Nada que pueda decir.
A todas mis amigas que siempre me han apoyado en todas las decisiones que he tomado, y a Juli que siempre está presente para mi en todos los problemas.
Miraba mis muñecas detenidamente. Mis venas, son hermosas. La forma en la que adornan nuestro cuerpo y la sorprendente función que tienen sobre nosotros. Delicadas, como un pequeño bebé recién nacido. El cúter que sostenía en mi mano derecha estaba suficiente afilado como para sobrepasar mi piel y rasgar mis venas. Jugué con el sobre mi muñeca, una y otra vez, provocando diminutos cortes al costado de mi muñeca.
No seas estúpida. Repetía en mi cabeza.
No quería realmente que nadie se diera cuenta, y no lo harían. No me verán frágil, no me verán llorar, no me verán sufrir. No lo harán, y de eso estoy segura. Sólo hay una forma de que el dolor se vaya, de sentirme liberada de esta cárcel a la que estoy atada.
Subí mi blusa hasta mis costillas. Me posicione frente al espejo observando el desastre que se encontraba reflejado en el. Mis ojos comenzaban a picar. Las ganas de llorar eran incontrolables, de caer una lágrima, después otra y, otra. Mis ojos se encontraban hundidos en lágrimas, una tras otra lágrima sin piedad alguna. Sostuve el cúter con mi firmeza entre mis manos encajándolo en mi estomago, rasgando fuertemente mi piel formando largas y profundas cortaduras. Sentía algo frío en mi estomago sentido de algo ardiente en el, pero, no había dolor alguno.
Recuerdos llegaron a mi mente, como fuertes olas hacía mi cabeza. Todos aquellos gritos, golpes, lágrimas, odio, dolor y temor. Regresaron a mí, inundando mi cabeza.
-¡Eres una tonta!
-¡Estúpida!
Otra cortadura.
-Eres una maldita niña obesa, mírate. Das asco.
-¡Cerda!
Dos más. Lagrimas resbalaban por mis ojos, odio. La impotencia de no poder hacer nada.
-¡Déjame en paz!-Grité desesperada hundiendo la navaja una vez más, esta vez dos dedos debajo de mis costillas.
Solté un grito estruendoso. Lleno de rabia. Algo que me liberará. Nada servía. No podía escapar, nunca podría salir de aquí. Solté el cúter de mi mano, dejándolo caer en picada hacía el suelo. Admiré mi resultado en el espejo. Con ambas manos limpié todo rastro de lágrimas que brotaban de mis ojos.
Caminé hacía el baño, abriendo la llave del agua dejando caer una lluvia artificial. Me despojé de toda mi ropa metiéndome dentro de la regadera, deje que mojará todo mi cuerpo, limpiando toda gota de sangre que resbalaba por todas mis piernas. Limpié todo mi cuerpo y mi cabello, apartando todos mis pensamientos por un momento, haciéndome disfrutar de un merecido baño. Al terminar cerré la llave de la regadera, tomando una toalla enredándome en ella. Tome paso fuera del baño para dirigirme hacía mi cuarto.
Me dejé caer sobre mi cama mirando hacia arriba sin un punto fijo. Esto era tan deprimente, ver como tu propia familia te puedan odiar sin razón alguna. Cuando tu darías lo que fuera con tan solo verlos feliz, los amaba. A pesar de todos lo que me hacían, los amaba y no me lo podía creer, el hecho de amarlos. Me era imposible comprender el, por qué. Los amo, pero, los odio.
Lagrimas vagas caían de mis ojos, no me tomé tiempo para limpiarlas.
Tenía tantas ganas de correr y decirles a mis padres, pero, ellos eran otro obstáculo. Resultaba lo mismo. Mi única salida era la única persona que me apoyó durante mucho tiempo, una de las muy pocas personas de las cuales se preocupo por mi.
Me coloqué ropa nueva ya estando seca. Tome el computador, entrando a mi cuenta de Skype. Busqué a la persona con la cual ansiaba de hablar y poder desahogarme. Estaba en línea. Mande una solicitud de video llamada y al instante me acepto.
Una cabellera morena se asomo instantáneamente por la pantalla, y justo cuando creía que podía guardar las lagrimas para poder hablar con ella me desplomé.
-¿Qué ha pasado, princesa?-Pregunto ella preocupada y desesperada por mi comportamiento que era el mismo casi siempre que hablábamos.
-Amanda, necesito tu ayuda. Te necesito aquí conmigo, ayúdame a salir. Ayúdame a lograr ser libre, ya no puedo, ya no puedo más.-Rogué llorando incontroladamente.
El llegar a lastimarse uno mismo no es la solución de nuestros problemas, así que, no cometas el mismo error que yo muchas veces cometí. —Ana.
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Ana. |Diario corto|
Genç KurguEra el problema. Ella, que cada día se esmeraba para hacer sentir orgullosos a sus padres. Cada pequeño detalle que resaltaba de Ana, era un problema. Todo porque lo que batallo y logró mantener fuerte, se destruyó. Era lo suficiente tolerante vivir...