Capítulo 18: Aventurados

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El auto de Ian olía a pino aromático y reciente limpieza. Se notaba que no lo usaba hace mucho tiempo, en la ciudad no era tan necesario debido al transporte público. La radio era antigua, de esas que se extraen al bajarte, y los asientos estaban desgastados por los años de uso.

—Es mi reliquia, ¿te gusta? —preguntó al iniciar el viaje.

No me gustaba, pero la felicidad en la cara de Ian al conducirlo era enternecedora.

Ahora, acercándonos a las cuatro horas de viaje, quería lanzar el pino por la ventana.

—Sabes, ahora venden unos aceites aromáticos para el auto —toqué el pino, con la esperanza de que me dejara retirarlo.

—No hay como el olor del pino tradicional, no confío en esos dispositivos nuevos. Ya no huelen como antes —comentó, orgulloso de su pino colgante. Yo reí, perdiendo la batalla.

—¿Falta mucho? —busqué el GPS. Él soltó una carcajada.

—¡Es tercera vez que preguntas mujer!, estamos cerca —yo reí también, era cierto, pero el olor me tenía mareada —Llegaremos directo al pueblo, ahí esta el hostal de los Henning y podremos pasar a dejar las cosas. Mi casa no queda tan lejos de ahí, podríamos ir caminando —comentó.

—Me parece buena idea —respondí, aliviada de no tener que pasar mas tiempo en el auto.

—¿Estás nerviosa? —preguntó, cuando claramente el nervioso era él. Yo sonreí.

—Un poco —mentí —Veremos si el señor Hoffman es tan obstinado como su hijo —bromeé. Él rio.

—Nos gusta cuidar de los nuestros, eso es todo —respondió.

El camino estaba lleno de tierra, no se veía mucha agua alrededor ni tampoco vegetación. Nos estábamos alejando hacia la zona sur del país, completamente opuesta a mi ciudad natal.

La plaza central era una pequeña fuente de agua sin llenar y un par de negocios locales que vendían suvenires con mil años de antigüedad. Casi todos los que caminaban a nuestro alrededor eran personas mayores, probablemente retirados y disfrutando de su vida en el desierto.

El calor era insoportable y el sol se posaba en nuestras cabezas con intenciones de derretirnos. Nos habíamos metido en la fosa del diablo.

—Bienvenida a mi pueblito —sonrió orgulloso mientras bajaba las mochilas.

—Encantador —respondí, orgullosa de verlo tan feliz.

Entramos a una de las casas de madera de la plaza y nos encontramos con una recepción vacía. Se escuchaba una radio antigua de fondo y olía a almuerzo recién preparado.

—¿Hay alguien por ahí? —gritó Ian, seguido de un grito femenino.

—¡No lo puedo creer! —se asomó una mujer canosa, arrugada y extremadamente feliz por verlo.

—Tanto tiempo sin verla señora T —recibió su abrazo.

—¡Mi niño!, pensé que nunca volverías. La última vez fue...no lo recuerdo, fue...

—Hace mucho tiempo —respondió sonriente.

—Demasiado para mi gusto, este pueblo te extraña. ¡Tu padre! ¡Debemos avisarle! —corrió al mostrador.

—Me gustaría sorprenderlo señora T, si no le molesta —la detuvo.

—Oh... —se enterneció —Será realmente una sorpresa, no lo mates de un infarto al hombre —bromeó —Y esta chica... ¿por fin sentaste cabeza Ian Hoffman?

Yo reí por la efusividad de la señora y me presenté.

—Bianca, un gusto —dije.

—Es una amiga señora T —aclaró, con las mejillas coloradas.

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