Capítulo 11:

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Durante la búsqueda de Beatriz, había contado al menos cinco jacuzzis, seis con el de mi habitación. No entendía para qué tanto lujo si ninguno de ellos era utilizado por nadie. Los hombres misteriosos no se paseaban libremente por el yate, los empleados solo se preocupaban de mantener todo impecable y Kyle desaparecía todo el día sin dejar rastro. Así que, decidida a relajarme, salí con el sol de la mañana a nadar en la gigantesca piscina de la cubierta principal. Las chicas del staff se habían acercado a ofrecerme bebestibles más de diez veces. Ya no sabía cómo decirles que no y seguir siendo educada, pero entendía que era parte de su trabajo.

Un par de horas después apareció Beatriz, demasiado urgida para mi estado de relajación.

—¡Estoy buscándote hace una hora!, ¡el señor está esperándote para desayunar! —exclamó.

—Eso le pasa por tener un yate tan grande, es imposible conseguir a alguien aquí —bromeé, pero Beatriz estaba muy apurada como para reír.

Aun goteando, envolví mi cuerpo en una bata blanca y caminé detrás de ella hasta un comedor mucho más pequeño que el de ayer. Kyle leía el periódico y no había tocado su comida aún.

—Veo que aprovechaste la mañana —dejó el periódico de lado.

—Lo siento, no sabía que me esperabas —dije.

—¿Disfrutaste la piscina? —preguntó.

—Si, es muy grande para una sola persona —respondí, sin intenciones de hacerlo sonar como una invitación.

—Me gustaría acompañarte, pero ahora no puedo —dijo.

—¿Más trabajo? —pregunté, pero él tomó un sorbo de su café e ignoró mi pregunta —¿Para qué es este viaje? —insistí.

—Tengo que cerrar negocios en Bunter —explicó. Yo me pregunté qué clase de negocios se hacían en una isla desconocida.

—¿Es muy grande la isla? —curioseé.

—No bajarás del yate, solo serán unas horas y volveremos —aclaró. Yo asentí y continué con mi desayuno.

La poca conversación que tuvimos hizo que el desayuno fuera más incómodo de lo normal. No entendía qué ocurría, si no había nadie más que nosotros en la habitación, tal vez había sido mi rechazo de anoche.

—Vuelve a la piscina, habrá buen clima hoy —se levantó una vez que terminó, dejándome sola nuevamente.

¿Para qué me esperaba para desayunar si iba a comportarse como el gran dios de los hielos? No lo entendía, y no creía poder hacerlo jamás.

Volví a mi tarea anterior y me recosté en uno de los sofás para disfrutar del sol. En un par de días nos habíamos alejado bastante, pues el clima empezaba a cambiar y hacía mucho más calor que en el terreno. Sin embargo, aquella temperatura me recordaba a mi ciudad natal y lograba relajarme de sobremanera. Tanto, que Beatriz tuvo que sacudirme varias horas después para despertarme.

—Mi niña, pasaste todo el día en el sol, te vas a enfermar —se preocupó mientras me incorporaba en el asiento.

—Me eché bloqueador —objeté, restregando mis ojos. El atardecer iluminaba el mar y la brisa marina empezaba a enfriar todo.

—Te haré un baño hidratante, vamos —ordenó ella. Beatriz se había convertido en mi único consuelo dentro de todo este delirio.

Después de llenar mi tina con agua tibia y hierbas extrañas, Beatriz salió del baño con múltiples cremas corporales.

—Estas son para después, échatelas. El señor no podrá cenar hoy así que tienes tiempo —avisó.

—Gracias Beatriz —sonreí antes de deshacerme de la bata y sumergir uno de mis pies.

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