Capítulo III - Entre la espada y la pared

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Lidia se quedó embarazada un dieciséis de mayo. No es que apuntasen el día de la concepción, pero sí guardan los test positivos, lo que suele hacer cualquier progenitor al enterarse de una noticia así. Por las semanas de embarazo que Lidia tenía en el momento de la prueba, calculan que tuvo que ser por esa fecha. Además, su hija nació el dos de febrero, más razones para dar por hecho que no tienen mal tino a la hora de reconocer que fue por ese día.

Lógicamente, ya han pasado cuatro años de ese evento. Horacio está por cumplir los cuarenta de aquí a unas semanas, pero a Lidia le dio un pálpito maternal y están tras el segundo. Corrección, estaban.

Lo dejaron en stand-by, porque Lidia tiene una afección conocida como el síndrome del ovario poliquístico. Es más común de lo que se piensa entre población con órganos reproductores femeninos, y consiste en una serie de inconveniencias no mortales, que acontecen por un exceso de hormonas masculinas: los andrógenos. Están en pequeñas dosis, porque así deben de permanecer, pero el problema está en que se disparen, como le ocurre a ella. Una de las consecuencias es posible infertilidad.

No siempre ocurre, Celia es la prueba viviente de ello, pero ahí está la posibilidad, bastante habitual. Por eso, Horacio y Lidia no se han frustrado al ver que el embarazo se les resistía. Lo dejaron estar hace una semana o dos y decidieron que lo intentarían otra vez dentro de unos meses. Si ven que no acaece después, la otra opción inmediata sería adoptar.

Horacio tiene que reconocer que ahora mismo lo prefiere, porque tiene la cabeza en mil sitios distintos. En su profesión, en su hija, en su pareja, en su madre, en... Volkov.

La asiduidad con la que Volkov invade sus pensamientos no ha decrecido. Pasaron cinco días desde que aclararon todo en persona, pero no hay señal ni rastro de él. No se ha puesto en contacto de ninguna manera y Horacio teme que su promesa de aclararse se demore tanto como la del Hen House. A diferencia de la otra vez, Horacio no ha hecho nada. Respeta su decisión y entiende que no tiene que ser fácil para él tampoco, porque puede imaginarse, por cómo es Volkov, que lo estuvo esperando todos estos años.

Esperando a que volviese y la relación siguiese el mismo cauce que tenía antes. Ese cambio tan drástico al enterarse de que Horacio era padre y tenía pareja tuvieron que resetearlo y descolocarlo enormemente, y Horacio lo entiende. Nunca ha infravalorado el dolor de Volkov, el que sentiría durante todos estos años separados, y que lo primero que le interrogase fue un "¿por qué no me respondiste las llamadas o mensajes?" le demuestra que se estaría martirizando durante estos años al pensar que no quería saber nada de él.

Ambos han padecido durante la separación, está claro.

Por eso deja que todo se enfríe. Como en sus propias carnes hace unas noches, concede a las sensaciones que estén serpenteando por el cuerpo de Volkov agotarse, para que pueda pensar con claridad sin estar atado a su subconsciente destructivo.

Pero Horacio es humano y, aunque su mayor deseo sea velar por el bienestar de Volkov, también quiere tenerlo cerca, porque si tiene que elegir entre tener un poco de Volkov o tener nada se tira con uñas y dientes a ese poco.

Ahora está cocinando, así que ocupa estas distracciones para oxigenarse la mente de tanto Volkov. Son las ocho de la noche y ya está preparando todo para cenar con Lidia y Celia, los tres juntos. Pocas veces pueden estar tranquilos si no es durante la cena, así que siempre aprovechan la oportunidad y se aventajan de ella para pasar tiempo familiar de calidad.

Lidia está recogiendo los juguetes que Celia ha dejado regados por toda la casa, así que, cuando suena el timbre, alza la voz con un "voy yo". Horacio no encuentra extrañas las horas, porque están esperando un paquete de una operadora, que avisó que llegaría hoy.

Somebody Else - [Volkacio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora