Conduje por carreteras que ni siquiera sabia a donde iban, sin rumbo, cabreado y sin entenderme a mí mismo. Porque si lo tenia todo me había marchado, porque la había dejado allí tirada, y me refería a Nicole, porque la dejé allí sin entender nada, destrozada y sin saber qué es lo que iba a pasar entre nosotros. El aire despeinaba mi pelo y me relajaba poco a poco. A lo lejos vi unas preciosas vistas del mar, agua clara y brillante, aire fresco y claridad en el ambiente, justo lo que necesitaba. Estacioné el coche cerca y seguí a pie. Había una especie de camino que desembocaba en un precioso lugar donde se podía acceder al agua directamente, a un lado había un pequeño muro de piedra y no había absolutamente nadie al alrededor. Me senté en el muro a pensar más de lo que había estado pensando esos días, mi móvil reposaba entre mis manos y mi dedo estaba a punto de hacerlo, estaba a punto de llamarla, tenía ganas de desahogarme con ella, escuchar también como se sentía, pero no podía, mejor dicho, no me atrevía a llamarla, era incapaz de volver a escuchar su voz y saber que no estaba conmigo. Finalmente bloqueé el móvil y me lo guardé en el bolsillo olvidando la idea de llamar a Nicole.
Volví a casa porque ya me estaba entrando hambre, olvidando casi por completo donde debía estar Janette. Una vez dentro de casa, no escuché a nadie, no debían estar en casa. Me dispuse a abrir la nevera y buscar algo con lo que pudiese hacerme algo para comer pero no vi nada que me apeteciese, abrí uno de los tantos armarios que formaba la cocina y me encontré con una gran variedad de tipos de pasta, escogí unos macarrones no muy pequeños. Mientras puse a que se hicieran los macarrones la puerta se escuchó, alguien había llegado, no me giré para evitar malas miradas con algunas de las posibles personas que podían entrar en aquella casa, principalmente una.
Por solamente un sonido supe de quién se trataba, su maravilloso taconeo constante y molesto me hizo saber que la maravillosa, estupenda, respetuosa y nada agobiante Madeline había entrado por la puerta. La verdad es que la madre no tenía nada que ver con la hija, bueno sí, eran igual de insoportables.
-Buenas Adrián-dijo saludándome y dejando su bolso de marca encima de la isla.
-Hola-respondí un tanto secó al recordar lo que había pasado con su hija.
-¿Has visto a Jane?-preguntó mientras buscaba algo por la cocina.
Un silencio me invadió.
-No-dije con un gran silencio-No la he visto, no.
-Vaya, está niña nunca me avisa de dónde va-respondió Madeline.
Un portazo interrumpió nuestra conversación.
-Mirala, ahí está-dijo al momento.
-Vaya…-murmuré.
Esto de tener que ver siempre a una persona y no poder deshacerte de ella porque vive contigo es agobiante. Una vez listos los macarrones los mezcle con la salsa de queso que había hecho y me los serví en un plato, a su vez Janette entró en la cocina. Cuando me vio cambió la cara de repente, la miré de arriba abajo con desprecio y me fui de allí evitando posibles momentos incómodos.
-Cielo, me tienes que avisar siempre que salgas-oí como cariñosa y tranquilamente avisaba a Janette-te lo tengo dicho-continuó.
-¡Qué pesada!-exclamó ella, siendo una vez más maleducada e insoportable.
Decidí comerme los macarrones en el sofa mientras veía cualquier cosa más interesante que lo que sucediera en esa casa. Ni el volumen alto de la televisión evadían la discusión que estaban teniendo madre e hija en la cocina, desde que había llegado era la primera vez que escuchaba a Madeline alzar un poco más de lo normal la voz, raro que no hubiera sido antes con la perla de hija que tenía. El enfrentamiento terminó con la niña maleducada subiendo por las escaleras mientras se quejaba y con un sonoro portazo de su habitación.
Me terminé mis deliciosos macarrones, sorprendido yo también de que me hubieran quedado tan bien y dejé el plato en el lavaplatos. Subí yo también a la planta de arriba pero sin hacer ruido. Al ver cómo ella estaba encerrada en su cuarto me recordó a cuando yo me encerré en el mío por tener un enfrentamiento con ella y como ella, aunque hubiese sido por la petición de mi padre, había venido a pedirme disculpas. Me situé delante de su puerta que estaba a escasos metros de la mía y cuando iba a picar con el puño abrió la puerta de manera abrupta, sorprendido me aparté instintivamente hacia atrás.
-¿Qué quieres?-me preguntó con cara de enfado.
-Nada, venía a pedirte perdón por lo de antes-respondí mirándola a los ojos.
-¿Que pasa que mi madre te ha obligado?-preguntó extrañada de que hubiera ido.
-A mí no me tienen que obligar para saber pedir perdón-solté diferenciando una vez más su carácter del mío.
-Muy bien, me alegro por ti entonces-contestó-será que como yo soy una niña aún me faltan cosas por aprender.
-Janette, ahora enserio-apunté-¿Porqué no bajas las revoluciones?
-Porque soy así, de emociones intensas-respondió a mi pregunta mirándome a los ojos por primera vez de manera tan directa-Y bueno. Si no te importa, voy a bajar a comer algo.
Pasó por mi lado y sin ni siquiera esperar respuestas bajó. Me fui esta vez yo a mi habitación a echarme un rato en la cama a reposar la comida. El estómago lleno hizo que me entrara cada vez más sueño hasta que mis ojos se cerraron completamente. Cuando ya había perdido la noción del tiempo y no sabia si llevaba quince minutos durmiendo o una hora picaron a la puerta de mi habitación.
-¡Que…!-respondí medio dormido.
-Puedo pasar-preguntó de manera calmada.
-Joder…-me quejé con voz más baja-pasa, pasa-acabé diciendo.
Y ahí estaba ahora ella, llamando a mi cuarto como si de una especie de juego se tratase. Ya no parecía enfadada, estaba tranquila y se podía observar gracias a su calmado rostro. Sin esperar a qué me incorporase del todo, se sentó en el otro extremo de la cama. Me miro sin decir nada, me froté los ojos con las manos intentando desvelarme del todo. Una vez incorporado del todo me di cuenta que se estaba fijando en mi abdomen ya que no llevaba la camiseta puesta.
-¿Qué quieres Janette?-pregunté aún esperando que me tenía que decir.
-Era para preguntarte una cosa.
-Dime-contesté sin saber qué me iba a decir.
-¿Podrías llevarme esta noche a casa de unos amigos?-preguntó inocentemente.
Pero vamos a ver, esta niña que se creía que iba a ser su chofer y que dispondría de mi para llevarla y recogerla de cualquiera de las fiestas a las que fuese a ir, porque si creía que ese iba a ser mi rol estaba muy equivocada.
-No te puede llevar alguno de tus amigos-respondí.
-Es que iban a venir a buscarme, pero al final he pensado que si me llevas tú mi madre se quedará más tranquila y no me preguntará tanto.
Solté una risa.
-Vamos a ver…-dije aún con la sonrisa irónica en la cara-no soy tu nuevo segurata.
-Que sí, que ya lo sé, pero un favor a tu hermanastra podrías hacerle ¿No?-volvió a preguntarme esta vez hasta poniendo un poco de cara de pena para convencerme.
-Janette que no-respondí claro y conciso.
-¿Qué no que?-siguió preguntando.
-Que ni eres mi hermanastra ni te voy a llevar-dije seguro-Olvídate.
-Joder chico ni un favor puedes hacerme-dijo cambiando la expresión a la de molesta-encima después de haberme dejado tirada.
-Pff…-resoplé-vale sí, cállate ya, te llevaré.
La maleducada esbozó una sonrisa.
-Pero solo hoy-apunté.
-¡Gracias, gracias!-exclamó.
Contenta por haberse salido con la suya se fue de mi habitación. Era impresionante como cada noche tenía una fiesta a la que ir, no paraba quieta, normal que su madre se enfadara con ella cuando no le explicaba dónde estaba.
Cogí la camiseta que estaba en el borde de la cama casi a punto de caerse y me la puse, pasé mi mano por mi pelo dos o tres veces creyendo que eso funcionaria para adecentarme un poco el pelo. Volví a mirar el móvil, ningún mensaje en la pantalla de bloqueo, solo su foto, sonriendo, con el pelo rubio al aire a causa de la ventanilla abierta y sus brillantes ojos. Qué guapa era. Mi móvil le dio al botón y bloqueó el teléfono evitando así seguir viendo a Nicole. ¿Ella se acordaría de mí tanto como yo de ella?, esperaba que si, que no se hubiera cansado de mi, que no estuviese cantando en el coche de otro a grito pelado, que recordara nuestras noches juntos, esas noches de fiesta o en el karaoke y esa conexión tan especial que teníamos juntos.
Las horas pasaban y se iba haciendo de noche, así que antes de que tuviese que coger el coche y acompañarla me duché de nuevo. Al salir de la ducha con la toalla liada en la cintura vi cómo Janette estaba acabándose de arreglar. Había dejado la puerta abierta, estaba maquillándose con la música a tope y sin darse cuenta de que la estaba mirando.
Cuando ya di la espalda a su habitación, Janette dirigió la mirada hacia donde yo estaba. Me metí en la habitación y me puse la ropa.
-¿Estas listo?-preguntó alzando la voz para que la escuchase.
-Sí, un momento-respondí acabando de ponerme las zapatillas y con el pelo aún húmedo.
-¡Te espero abajo!-gritó mientras bajaba las escaleras ya lista.
ESTÁS LEYENDO
Siempre perdurarás
RomantizmSegunda parte de Quédate conmigo. Tras el mejor verano de su vida, Adrián decide irse a Italia a trabajar con su padre dejando atrás a Nicky. ¿Su amor terminó con el verano?