Enviado

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Después de unos dos horas ordenando facturas y ver varios paseitos de Bianca por el pasillo de la oficina terminé todo lo que me habían mandado hacer. Voy a ser sincero estaba demasiado cansado y eso que simplemente había estado sentado archivando papeles. Y bueno, puestos a ser sinceros no solamente me había fijado en la fecha de esas facturas para poder ordenarlas sino que también me había fijado en esas piernas finas y largas cubiertas por la entallada falda, ese moño francés que cada vez iba dejando algún que otro mechón suelto sobre su rostro, esa manera de caminar despreocupada pero a la vez sensual que hacía que no pudiera evitar levantar la mirada cada vez que escuchaba el taconeo de sus pasos. No suelo fijarme en chicas. Miento, no suelo fijarme en chicas desde que estoy con Nicky, bueno desde que estaba con Nicky. En resumen, no me había fijado en chicas desde que la conocí ya que todo el mundo sabe que antes de ella...en fin antes de ella yo era otro Adrián. A lo que iba, nunca antes me había fijado en una mujer más grande que yo, porque claramente Bianca lo era, quizás esa era la razón de mi interés.

Mi padre me dijo que yo ya podía marcharme a casa si quería, así que sin dudarlo me fui. Estaba ya en el ascensor y mientras las puertas se cerraban lentamente ante mi vi como alguien se apresuraba para poder impedir que se cerraran.
-¡Espera!-gritó cuando las puertas estaban a punto de cerrarse.
Miré hacía los botones del ascensor y justo a la vez que intentaba darle al botón para que se volviesen a abrir las puertas, ella ya le había dado al botón de fuera haciendo así que las puertas se volviesen a abrir. Nuestras miradas se cruzaron inhóspitamente.
-Te has dejado la tarjeta de la empresa-dijo Bianca a la vez que me la acercaba.
-¡Ay! Muchas gracias-respondí-¿Ahora también la tengo que pasar?-pregunté para que me aclarase mis dudas.
-Sí, la tienes que utilizar justo al entrar y al salir de la oficina. Es una manera de llevar el control de todos los trabajadores de la empresa. Ya sabes, tu padre y sus manías-sonrío levemente.
-Vale-dije ya con la tarjeta en mis manos-pues supongo que ya no se me va a volver a olvidar-y le devolví la sonrisa.
Ella se aparto del ascensor dejando que se volviesen a cerrar las puertas entre nosotros.
-Adiós Bianca-dije justo cuando quedaba menos de un palmo para que se cerrasen.
-Adiós señor Adrián-contestó con las puertas ya totalmente cerradas pero aun así la puse oír como se despedía de mi de esa manera tan formal con la que no paraba de dirigirse a la gente.

Una vez en casa, cerré el coche con el mando a distancia y me dispuse a ir hacia mi habitación pero no pude evitar escuchar una música, venia de la planta de arriba, probablemente de la habitación de Janette. Subí las escaleras mientras la música se intensificaba, esta tía se ponía el altavoz a tope, su puerta estaba abierta y no solo era la canción que tenía puesta lo que se escuchaba. Los gemidos se apoderaron de mis oídos y ahora los escuchaba casi tan fuertes como la música.
-¡Quieres cerrar la maldita puerta!-grité intentando que con suerte me escuchara y se diera cuenta de que yo también estaba en la casa.
Escuche como le decía algo a la otra persona con la que parecía que se lo estaba pasando de fábula y me contestó:
-¿Hola?-gritó para asegurarse de si había alguien.
-¡Que cierres la puta puerta!-volví a gritar.
Rápidamente Janette apagó el altavoz, con un burujo que hizo con las sabanas se tapó y rápidamente corrió a cerrar la puerta.
-¿Tú no estabas trabajando?-me preguntó medio tapándose con las sabanas blancas y con el pelo súper revuelto.
-Ya he acabado-respondí-espero que tú y tu amiguito hayáis acabado también-apunté-no estoy para escuchar guarrearías-dije con cara de asco.
-¡Janette que coño haces!-gritó el chico desde la cama.
-Adrián no sé si te enteras que no eres mi puto padre-dijo y a su vez cerró la puerta de un portazo.
-Será gilipollas la niña-farfullé.
Segundos después entré a mi habitación y ella ya le había vuelto a dar al play, parecía evidente que no me iba a hacer caso. La habitación retumbaba de una manera incontrolable y aún no me podía creer que tuviera tan poca vergüenza para seguir follando sabiendo que yo estaba al otro lado de la pared. Sin pensarlo dos veces volví a bajar escaleras abajo, directo hacía el jardín para poder evitar el bochornoso momento que acababa de vivir.
Tiempo después mientras yo tomaba el aire ahí fuera pude percibir que ya habían acabado. Janette bajó con los pelos despeinados y una camiseta tres tallas más grande de lo que las solía utilizar, detrás suyo el chico, él se había vestido completamente pero también tenia los pelos alborotados como ella. Janette acompañó al chico hasta la puerta, supongo que ya habían pasado un buen rato juntos. Se despidieron y él salió por la puerta, desde el jardín pude observar como el chico se alejaba de la puerta de la casa, era alto, moreno, parecía como si lo hubiera visto antes. Él se giró y le hizo un guiño junto a un gesto como para que le llamará por teléfono. En cuanto se giró para hacerle eso a Janette y le vi la cara entendí de que me sonaba ese tío. Era el imbécil de la fiesta, el mismo que estaba restregándose con ella aquel día.
Janette cerró la puerta y se dirigió a la cocina a por algo de agua para hidratar su boca. Mientras bebía su vaso de agua entré con un poco de chulería:
-¿Ya te la ha vuelto a restregar el tonto ese?
Dejó el vaso sobre la mesa y me miró con cara de asco.
-¿Algún problema?-dijo girándose hacia mi y dejando ver sus pezones que se transparentaban a través de la camiseta blanca que llevaba puesta.
-Nada, no sabía que te gustaban los gilipollas-contesté apartando la mirada de sus pechos y mirándole a la cara.
-No, la verdad es que los que son como tú me dan asco-dijo saliendo de la cocina mientras me daba un empujón con el hombro.
-Eso es porque tienes mal gusto-dije un poco más alto para que me escuchara ya que estaba subiendo otra vez a su habitación.
Su respuesta fue un portazo. Claramente no quería seguir hablando conmigo porque no tenia argumentos suficientes como para contradecirme que se acaba de acostar con un gilipollas. Supongo que así era ella, una niñata que se metía en la cama con el primer baboso de turno que acudía a abrirle las piernas.
Miré mi móvil una vez más como el resto de días llevaba haciendo, para asegurarme de si me había escrito, pero siempre obtenía la misma respuesta, desbloqueaba el móvil y no había ningún mensaje. Ni un ¿Cómo te va?, ¿Hablamos?, cuando puedas llámame, Te echo de menos...Nada. Esa incertidumbre me estaba matando. Quería saber como estaba, quería saber de ella aunque ella no quisiera saber de mi, necesitaba saber que estaba bien aunque yo no estuviera con ella. Cogí el móvil y entré en su chat, cliqué en su foto de perfil. Que guapa salía, miré cada detalle de la foto, sus ojos, sus labios, su pelo. Volví al chat y escribí en el teclado: Espero que estes bien Nicky. Mi dedo dudó si enviar el mensaje o no, ella no quería saber de mi, lo había demostrado durante estos días pero no me podía quedar de brazos cruzados, no me podía permitir eso a mi mismo, así que tras releer el mensaje unas veinte veces, le di, envié el mensaje viendo como de un tic se pasaba a dos. Enviado.
Mi padre llegó a casa junto con la madre de la maleducada, una pena que no hubiesen llegado justo cuando estaban su hija y el tontito en su habitación pasándoselo bomba, hubiera sido muy gracioso. Al menos yo me hubiera reído un rato. Saludaron nada más llegar y mientras mi padre se quitaba la chaqueta del traje que llevaba puesta, la estirada le ayudaba a quitársela como si de un niño de tres años se tratara. Una vez se lo quitó fue a la cocina, donde yo estaba y le sirvió una copa de vino.
-Ten cariño-le dijo acercándole la copa al recibidor.
-Gracias-dijo mi padre y le dió un beso en la boca.
Con la copa en la mano se sentó en el sofá y ella fue detrás y se acomodó a su lado. Subí las escaleras dejándoles su momento de intimidad, en realidad solo era para poder tener yo el mio. Me tumbé en la cama y sujetando el móvil entre mis manos, no paré de mirar el mensaje que le acababa de enviar a Nicole. Estaba deseando que me contestara, nunca antes había ansiado un mensaje como hasta ese día.

Siempre perdurarásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora