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Anahí llevaba ya dos semanas cocinando con André, el cocinero que Alfonso le había dejado contratar para ayudarla a elaborar los menús. Vendría todos los martes, jueves y algunos domingos y le enseñaría a Anahí nuevas técnicas a la hora de cocinar y preparar platos deliciosos y sanos.

— Podríamos poner unas semillas de chia aquí —dijo Anahí, mirando a André.
— Excelente, Anahí —sonrió el chef—. Contiene muchas vitaminas y es bueno para el corazón y el azúcar, aunque nunca debes sobrepasarte con su uso, podría terminar con un tema bastante... oloroso.

Anahí echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada, seguida del chef.

Alfonso entró en la cocina en ese momento, escuchando las risas de ambos y sintiendo como algo se removía en su interior.

— ¡Señor Herrera! —sonrió Anahí, sorprendida—. André y yo estábamos terminado de preparar la comida, la iba a llevar ahora mismo.
— Encantado, señor Herrera. Soy el chef André Mureau, Anahí es una excelente alumna.
— Eso parece —contestó él, hablando por primera vez—. Anahí, ¿Podemos hablar un momento?

Mientras Anahí se disculpaba con el tal André y se dirigía hacia él, Alfonso pensó en el físico del chef. Era alto, rubio con ojos azules y musculoso, y le había pillado mirando a Anahí más de la cuenta cuando se había alejado de él. Apretó los puños y, cuando comenzó a sentir el dulce aroma de Anahí más cerca, se hizo a un lado para dejarla pasar.

— Lo siento —Alfonso la miró sin entender y Anahí chistó antes de comenzar a explicarse— es muy buen profesor pero me estaba explicando que pasaría si usaba mucho las semillas de chia y me ha hecho bastante gracia, no creas que no estoy aprendiendo a...
— No estoy enfadado por eso, Anahí.
— Pero estás enfadado, ¿verdad?

Alfonso alzó una ceja. Enfadado...

— No. Venía a decirte que le quería hacer una especie de despedida a Fernanda, como sabes, en tres días de marchará a disfrutar de su jubilación.
— Oh —contestó, decepcionada porque pensaba que estaba celoso y se lo iba a decir—, claro.
— ¿Te encargarás de ello? Debe ser sorpresa, Fer odia las sorpresas —rió.
— ¡Claro! —se recompuso, aunque su risa la hizo tambalear un poco— ¿a quien habías pensado invitar?
— Sus hijos y los empleados estará bien. Gracias, Anahí.

Alfonso puso su mano en su hombro y Anahí se quedó sin respiración. Cuando la apartó y se alejó de ella, intentó recobrar su pulso, pero le fue más difícil de lo que imaginaba. Era la primera vez que Alfonso la tocaba y, aunque hubiese sido solo el hombro, sentía la piel ardiendo y anhelante. Se mordió el labio, hizo un par de respiraciones profundas y se dirigió de nuevo hacia la cocina con lo que le parecía una sonrisa tranquila y reservada.

Alfonso apretó su mano derecha por quinta vez. Sentía un extraño cosquilleo en toda la palma y como su respiración se había vuelto más irregular que hacía unos minutos. Simplemente había tocado a Anahí el hombro, pero había tenido que apartar la mano rápido para no caer en la tentación de bajarla hasta uno de sus pechos. No entendía que le pasaba, había sabido controlarse con las mujeres durante los últimos cuatro años, aunque tampoco había visto a muchas desde entonces. Charlotte, la mejor amiga de su mujer, había venido a verlo en un par de ocasiones. Era esbelta y con unas curvas impresionantes, pero no había sentido el más mínimo deseo, cosa que había enfadado soberanamente a Charlotte, que hacía que no lo visitaba dos años.

— Estoy embarazada —había sonado en su cabeza de repente.

Era la voz de Emma, el día que le había dicho que estaba embarazada. Llevaban buscando un bebé unos pocos meses y, cuando se le había retrasado el período cuatro días, había corrido a la farmacia a comprarle dos test de embarazo que salieron positivos. La había abrazado con fuerza y la había dado vueltas mientras reía, feliz porque iban a formar una familia. Era noche habían hecho el amor con especial cuidado, Alfonso había mimado a Emma a más no poder y ella había muerto de amor. O eso pensaba él en ese entonces.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora