Por primera vez en muchos años, Horacio se despierta antes de que la alarma suene.
Son las siete y veintiséis, y hoy es su cumpleaños. Entra en una nueva década de su vida, los cuarenta, y lo hace con la sensación de haber cambiado no de página, sino de capítulo. Un nuevo capítulo en la historia de su vida.
Celia está entre sus brazos, abrazada a él también. Aún duerme, le queda media hora de sueño que Horacio le respeta al estirarse y apagar la alarma antes de que ésta salte. Quiere que su hija descanse todo lo necesario antes de ir al colegio.
Pero pronto se da cuenta de que, a pesar del calor que le abriga en el florecimiento de su día, Volkov falta en la cama. No le extraña, siempre madruga, incluso cuando no es necesario.
Sale de la cama, arropando bien a Celia y poniéndole otra almohada en el lado que él ocupaba. Le da varios besos en la sien y baja a la primera planta, donde supone que estará Volkov.
La casa está abrigada con los rayos de un amanecer tibio, unos que, sin explicación factual pero sí sentimental, evocan a esas mañanas acogedoras de a quien se le preconiza un buen día. Está teñido de una ilusión inexplicable que se va apagando según se crece, pero que aún existe. El reparador calor en su estómago y pecho es signo infalible de ello.
Hoy es un muy buen día.
Un olor que alimenta aromatiza la casa. No le hace falta saber más para hallar el paradero de Volkov.
Los gruñidos de la escalera se esfuman al tocar la tarima de la primera planta. Los ventanales del salón filtran aire de las brisas matutinas e imágenes del colorido rosal sobre la verja de entrada. Los adoquines del camino artificial se superponen como si hubiesen sido desdentados por la erosión del suelo, pero están cubiertos de verdosas briznas de hierba sana. Hace tiempo que no apreciaba el jardín de esta casa con detenimiento. Sigue plagado de flores y vida.
Antes de cruzar el umbral de la puerta de la cocina, se recuesta contra el marco, sonriendo al ver a un Volkov absorto en cocinar, de espaldas a él.
—Buenas...— saluda con suavidad, como siempre.
Volkov se voltea con un cartón de leche entre manos, pero, tan pronto como lo hace, le dedica una suave sonrisa. El estómago de Horacio se transforma en calidez pura.
—Привет, Hache.— corresponde Volkov con esa misma ternura en su tono, como siempre.— ¿Cómo estás?
—Con ganas de que me des un beso... ¡Que hoy es mi cumpleaños!— canturrea alegremente, como si no fuese obvio. Volkov ensancha la sonrisa.— Ddddiosssss. ¡Mi cumpleaños!
Horacio baila en su lugar, con esa salsa que le caracteriza, y Volkov suelta una risa enternecida al verlo.
—Felicidades.— en sus labios, la felicitación es dulce, pero su rostro aposenta la quietud. Su gesto sigue siendo el mismo, no ha cambiado nada.— Has cumplido un año más en este mundo de mierda, pero te conservas perfectamente. Enhorabuena.
Empieza a aplaudir por lo bajo, dando la nota con estas cutreces (como Volkov suele hacer, porque tiene un humor muy suyo aunque sea un tío bastante flemático, conformista y campechano con todo lo no concerniente al vodka, trabajo o los coches), pero sólo haciendo el tonto para, con suerte, hacer reír a Horacio, que se desespera con sus salidas pero lo ama. Así lo quiere, como Volkov a él, incluso con su vocerío y sus quisquillosas ganas de siempre picarlo. Son personas muy particulares, pero muy bellas también. Al menos para el otro lo son.
Horacio se acerca a él y se le abraza, hundiendo la cara en el cuello de Volkov y restregándose con amor, para ocultar la sonrisa.
—¿Podrías-... no ser un rarito en mi cumpleaños? No sé, alegrarte por mí. Así como ideaza.— lo pica, no en serio, pero sí para ponerle de los nervios. Ya le parece perfecto sólo con pasar su día con él, pero aún no se lo quiere decir.
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Somebody Else - [Volkacio]
FanfictionTodos tenemos que creer que somos decentes. Buenas personas, seres de bien. Sin embargo, ¿cómo te dices a ti mismo que eres decente, después de todo lo que has hecho? • O donde Volkov y Horacio se vuelven...