto para que mi padre hubiera vuelto a casa, así que sabía que no era ninguno de los dos. Y entonces vi a Ella a mi lado, mientras mi madre protestaba desde la puerta.

—No pasa nada, señora Steinfeld —decía Ella—Yo ya he pasado la gripe este año.

—Mentirosa —susurré cuando mi madre por fin se fue.

—Fue el año pasado, qué más da —dijo Ella, dándole la vuelta al paño de mi frente para ponerme el lado más frío— Tienes que encontrarte fatal. —Me puso la mano en la mejilla.

—No es que me encuentre mal, es que estoy como ida. Como si flotara muy lejos de aquí. —Busqué su mano—Y no quiero estar lejos de ti, pero lo estoy. —Tenía que estar muy enferma de verdad, porque apenas podía concentrarme, ni siquiera en Ella.

Ella me acarició la mano con suavidad.

—No hables —dijo—No dejaré que te largues flotando. Si te sujeto, no te irás. Te mantendré aquí, amor. Sssh. —Empezó a cantar en voz muy baja y dulce y, aunque yo seguía ida, era como si estuviera entre nubes y la voz y la mano de Ella fueran mi ancla con la Tierra.

Dear Ella- HuntelfdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora