Capítulo 3:

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Mi pánico ante la situación no había sido un buen inicio. Debía admitirlo, no era capaz de entregarme por esta investigación. Necesitaba ayuda, pero como nadie estaba dispuesto a escucharme, me metí en esto yo sola.

No trabajar no solo significaba no pagar la deuda, sino también perder tiempo valioso en donde Jo podría estar en peligro.

Sabía que me quedaría aquí más tiempo del planeado con este cambio de rumbo, pero si me acercaba más a las chicas, al menos aquel tiempo no sería del todo perdido. Ellas escuchaban todo lo que los hombres hablaban y lo conversaban entre ellas durante las comidas, al menos de eso me podía aprovechar.

La pared de la habitación contigua seguía sonando. Y a pesar de tener cortos minutos de pausa, después de que la puerta se abría y se cerraba nuevamente, los sonidos continuaban.

Recordé que Robert había mencionado el nombre de la chica; "Ivanka". ¿Era ella una de las rusas? ¿Hacía esto todo el día por drogas? Porque no podía imaginar que pudiera hacerlo tantas veces completamente lúcida.

Bajé en busca de un café y no encontré a nadie merodeando por la casa. Todas las chicas estaban en sus habitaciones, algunas durmiendo y otras aun trabajando, como Ivanka.

El jardín era un completo desastre, y el servicio de limpieza aun no llegaba. La mesa de la sala estaba repleta de sustancias dudosas y había billetes tirados en algunas esquinas, así que, esquivando el desastre, entré a la cocina y saludé a las cocineras.

—Buen día, ¿terminaste de trabajar? —preguntó una de ellas.

—No, no pude trabajar anoche —respondí, cuestionándome si era buena idea sacarle información a alguna de las dos.

—Oh...que mal —respondió la otra chica.

¿Les pagaban más que a nosotras por su trabajo? ¿Les pagaban también para mantenerse calladas?

—¿A qué hora llegan aquí?, es muy temprano —comenté.

—Si, los fines de semana debemos llegar a las siete porque hay mucho trabajo que hacer —señaló algunas cosas desordenadas de la cocina.

—Espero que al menos no les quede muy lejos de casa —insinué, pero mientras una de ellas me sonrió, la otra se dio la vuelta.

No, no me iban a dar ningún tipo de información. Atesoraban mucho su trabajo como para hacerlo.

—Gracias por el café —me despedí, dispuesta a volver a mi habitación.

A unos pasos de la cocina estaba el mismo sujeto de ayer, Tim. Solo que esta vez llevaba la camisa arrugada y su chaqueta colgando de la mano. No era muy alto y su pelo desordenado lo hacía parecer un completo idiota, sin embargo, sus ojos tenían algo que te mantenía en ellos.

­—Buen día —saludó, pero su galantería no me engañaba. Venía de las habitaciones y probablemente había estado con alguna de las chicas.

Sonreí e intenté seguir con mi camino. Si no iba a trabajar, tampoco tenía que ser amigable con ninguno de estos cerdos. Cuando le di la espalda, su risa me sorprendió.

—Ya veo por qué le gustas al jefe —agregó antes de retirarse.

¿Al jefe? ¿Qué jefe? Sí recordaba que Robert lo había mencionado, pero nunca tuve contacto con ninguna persona a quien le llamaran el jefe. ¿Era él quién no me dejaba trabajar? Debía saber quién era, tal vez lograría obtener algo de información sobre Jo.

Saboreando mi café, me asomé por la ventana e intenté reconocer algo de lo que veía. Sin embargo, no era más que tierra y casas. Y ninguna de las chicas parecía tener la menor idea de dónde estaban paradas, aunque lo entendía; era una de las condiciones.

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