Capítulo 3

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Al día siguiente volví a lanzarle un avión a Gwen pero esta vez aterrizó en su banca y no en su sien. Bajó su bolígrafo para deje de responder el cuestionario sorpresa de la I y II Guerra Mundial -que reprobé- y lo abrió. Leyó el mensaje que le había escrito -¿hoy, almuerzo?-, sonrío un poco y lo guardó al final de su carpeta para después mirarme y gesticular "imbécil" con sus labios y volver al cuestionario. No me miró durante los siguientes quince minutos, así que la miré yo y dejé que sintiera la intensidad de mi mirada. Su cara estaba neutral, con el ceño fruncido y los labios apretados, alzaba las cejas o inflaba las mejillas de vez en cuando, supongo que era porque había llegado a una pregunta difícil. No llevaba más maquillaje que un poco de rímel* en las pestañas, una muy buena elección tomando en cuenta que sus ojos cafés eran demasiado pequeños en comparación al resto de su rostro -y su anatomía, pero después hablaremos de eso-; ese día vestían una blusa de tres cuartos blanca con rayitas azules, unos skinny negros y sus usuales Vans. En algún momento mientras la observaba me di cuenta de que Gwen no se dignaría a mirarme por el resto de la hora, y quizás el día entero así que centré mi atención en las hojas de papel que tenía frente a mí, apenas llevaba el nombre cuando un trocito de papel enrollado dio a parar en la paleta de mi banca. La desdoblé y leí la redonda caligrafía de Gwen.

Sólo si no cantas.
-Gwen

Contuve la risa porque, honestamente, no quería ir a la oficina de Finnecky y escuchar a Ellie parlotear acerca de su novio olvidadizo. Le di la vuelta al papel y escribí con mi mejor caligrafía la respuesta:

Trataré, pero no te prometo nada.
-Hasso

-Honestamente que no entiendo en qué me va ayudar en la vida saber cómo carajo de hace una ecuación de 2x2 -mi buen amigo Klein miró a su libreta de Álgebra con asco-. Jamás voy a ir de viaje a contar los ojos de los conejos y las pinches patas de las gallinas, me ahorro todo ese pinche pedo preguntando cuántos animales hay en el puto corral.

Me reí porque, siendo honesto, yo tampoco entendía una mierda, así que decidí ayudarle con su queja contra las matemáticas, la geometría y el álgebra.

-¡Tampoco sé en qué parte de mi vida voy a usar los pinches teoremas del culero de Thales y el desgraciado de Pitágoras! -Cerré mi libreta dramáticamente y me paré en mi silla, que está al fondo del salón, así que todos se volteaban a lo exorcista para vernos a Klein y a mí-. ¡Exijo una revolución! ¡No necesito todo esto para ser un vagabundo sabio! ¡Seré como René Casados, un maldito genio que nunca fue al colegio!

En algún momento de mi espectacular discurso, entró la de matemáticas -o maestra Dashner- y me miraba con muy mala cara y una mueca que hacia que su rostro se viera aún más feo. Dejó de cruzar los brazos para alisar su saco beige y caminó a su escritorio de madera, se sentó, tomó un pegamento en barra y comenzó a jugar con él.

-Muy buen discurso, McVey, pero hubiera sido aún más inspirador si no se hubiera equivocado en dos cosas; la primera es que NO ERA René Casados, si no René DESCÁRTERES, y la segunda es que usted y el señor Turner se equivocan al decir que jamás necesitarán estos conocimientos algebraicos y matemáticos en la vida, ya que los necesitan para pasar mi clase y no repetir el año.

Lo último que vi fue cómo levantaba a barra de pegamento en el aire y lo lanzaba en mi dirección.

[...]

Había mandado al bien aventurado de Klein a buscar a Gwen, ya que lo que seguía de Álgebra era descanso y había quedado con ella. Los vi cruzar la puerta de cristal que daba al edificio de enfermería mientras sostenía una compresa de hielo sobre mi bello ojo izquierdo.

Aviones de papel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora