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Cuando se levantó al día siguiente, ni siquiera se acercó a su puerta. Salió de su habitación y esperó paciente el momento de verla, trayendo su café y su periódico, y sus galletas favoritas. Suspiró y miró el reloj, aún quedaban veinte minuto para que Anahí fuese a llevarle las cosas. Sabía que había sido duro anoche, pero no podía volver a pasar por lo mismo. Supuso que debía buscar una nueva ama de llaves cuanto antes porque, estuviese o no embarazada de él, no podía seguir viéndola. Le recordaría tanto a Matteo... Había pasado toda la noche pensando en eso y, cuando por fin conseguía dormirse, soñaba con Matteo y con Anahí, y con cómo se sentía traicionado por desear tener otro hijo que no fuese él.

Como si fuese un reloj, la puerta se abrió veinte minutos después, pero no era Anahí, sino Fernanda quién le llevaba el café y el periódico, y no había ninguna galleta a su lado.

— ¿Dónde está Anahí?
— Está bien, no te preocupes.
— ¿Ni si quiera es capaz de dar la cara?
— ¿Dar la cara? —Fernanda parecía realmente enfadada con él y Alfonso abrió los ojos sorprendido—. Creo que dio bastante la cara ayer cuando te contó que estaba embarazada.
— ¿Estás de su parte?
— ¿Y de qué parte se supone que tengo que estar, Alfonso? Te dije, varias veces además, que tuviese cuidado con ella. Anahí no es Emma, no es como ninguna de las mujeres que has conocido, y l has roto el corazón con tu arrogancia.
— ¿Le he roto el corazón?
— Que tú no tengas uno no quiere decir que los demás carezcamos de él. Por cierto, toma —le entregó una especie de carta—. No habrá dado la cara, porque sabía que no la escucharías. Así que te ha escrito una carta.

Anahí no se había levantado de la cama en toda la mañana. Fernanda la había llamado para preguntarle cómo estaba, pero la conversación había sido breve y Fernanda había sido la que más había participado en ella. Tenía los ojos llenos de ojeras y un aspecto terrible, pero debía comer por su bebé, aunque ella no tuviese ganas de nada. Ni siquiera había podido declararle su amor porque se había reído de eso en su cara.

Cuando llegó a la casa de Fernanda, mucho antes de que amaneciese. Esta la esperaba con los brazos abiertos. La había escuchado, la había aconsejado y, lo que había sido más importante para Anahí, no la había juzgado. Además se había alegrado mucho por lo del bebé y Anahí había sentido un gran alivio al descubrir que había a gente a la que le gustaba la idea de que ella estuviese embarazada. De que fuese a ser madre. Soltera.

— Lo siento tanto, Fer...
— ¿Por qué?
— Te acabas de jubilar y yo te pido que vuelvas a trabajar para Alfonso —susurró, tapándose la cara con las manos—. Pero de verdad que no será mucho tiempo. Encontraré a una buena ama de llaves en seguida, te lo prometo.
— No te preocupes, y por el bebé tampoco. Te ayudaré tanto como necesites.
— Oh, Fer. Muchas gracias —la abrazó—. Pero no seré una molestia nunca más, ya encontraré algo... —de pronto sus ojos se abrieron de par en par— ¡André me dijo que si seguía cocinando así podría trabajar en cualquier restaurante! Puede que si le cuento lo que pasa...
— Se querrá hacer cargo de toda la situación.

Anahí lo miró sin entender.

— Te ama.
— No es cierto.
— Me has contado que te besó, ¿por qué lo haría si no te amase?

Anahí se encogió de hombros.

— Alfonso también me besó y no me ama... —y había hecho algo más que besarla, pensó.

Fernanda soltó una pequeña risa, golpeó su rodilla y se levantó.

— Ve a descansar —miró su reloj—, yo me terminaré de preparar para ir donde Alfonso. Volveré el fin de semana. La nevera está llena y hay sábanas limpias bajo el lavabo. Como si fuese tu casa, de verdad.
— Eres un amor, Fer. Muchas gracias. Por todo.
— De nada —susurró, besando su cabeza—. No le diré que estás aquí.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora