25. ¿Quién eres?

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Caí inconsciente por causa de la mirada de Aziel y, al despertar, estaba recostada en una cama suave y espaciosa. Sobre ella había un dosel de telas blancas; los tonos claros y los adornos de oro eran la tónica en todo el cuarto que gritaba lujo y elegancia. Parecía la habitación de una princesa de cuentos.

Me incorporé y noté que traía puesto un camisón blanco. La puerta se abrió y un grupo de mujeres con vestidos dorados y pañoletas también doradas en la cabeza se acercaron y me solicitaron con la mayor cortesía posible que me levantara.

—Ya es hora de la cena, su majestad —dijo una al hacer una grácil reverencia. Me miraba con admiración y con respeto a la vez.

—¿Majes...?

No pude decir más antes de tener un montón de manos haciéndose cargo de mí. El tiempo voló mientras era bañada, secada, peinada, maquillada y vestida hasta hacerme lucir como una reina. Todos los cuartos del recinto en el que me encontraba eran tan lujosos y luminosos como aquel en el que desperté, incluso el baño lo era. Ya no cabía duda: me encontraba en un palacio.

Las que al parecer eran mis doncellas me pusieron un vestido vaporoso de color cobrizo. Examiné mi reflejo en un espejo cuyo marco era de oro: me veía despampanante. Mi pelo caía en ondas definidas, mis ojos fueron maquillados con sombra dorada y mis labios estaban pintados del mismo color que el vestido. No reconocía a la Cassia que se hallaba frente a mí.

Tampoco recordaba cómo llegué al palacio, pero, por algún motivo, no tenía miedo. Las doncellas y yo salimos a un pasillo en el que escaseaba la iluminación. Mis tacones causaban un fuerte repiqueteo contra el suelo de mármol. Por alguna razón, me movía muy bien en ellos, lo que no tenía sentido. Nunca fui buena para usar tacones.

Doblamos una esquina y llegamos a un comedor. La mesa era larga e igual de fina que el resto de los muebles del recinto. Los múltiples asientos ubicados en torno a la mesa estaban vacíos, solo había platos y cubiertos en dos puestos.

Sería una cena para dos.

La silla del fondo era diferente a las otras, era más grande y recatada, y era la única que tenía adornos de oro. Las doncellas me condujeron a un asiento ubicado junto a ese. El mío era acolchonado también. Al acomodarme, sentí que estaba sentada sobre una nube.

—Que disfrute la cena, su majestad —dijo una doncella y todas hicieron otra reverencia antes de retirarse.

Tenía mil preguntas, pero estaban pasando tantas cosas en tan poco tiempo que no alcancé a emitir ninguna.

Quedé sola en el enorme comedor. No pasó mucho tiempo antes de que las puertas volvieran a abrirse, pero no fue una doncella quien irrumpió en el cuarto: era el hombre más apuesto que había visto en mi vida.

Él vestía un traje opaco con ciertos detalles dorados. Sobre su cabeza de pelo negro y bien peinado había una corona también negra y reluciente como un diamante oscuro. El recién llegado ostentaba la juventud y la belleza de un príncipe, pero poseía la postura y el andar de un rey.

Sus rasgos me recordaron a los de Kirtan. Los ojos del extraño gozaban de la misma oscuridad que los de mi entrenador, y sus labios lucían igual de deliciosos, pero el desconocido tenía un atractivo que nunca vi en la Tierra ni en el Infierno. Era una belleza que deslumbraba, una difícil de creer.

El pelinegro no despegó sus ojos de mí conforme caminaba hacia el asiento elegante ubicado en el extremo de la mesa. Cuando se me acercó, sentí vibraciones en todo el cuerpo. Tan solo su cercanía bastaba para hervir mi sangre.

El recién llegado se arrodilló frente a mí.

—Al fin nos conocemos, Cassia —dijo con una sonrisa que invitaba a perderse en ella y tomó una de mis manos para besarla.

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