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CUATRO AÑOS DESPUÉS

Cuando Anahí llegó hasta la enorme mansión, le temblaron las piernas hasta tal punto que creía que se caería delante de aquella señora estirada que la esperaba en lo alto de las escaleras.

— ¿Anahí Puente?
— Encantada —contestó, haciendo una pequeña reverencia en forma de saludo.

La mujer, estirada y mayor, soltó una pequeña risita al verla.

— No hace falta ese tipo de formalidades aquí, señorita Puente.
— Llámeme Annie entonces.
— Estupendo, puedes tutearme y llamarme Fer también. Mi nombre completo es Fernanda, pero ni Alfonso me llama así. Por cierto, hasta que él te lo permita, deberás llamarle señor Herrera, ¿entendido?

Anahí asintió lentamente, el señor Herrera seguramente fuese un ricachón que la tendría amargada para el resto de su vida, pero necesitaba trabajar y, dado que no tenía estudios de otra cosa, la jubilación de aquella ama de llaves le venía como anillo al dedo. Todo lo que había aprendido había sido de su madre, la cual había trabajado durante toda su vida limpiando y sirviendo a diferentes millonarios hasta que había fallecido, bajo el punto de vista de Anahí, por agotamiento infinito. Anahí había seguido el trabajo de su madre en la mansión de los encantadores Sean y Callie, una pareja de ancianos la mar de simpáticos pero que, tras el deterioro de Sean, sus hijos habían vendido la casa y los habían metido en una residencia dejándola a ella, y a unas treinta personas más con una mano delante y otra detrás.

Eso era lo que más detestaba de los ricos, ellos hacían y deshacían a su antojo, pero no se preocupaban en mirar más allá de su ombligo.

— Yo me quedaré un mes contigo, para ayudarte y enseñarte.

Y para controlarme, pensó Anahí. Lo vio en sus ojos, aunque la mujer estuviese sonriendo y cada vez le pareciese más tierna y adorable. Acompañó a Anahí hasta el interior y llevó una de sus maletas con ella. Cuando cerró la puerta, Anahí miró a su alrededor. Era la casa más hermosa que había visto en su vida. Las paredes eran de un gris claro que hacía la estancia más amplia y había varios cuadros que parecían de diseñador preciosos. Los muebles no eran viejos y feos, sino que parecían bastante modernos y, la persona que lo había decorado sin duda tenía muy buen gusto. Al fondo, a su derecha había unas escaleras que llevaban al piso de arriba y Anahí no pudo ver más porque Fernanda la guió hasta allí sin mirar atrás. Había muchas puertas, todas cerradas y enormes, y Anahí se imaginó las cosas que había tras ellas hasta que Fernanda volvió a hablarle.

— Esta será tu habitación —paró frente a una puerta—. Tiene sábanas limpias, champú y todo lo necesario en el baño y toallas limpias en un armario —miró las dos maletas de Anahí—. Tendrás espacio de sobra para tu ropa, y dejaré tu uniforme sobre la cama mañana por la mañana.
— Gracias —asintió.
— Dejaremos las maletas y te enseñaré bien la casa. Después de cenar te presentaré al señor Herrera y podrás descansar y deshacer tu equipaje, a no ser que necesites mi ayuda para ello.

Parecía una prueba, la primera prueba que esa mujer le pondría durante el tiempo que estuviese ahí con ella.

— Desde luego que no —sonrió—, en realidad son cuatro cosas y no tardaré nada en colocarlas.

Media hora después le había enseñado toda la parte de arriba. Había muchas habitaciones, todas con un baño privado con bañera y ducha. Un gimnasio equipado completamente, una enorme sala de cine con una sola fila de asientos, reclinables y enormes, y una pantalla gigante en la pared, un cuarto de lavandería, una sala llena de sofás con una chimenea enorme y una barra al fondo con las mejores vistas que Anahí había visto en su vida y, por último, la habitación del señor Herrera.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora