Asimilando

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El sonido del coche me hizo girarme de golpe y observar atentamente como la puerta del garaje se deslizaba hacía arriba. ¡Un Bugatti!, ¡Madre mía! Es impactante subirse en ese coche, imagínate si simplemente es para salir a comer.
Mi padre me miró desde dentro del coche esperando a que me subiera, me había quedado tan embobado admirandolo que estaba quieto, justo delante, paralizado, sin reaccionar a que él ya había salido de casa. Una vez dentro del coche no podía dejar de mirar cada uno de los detalles que tenía, estar en un coche así impactaba, y estar con mi padre después de tanto tiempo también. En tiempo récord, el mismísimo Leandro, ya estaba aparcando.
El restaurante era muy lujoso, no me impactó tanto después de seguir asimilando el dinero que manejaba mi padre. Nos condujeron hasta la mesa, esa que previamente ya estaba reservada, seguramente mi padre antes de salir había llamado para reservarla. Una vez sentados volví a mirarlo y seguidamente bajé mi mirada hacía la ropa que llevaba puesta, quizás habría sido buena idea cambiarme. Un camarero bastante estirado nos proporcionó las cartas para que eligiésemos que nos apetecía comer. Había mucha variedad de platos, y no sólo eso, sino que los platos tenían nombres extraños, menos mal que debajo de cada uno salían los ingredientes que llevaba cada elaboración.
-Eso sería todo, muchas gracias-dijo mi padre mientras devolvía las cartas al camarero después de haberle dicho lo que queríamos.
Al momento nos sirvieron las bebidas. Esperaba que durante esa comida me hablara del trabajo, de su empresa y del papel que iba a tener yo en ella, porque eso era por lo que había venido hasta aquí, para comenzar a trabajar de la mano de mi padre un determinado tiempo y luego volver.
-Hablemos de la empresa
-Sí, cuéntame que tenías pensado para mí- le contesté.
-A ver, una vez estemos ahí, ya te especificaré exactamente que es lo que tienes que manejar, pero no te preocupes, es algo fácil hijo, ya sabes quizás algunas cuentas, papeles, llamadas, depende del día-finalizó mientras a su vez cogía la copa de vino tinto y se la llevaba a la boca, para beber un pequeño sorbo.
-Vale, yo haré lo que me digas-respondí.
-Lo sé, por eso te llamé-contestó reposando la copa sobre el mantel blanco de la mesa-. Sabía que estarías capacitado para comenzar a trabajar junto a tu padre-continuó con una leve sonrisa.
Le respondí con una misma sonrisa. Me reconfortaba saber que mi padre contaba conmigo y más sabiendo que durante tanto tiempo no lo había hecho para absolutamente nada. A lo largo de la comida mi cabeza no paraba de dar tumbos de aquí para allá, es como si no hubiera asimilado del todo que estaba pasando, que había decidido al aceptar la propuesta de mi padre y que había dejado atrás. En mi cabeza seguía ella, como siempre, la imaginaba en todas partes, incluso allí conmigo, pero no estaba, y eso también lo sabía mi cabeza, quizás era yo el que aún tenía que terminar de asimilar que estaba pasando.
Mi padre pagó dejando algo de propina por el buen trato que habíamos recibido, se notaba que era uno de sus restaurantes favoritos, al igual que se notaba que los del restaurante sabían que a mi padre le encantaba y por eso se preocupaban por seguir agradándole para que no dejara de serlo.
Cuando llegamos a casa decidí ir a descansar a mi habitación, estaba un poco cansado y necesitaba estar un rato solo. Mi padre se sentó en el sofá del comedor y al rato la señorita Madeline ya estaba al lado suyo preguntándole que tal habíamos comido. Después del casi banquete que me había comido las escaleras se me hacían demasiado largas y pesadas. La planta de arriba parecía incluso más fría que la principal, no sabía si era porque tenían el aire acondicionado puesto durante todo el día o que al estar vacía a diferencia de la otra se notaba más el contraste. Cerré la puerta, para sentirme aún más aislado, y me tumbé en la cama. Mis parpados pesaban cada vez más como respuesta a mi cansancio, la cama era verdaderamente cómoda, y sin apenas esforzarme por impedirlo, me quedé dormido. Las siestas después de comer son inevitables.
- ¡Ya estoy aquí! -gritó mientras que detrás suyo se cerraba la puerta de un portazo.
Dejó las llaves en un cuenco de mimbre que había en la repisa del recibidor, seguidamente se dirigió hacía la cocina con antojo de comerse alguna cosa para saciar esa hambre repentina.
-Una bolsa de patatas-dijo en voz alta como si estuviera hablándole a alguien-. ¡Perfecto! -exclamó.
Cogió la enorme bolsa de patatas fritas al punto de sal, la puso encima de la encimera y abrió la nevera para escoger algo con lo que poder acompañarlas. Su mano alcanzó con decisión un refresco con gas. Cerró la nevera, abrió la lata y casi de un sorbo se la bebió hasta la mitad, una vez se lo tragó, reprodujo un desagradable sonido como satisfacción. Con una cosa en cada mano fue hasta el comedor y con ayuda de su hombro empujó la puerta.
- ¿Qué tal? - preguntó mientras los miraba y dejaba el refresco encima de la pequeña mesita de cristal.
-Bien cariño-respondió Madeline.
Lo que hasta ahora era silencio y un leve sonido de fondo de la televisión, se había substituido por el exagerado ruido que hacía al masticar aquellas patatas fritas.
-Estupendo-respondió con desgana-. Mejor me voy al jardín a tomarme esto-dijo a la vez que se levantaba del sofá-. Vosotros sois muy aburridos-afirmo sin ningún tapujo.
A través de la puerta que conectaba el comedor con el jardín salió. Rodeó la casa hasta situarse en una mesita de madera con dos sillas que había en la parte trasera. Encendió el altavoz que estaba en la mesa, y se puso a escuchar música mientras se terminaba aquel tentempié. Al parecer el altavoz no estaba sonando lo suficientemente alto como quería, así que sin pensárselo subió el volumen a tope, mientras tarareaba y movía la cabeza al son de la canción.
El ruido repentino hizo que me despertara de aquella maravillosa siesta que estaba teniendo. Me levanté de golpe, y abrí la puerta de mi habitación sin entender porque cojones estaban poniendo música ahora con lo tranquilos que parecían estar.
- ¡Papá! -grité-. ¡Qué necesidad tienes de poner la música tan alta! -. Dije bajando las escaleras de dos en dos.
Nada más verme se levantó del sofá, tenían la televisión encendida, pero al parecer el sonido que me había despertado no provenía de ahí.
-Lo siento, ahora lo arreglo-se dirigió hacia fuera pasando por una puerta que había al final de aquella sala.
Sin saber de que me estaba hablando le seguí, a diferencia de la señora, que había preferido quedarse medio tumbada en el sofá. Y fue entonces sin saber como vi que en esa casa no sólo había tres personas, sino que una cuarta estaba sentada disfrutando del estridente sonido que me estaba molestando.
-Siempre te digo que no pongas la música tan alta-le dijo mi padre alzando un poco la voz para que se enterara de lo que le estaba diciendo.
- ¿Qué quieres? -dijo bajando un poco el volumen del altavoz mientras le miraba con cara de asco.
-Que bajes la puta música-respondí cabreado para que le hiciera caso.
Mi padre se giró nada más escuchó lo que acababa de soltar por la boca y quiso intentar calmar la situación, pero se le adelantaron, y no pudo hablar él primero.
- ¡Anda, anda! -dijo al mismo tiempo que hacia un ruidito con sus dedos sobre la mesa-. Con que ya ha llegado este-dijo con algo de desprecio.
-Janette, se agradable con él-le interrumpió mi padre queriendo apaciguar aquel encuentro-. Además, siempre te decimos que no puedes poner la música tan alta-continuó.
- ¿Algo más? -pregunto con retintín.
-Sí, me llamo Adrián-dije acercándome a la que parecía la menos agradable de toda la casa-. Así que el este te lo guardas-concluí con un giño y devolviéndole esa cara de asco que había puesto ella segundos antes, después cogí el altavoz ruidoso y lo apagué.
Me fui de ahí para no discutir ni con ella ni con mi padre. Me había levantado con el pie izquierdo y que yo me levante de mal humor era difícil de arreglar. No entendía que coño se le pasaba por la cabeza a mi padre. ¿Qué creía que no me iba a enterar de que no vivía solo?, ¿Qué iba a aceptar a su nueva mujer y a una maleducada? Yo no había dejado Francia para eso.
Cerré de un portazo la puerta del jardín a causa del cabreo que me proporcionaba ver cómo me habían mentido. Volví a pasar por el comedor, obviando que había alguien más, realmente hubiera preferido no haberme encontrado a nadie al llegar, excepto a mi padre que era el que supuestamente sólo iba a estar en esa casa, subí rápidamente, me encerré en mi habitación y recapacité sobre lo que acababa de pasar.
Pero desgraciadamente para mí, antes de lo deseado ya estaban picando a la puerta. ¿De verdad no podían dejarme tranquilo? No me apetecía hablar con nadie, esperé a que se diera cuenta, pero volvió a picar esperando a que la abriera. Me tiré el pelo hacía atrás intentando despejarme, mientras pensaba si esperar a que se cansaran de picar o abrirla y mandar a tomar por culo a todo el mundo.
Pero dejando de lado a mi instinto me acerqué a la puerta y la abrí a la vez que ponía los ojos en blanco y resoplaba por no querer hacer lo que estaba haciendo.

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