3. Las razones de su odio

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CAPÍTULO 3

Las razones de su odio

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Desperté en una habitación que no reconocía. Hacía bastante calor; era curioso, pues las noches primaverales en Villasanta no se caracterizaban por ser tan cálidas.

Gocé los escasos segundos de paz y de aturdimiento antes de que la realidad me abofeteara el rostro y, cuando sucedió, me levanté de golpe de la cama en la que estaba recostada. El pánico se apoderó de mí, así como un terror que me causó escalofríos.

Frente a la cama había personas que no conocía, entre ellas el chico de los ojos de fuego, los que ya no lucían en llamas. Se veían oscuros y normales, pero mantenían la intensidad que me cautivó al verlos por primera vez.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunté, aterrada. Traté de retroceder a pesar de que detrás de mí solo se encontraba el respaldo de la cama—. ¿Dónde estoy? ¿Qué hago a...?

—Tranquila, no te haremos daño —aseguró un chico de cabello rubio y de ojos azules. Vestía de negro. Pese a que su aspecto era amenazante, su sonrisa era amistosa—. Estás a salvo.

¿A salvo? ¿En medio de extraños? Sí, claro. No cometería el mismo error otra vez. Ya no volvería a confiar en nadie.

Giré la cabeza hacia un extremo del dormitorio y vi una puerta entreabierta. No había nadie que bloqueara mi camino hacia ella.

Consciente de que tenía la oportunidad de huir, me levanté de la cama con la intención de correr hacia la salida. Sin embargo, apenas mis pies tocaron el suelo, el mundo me dio vueltas y caí como un costal de harina.

—¡Oye, oye, tranquilízate! —pidió otro de los desconocidos que se hallaban en el cuarto.

Era un tipo de cabello rojo y rebelde. Tenía tatuajes por todas partes salvo en la cara, pero no eran tatuajes normales: estos emitían una luz entre rojiza y anaranjada como si estuvieran hechos de fuego.

Recordé lo sucedido con dicho elemento en la pesadilla y mi pánico alcanzó niveles estratosféricos. Rememoré los cuerpos quemados, el miedo en los rostros de mis víctimas y mi propio horror cuando estuvieron a punto de quemarme viva en el anillo de fuego que me empujó a perder los sentidos.

Que me encontrara en ese cuarto rodeado de extraños, entre ellos el chico de los ojos flamantes y el de los tatuajes del mismo elemento, quería decir que la pesadilla aún no concluía. Necesitaba despertar.

—Esto no es real —me dije a mí misma desde el suelo—. No es real, no es real, no es re...

—Bien, será mejor que regreses a la cama. —Quien habló esta vez fue una chica de voz dulce y melodiosa. La miré y noté que era la que se veía menos amenazante del grupo de desconocidos.

La chica tenía el cabello violeta y los ojos del mismo color. Nunca vi unos parecidos, ni siquiera los creía reales. Era una pesadilla, después de todo. Nada esta noche era real.

¿Cuándo diablos iba a despertar?

La chica del cabello y de los ojos violetas me ayudó a incorporarme y me llevó de regreso a la cama. No fue hasta entonces que me di cuenta de lo debilitada que estaba. No tenía fuerzas para nada, ni siquiera para hablar. También me percaté de que ya no vestía mi uniforme del internado, sino que traía puesto un camisón de dormir bastante ajustado y sugerente. Supuse que le pertenecía a la chica del cabello violeta, quien vestía de una manera provocativa.

—Eso, eso, con cuidado —dijo la extraña al tiempo que me acomodaba la almohada detrás de la cabeza—. Listo, ¿lo ves? Estás a salvo.

La verdad es que sentía que lo estaba. Quiero decir, después de lo vivido en el claro con Froy y sus amigos, me sentiría segura en cualquier lugar en el que la gente no quisiera quemarme viva.

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