Epílogo - Una vida llena de luz

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El tiempo todo lo cura. Más aún cuando ese tiempo comprende los cuatro años.

Sí, han pasado cuatro años. Celia cumplió los ocho a principios de febrero y su hermana cumplirá la mitad a mediados de diciembre. Horacio cuarenta y cuatro y Volkov, de momento, tiene cincuenta y dos hasta la llegada del mes estival más cotejado para el turismo: agosto.

También, eso significa que Volkov y Horacio cumplen tres aniversarios de casados este verano. Como no podría ser de otra manera, se casaron el diecisiete de julio del año siguiente al nacimiento de Clara. Después, estuvieron dos semanas de luna de miel en Japón, porque Volkov es secreto fanático empedernido de la cultura nipona y Horacio era más ambivalente con el destino. Le daba igual, con vivir la experiencia con Volkov le era suficiente, así que orquestaron el viaje y disfrutaron sus vacaciones allí. Con cuidado, por la denotada homofobia de los japoneses, pero tranquilos por las calles, porque es un país que goza de un ratio de violencia casi inexistente a pesar del poderoso rechazo a la gente del colectivo. 

Fue un viaje arquetípico. Fueron a las zonas de más renombre y pasaron unos días en cada prefectura que visitaron. Pasear por ciudades con encanto, dar de comer a ciervos, probar comida autóctona... Todo fue un mix de actividades.

Retomando el presente, ya van tres años de ese viaje. Su vida no ha sido menos idílica desde ese entonces, pero ahora están anclados a la rutina y a las faenas laborales y paternales. Es más, barajaron, hace poco, que Horacio volviese a retomar su puesto de director del FBI, porque ha sido su trabajo predilecto desde siempre, pero lo acabaron descartando, al menos de momento. En un futuro lo considerará, pero sus hijas son muy pequeñas a día de hoy y no quiere pringarse de horarios abusivos. Volkov le animó a reencauzarse al FBI bajo la premisa de que él ya no trabajaba tanto ni los índices de criminalidad eran tan preocupantes como para temer ser dañado de gravedad o dejar huérfanas de padre a sus hijas, pero Horacio aún está meditándolo. Acabará cediendo, porque le encantaba su mandato y velar por el bien de la ciudad y sus habitantes, pero es una decisión congelada hasta nuevo aviso.

Ahora, Volkov presencia un vivo fuego que tergiversa el aire de su entorno, dificultando el reconocimiento del perímetro y cortando salidas. El arcade se ha incendiado. Lleva ardiendo una larga hora debido a un cortocircuito en la toma central. Es lo común. Los pirómanos son inusuales en estas ciudades tan masificadas y, de haberlos, no suelen vulnerar la norma en edificios. Prefieren flora forestal, los robledales del norte. Menos ignífugos.

Obviamente, su marido está ahí dentro, salvando como le toca. El frente abierto que tenían con varios atacantes se cerró en cuanto Volkov y su escuadrón abatieron a un par de criminales que aprovecharon el revuelo. Hacerse con la caja, aunque sea en un entorno peliagudo, sigue siendo un objetivo suculento.

Volkov tamborilea los dedos contra el cuero del volante, pendiente de la vista a través de la ventanilla. Está esperando a que Horacio concluya su inspección, en búsqueda de heridos. No lo creen, casi no había asistentes cuando se dio el fallo eléctrico, pero mejor prevenir que curar.

Los ojos de Volkov, furtivos, dan miradas de soslayo a la guantera del copiloto. Sabe que está ahí, Horacio la tiene custodiada y le liara la de Cristo como se entere que ha robado uno, pero está estresado, y Volkov estresado –por la incertidumbre respecto a su marido, todo sea dicho– es una persona débil para esto.

Suavemente, alarga el brazo hacia la guantera, pero se lo replantea mejor y frena a medio camino. ¿Merece la pena? De verdad, ¿lo merece?

Vuelve a arrellanarse en el asiento, pasando la lengua por los inferiores de sus dientes superiores, y apiña toda la fuerza de voluntad que halle en su cuerpo.

No puede fumar. Ha prometido dejarlo. La cajetilla, que, Volkov sabe, está bajo los papeles de la ITV y la póliza del seguro, es intocable. Sagrada. Si fuma uno, caerá en el círculo vicioso otra vez, y es un sacrilegio inasumible. Si Horacio se entera, arde Troya.

Somebody Else - [Volkacio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora