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Anahí se había vuelto loca esos últimos días, había estado hablando con los hijos de Fernanda y todos habían estado encantados de ir para celebrar su jubilación, Alfonso la había estado bombardeando con información sobre cómo decorar la casa para la fiesta y Fernanda la había puesto de los nervios diciéndole que no descuidase sus tareas por hablar con Alfonso o André, con el que había estado en constante contacto por los cambios y sugerencias que Alfonso decía sobre el menú. Sentía que le iba a explotar la cabeza pero cuando llegó el día, pensó que se moriría de un ataque al corazón si no tenía ayuda pronto.

Fue hasta el despacho de Alfonso, con su café, sus galletas y su periódico y suspiró profundamente antes de comenzar a hablar.

— Necesito ayuda.
— ¿Y por qué no se la pides a Fernanda?
— ¿Pedirías ayuda a alguien para su fiesta sorpresa?

Alfonso levantó la vista del ordenador y la miró desconcertado.

— ¿No puedes organizar una fiesta sin ayuda? Es hoy...
— No me refiero a eso, está todo organizado pero, como es su último día, no me deja ni a sol ni a sombra.
— Pero si son sólo las ocho de la mañana —rió él— no puede ser tan...

La puerta sonó en ese momento y Fernanda apareció tras ella.

— Anahí, vamos, tenemos que hacer la compra.

Anahí miró a Alfonso con los ojos muy abiertos y Alfonso contuvo una carcajada.

— Fer, son las ocho de la mañana, creo que es un poco pronto para ir a comprar.
— Pero los sábados se llena de gente y hay que estar pronto, vamos Anahí.
— Si, ya voy.

Estaba llegando a la puerta cuando Alfonso habló de nuevo.

— Antes de que os vayáis, Fer ¿Podría hablar con Anahí un segundo? Tengo que decirle algo sobre mi comida.
— Claro, iré a por el coche. Te espero fuera.
— Está bien —cuando cerró la puerta, se volvió hacia él— ¿Lo ves?
— Puedo verlo, si —rió entonces—. Bien, te ayudaré. Tengo que recoger unos papeles en mi oficina así que esta tarde, antes de la fiesta, le diré que me acompañe, y tendrás tiempo para prepararlo todo.
— ¡Gracias! —dijo, corriendo hacia él y abrazándolo— Esto... Perdón, lo siento, yo...

Alfonso no se movió y Anahí tampoco. Estaban muy cerca el uno del otro y Alfonso todavía sentía el calor corporal de Anahí por todo su cuerpo, habían sido unos segundos, pero había bastando para descontrolar sus hormonas y embotellar sus sentidos. Cuando los ojos de Anahí se cruzaron con los suyos, Alfonso descubrió que no solo eran azules, sino que tenían también unas pequeñas motas verdes que los hacían parecer profundos como el océano. Se fue acercando a ella poco a poco, de forma lenta y sutil, hasta quedar a milímetros de su cara y sintió como su aliento le golpeaba la barbilla, estaban tan cerca que si se inclinaba solo unos pocos milímetros más, sus labios rozarían los de ella.

De pronto un claxón sonó, sacándolos de su ensoñación, y Alfonso soltó una carcajada apoyando su frente en la de ella.

— Anda, ve.

Cuando se separó, sintió como se quedaba vacía. Suspiró en silencio, pero se quedó con los pies pegados al suelo.

— Pensarás que el día tiene setenta y dos horas como no vayas y cumplas sus deseos —volvió a reír—, es bastante cabezota cuando quiere.

Anahí terminó asintiendo en silencio, se dio la vuelta y salió del despacho con el corazón a punto de salírsele por la boca. Cuando llegó al coche no se había calmado, pero Fernanda estaba tras el volante y la esperaba impaciente así que, respiró profundo, bajó las escaleras y rezó para que Fernanda pensase que estaba acelerada por bajar las escaleras precipitadamente.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora