Capítulo VIII - Verdades de una noche

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4 días para el cumpleaños de Horacio.

—¿Y... tú crees que van a ser felices, papi?— pregunta Celia, trasteando con el juguete que tiene entre manos, obnubilada con el mismo. Horacio está tumbado con ella, ambos en la cama matrimonial que comparten Lidia y él.

Es domingo, y es pronto. Lidia se ha ido con sus padres a tramitar unos negocios sin cerrar (son propietarios de una pastelería con buzón de pedidos online) y calculan que les ocupará la mañana entera. En realidad, es una tapadera para encargar la tarta del cumpleaños de Horacio y comprar los últimos detalles de la fiesta.

Celia y Horacio se han quedado juntos, el segundo acariciándole el pelo a la primera. Hoy libra por ser domingo (el único día semanal libre que tiene, realmente), y, como siempre, se vuelca en pasar tiempo de calidad con su hija.

—Yo creo que sí, mi amor, ¿tú?— le responde Horacio, mimándole el pelo con calma mientras piensa.

Es el primer domingo que se le empina desde que tiene hija. Con el nacimiento de Celia, la felicidad de Horacio se disparó por los aires y, con ello, su ansía para hacer de los domingos una constante, puesto que es su único día completo con ella. La quedada de ayer, sin embargo, le provocó una honda tristeza. Una que la llegada del domingo ni siquiera ha podido paliar.

Pero ni toda su vida es el desamor con Lidia ni el amor con Volkov, y es por eso por lo que está más aliviado ahora. Con su hija con él, puede tirar hacia delante venga lo que venga. Es su eje y nada ni nadie puede alterar eso, aunque, probablemente, se entristecerá al volver a ver a Volkov.

Celia frunce el ceño en concentración, sacando su lengua por una comisura para afinar más el rompecabezas, y Horacio siente que está ante la cosa más bella que han visto sus ojos.

—Yo creo...— gira una pieza, convirtiendo una fila entera del mismo color, y prosigue:—... yo creo que también. Se quieren mucho, como mamá y tú os queréis...

Pero duele. Estos comentarios, inocentes y ajenos a la realidad, duelen.

Los ojos de Horacio amenazan con vidriarse, por lo que aproxima a Celia hacia él y la abraza muy fuerte, besándole la cabeza. Cariñosa como siempre, Celia se deja y devuelve la intensidad del abrazo con un "te quiero mucho, papi" extra.

—Yo te quiero muchísimo, mi bebé. Que no se te olvide, ¿vale? Eres mi niña...— reitera Horacio, besando una y otra vez su cabeza, cerrando los ojos y temiendo, más que cualquier otra cosa, que Celia sufra el proceso de su recontacto amoroso con Volkov. Un divorcio de tu pareja duele, pero observar cómo tus padres se separan, sin tú siquiera esperártelo, destroza. Sobre todo a estas edades, donde no se puede llegar a entender los motivos como un adolescente, aunque más o menos racional, haría.

Es por esto por lo que está dudando de su decisión. De qué se espera en la actitud de un padre que afronta esta tesitura. Un divorcio no es el fin del mundo, hay miles por día, pero a Horacio se le parte el alma imaginar a Celia sufriendo.

(x)

Hoy Volkov empieza una dosis de medicación. Fue a consulta en la mañana por una serie de jaquecas y el cuadro clínico desveló que su condición de salud ha empeorado. Los dolores de cabeza son muy anteriores, pero recrudecieron tanto por los ataques de pánico durante las noches que la psiquiatra optó por atacar la raíz del problema y recetarle una combinación de pastillas: alprazolam y sumatriptán. Es decir: ansiolíticos y triptanes, para la ansiedad y migraña. También le recomendó tomarse en serio la terapia, pero Volkov, a pesar de que es partidario del tratamiento de las complicaciones o enfermedades de salud mental, no quiere afrontar el proceso de abrirse a una persona desconocida y vulnerarse. Le cuesta horrores, así que suple la atención médica con destensarse a través de actividades no laborales.

Somebody Else - [Volkacio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora