Capítulo XXI

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Canción: Déjenme Llorar - Carla Morrison

   Al salir del departamento miré para todos lados. Quería ignorar el tema y de verdad quería pensar que era estrés, pero ver cosas donde no las hay, eso no era una reacción normal en mí. Tomé su mano al subir en el ascensor, tenía un ligero temblor.

   —Si quieres puedo manejar yo. —El Saltamontes miró sus manos por un instante.

   —Está bien. —Me dio las llaves rápidamente intentando ocultarlo.

   El sótano era el parqueo, por lo tanto era cerrado a excepción de las rejas en la parte del frente, era un edificio seguro...

   —¿Quieres poner música?

   —No tengo nada en mente. —Eso me indicaba que estaba asustado, saliendo del estacionamiento de reojo pude como alguien se escondía entre los árboles. Bueno, podía ser el estrés.

    —No tienes nada de que preocuparte, te van a adorar.

   —Es que... esto es nuevo para mí, no quiero arruinarlo.

   —Estaremos bien, lo prometo.

  
   El aeropuerto no quedaba muy lejos, para mí suerte, nos bajamos a esperar por el área de salida.

   —No me dijiste sus nombres.

   —Oh, Mi madre es Helena y mi padre Antonio.

   —Helena y Antonio. —Repitió memorizándolos.

   —Son ellos. ¿Ves la del suéter crema? Es mi madre. —Le dije a George señalando.

   —No se parecen. —Respondió dirigiendo su mirada a ella y luego a mí.

   —Eso dicen. —Levante la mano saludando. Mi sonrisa a pesar del pasado era verdadera, me gustaba ver a mi padre, quizás podría ser una linda visita.

   —Hola, él es George... Mi novio. —No pretendía apresurar lo nuestro, pero no tuve otra opción más que terminar la oración al ver la mirada que tenía mi madre.

    —Helena, ¿Cuántos años tienes? —Le preguntó a George.

   —Voy para veinticinco.

   —¿Vinieron en coche o taxi? —Interrumpe mi padre.

   —Coche. —Respondió George ayudando con las maletas al igual que yo. 

   —¿Estudia o trabaja? —Le preguntó Antonio mientras nos marchábamos del lugar. Mi padre intentaba ser simpático ya que mi madre no se veía muy contenta con la diferencia de edad entre nosotros.

   El camino fue fastidioso, mi padre intentando formar una conversación en la cual sólo George participaba, podía ver por el retrovisor como Helena iba molesta. El enojo apretaba tanto mi pecho que mantuve la ventana abajo para poder respirar. No quería ni siquiera voltear a ver al Corgi, me sentía humillada y la inseguridad estaba haciendo estragos en mí.

   —¿Cuánto se van a quedar? —Cuestioné mientras estacionaba en el hotel.

   —¿Por qué? ¿Le urge que nos vayamos? —Fue la linda respuesta de Helena.

   —Solo quiero saber. — Mentí con una sonrisa falsa en mi rostro, me urgía que se fuera.

   —Dos días. —Comentó mi padre. 

   —Tenemos reservación en un restaurante a las seis. —Informó George.

   —Entonces, subimos un momento, y nos vamos. —Ordenó mi madre antes de bajar. Estábamos justo a tiempo, entre el vuelo y los chequeos salieron más tarde de los planeado.

   —Lo siento. —Le susurré cuando ya estábamos solos.

   —No te tienes que disculpar. —Él tenía una mirada cálida, de esas que te hacen sentir querido.

   —Si quieres salir corriendo ahora o dentro de un rato, te entiendo. —Este era sólo el comienzo de mi madre.

   —Sólo me iré corriendo, si vienes conmigo.

   —Siempre sabes que decir en el momento indicado, ¿no? —Una sonrisa se había plantado en mi rostro, él solo se rio.

   Sin mucho más mi familia volvió.

   —¿Dónde es el restaurante?

   —Ve al campus y de ahí te dirijo.

   —¿Y qué estás estudiando? —Se dirigió Helena al Corgi.

  —Negocios.

  —Una carrera de verdad, tus padres deben estar orgullosos, en cambio Dahlia... bueno.

   —La carrera de Dahlia me parece muy interesante.

   —¿Cómo vas llevando el humor de Dahlia? —¿Si chocaba de forma voluntaria iría a la cárcel? No podía soportar un segundo más de conversación, pero claramente iba a seguir allí con la boca cerrada. 

   —Oh, probablemente no lo conozcas por ahora, ella es luz en la calle y oscuridad en la casa, tiene un carisma para los desconocidos, pero con uno es otra historia. —No respondí, el enojo había vuelto a mí al igual que un nudo en mi garganta, a pesar de que la conocía demasiado bien, guardaba la esperanza de que mí ausencia la ablandara. La molestia del Saltamontes era notoria, pude ver las muecas que le hacía mi papá, al menos con eso logró que se callará.

   —Aquí a la derecha y luego a la izquierda. —Me indicó al llegar a la universidad.

   El restaurante se veía hermoso, el olor que emanaba era delicioso.  George me abrió la puerta y también a mi madre, pero sin perder mucho tiempo me dio la mano.

   —Te ves hermosa. —Me susurró, era como si supiera que sentía.

   —Tú te ves muy guapo. —Le respondí bajito.

   Nos sentamos en la mesa, George estaba a mi lado y mis padres al frente.

   A pesar de mis miedos la cena salió bastante bien, no recibí ninguna ofensa, El Saltamontes no tuvo insinuaciones y no fui juzgada por la carne que comí. Los dejamos en el hotel y acordamos verlos mañana luego de clases.

   —Perdón si te incomódaron. —Dije manejando hacía la casa.

   —No quiero ser grosero, pero tu madre es una pesada por no decir más, solo recuerda que no la tienes que soportar más.

   —No la conoces, si le digo algo habrá un escándalo, hará que yo sea la mala y mi familia me dejará de hablar.

   —Solo no deberías de tolerar que hable tan mal de ti, pero lo harás en tu tiempo. —Besó mi mano.

    —No sabes cuanto aprecio lo que haces por mí. —Se había vuelto un apoyo incondicional, me sentí mal, porque él respeta mis tiempos a diferencia de mí.

   

Si Decides Marcharte (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora