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Varios meses habían pasado, ahora el clima cálido se tornaba en uno frío y desolante.
Nene y Amane se hicieron aún más cercanos, compartiendo todo tipo de cosas; ridiculeces que hayan hecho, situaciones vergonzosas, gustos, miedos, y mucho más. Eran tantas las cosas que se contaban en el día a día, que la lista sería infinita.
Amane sonreía con frecuencia, pero no quitaba el hecho de que su hermano lo lastimara.

—Tsuchigomori-sensei —llamó la albina, entrando a la biblioteca.

—Ah, eres tú mocosa —miró a la joven y luego siguió buscando un libro.

Nene no sabía cómo decirlo. Sus manos estaban sudando y sus nervios a flor de piel, la invadía el pánico y la tristeza. Lo que quería decir llevaba tiempo ocultándolo, y le había sido difícil digerirlo, aún quedaba estática cuando recordaba aquello.
Buscaba las palabras precisas, pero no las encontraba. Su mente estaba en blanco, y no sabía como su maestro reaccionaría.
Tenía miedo, de lo que podía decir y de lo que podía pasar.

—Tsukasa maltrata a Amane.

Tsuchigomori paró de buscar un libro, ahora toda su atención estaba en las palabras que acababa de decir su alumna. Se giró, y la vió con la vista clavada en el suelo, sus ojos escarlata abiertos y levemente húmedos.

—¿Qué…?

—Tsukasa, el hermano de Amane, él es el culpable de las heridas —sentía que se le cortaba el aire cada vez que decía algo.

—¿Cómo… ¿cómo sabes? —le preguntó anonadado el adulto, mientras se acercaba a paso lento a la albina.

—Lo había leído en el diario de Amane —comenzó a relatar luego de varios minutos de silencio, recordando aquel día donde el azabache había dejado en su casa aquel “diario nocturno”, que inevitablemente leyó más de la cuenta—. Era algo escrito, por lo que no me preocupé bastante, le encanta escribir, así que pensé que sería un párrafo suelto de alguna idea que pensó. Pero…

—¿Pero?

—Hace un mes lo vi.

La albina tocó la puerta repetidas veces, pero nadie salía. Amene había vuelto a olvidar su teléfono en la casa de ella en esa tarde de estudio.

De pronto, escuchó el estallido de un vidrio. Preocupada, se acercó a la ventana para ver qué había pasado.

Tsukasa le estaba clavando un pedazo de vidrio en el brazo de Amane, mientras le gritaba.

“No vuelvas a acercarte a la maldita con piernas de rábano.”

No podía pensar en ese insulto, más le preocupaba aquel chico que se había ganado su corazón.

—Le pregunté repetidas veces a Amane de forma indirecta, pero no decía nada y cada vez se iba alejando un poco más. Ya no compartimos tardes juntos desde aquella vez —concluyó con un deje de tristeza y sus ojos humedeciéndose aún más.

El profesor se quedó callado bastantes minutos. Aún estaba procesando lo que le acababa de relatar su alumna.

—Hablemos con su padre.

—Están separados, Tsuchigomori-sensei.

—Lo llamaré y le preguntaré su dirección, yo hablaré con él.

—¿Y si no le cree sobre lo de Amane? —replanteó Yashiro.

—Lo hará.

(...)

—Buenas noches, señor Yugi. Lamento interrumpir, pero hay algo importante de lo que tengo que hablar con usted.

—No se preocupe —dijo Katashi al otro lado de la línea—. ¿Sobre qué se trata?

—Es sobre su hijo, Amane —realizó una pausa el profesor—. No me corresponde decirlo, pero es algo que, como maestro, me preocupa por mi alumno.

—Puede continuar.

—Es difícil de decir, señor Yugi… Amane siempre ha venido con heridas a la institución… Una amiga de él, descubrió quién era el responsable del maltrato.

—Suéltelo, estoy preparado para lo que sea.

—Es Tsukasa, su hermano menor.

Tsuchigomori era consciente de que no le correspondía hablar sobre los problemas intrafamiliares. Sin embargo, su preocupación por ese alumno era tanta, que sería capaz de defenderlo de todo y de todos.

(...)

Sabía que Amane nunca le diría quién era. Esperaba que sea cualquier persona, incluso su esposa, pero jamás que fuera su hijo menor.
No tenía razones para desconfiar de la confesión de Tsuchigomori, porque era un profesor honesto y correcto.

No había razones para seguir estando sentado sin hacer nada. Él nunca quiso abandonar a su familia, pero Aiko dejaba de ser su esposa poco a poco.

Dejó a Amane solo, pero ahora lo compensaría.

—Quiero el divorcio y la custodia de Amane.

—No puedes…

—Sí puedo. Y también tendré la custodia, porque le diré al juez lo que Tsukasa le hace a Amane, y también lo que tú le hacías.

—Papá —llamó Tsukasa con un tono apagado—. No voy a dejar que te lleves a mi Amane.

—¿Solo por tener un cuchillo en mano crees que me vas a dar miedo? Estás igual de loco que Aiko, por eso jamás conviviría contigo —Katashi tomó a Amane y salieron de la casa—. Te desconozco como hijo, Tsukasa. Cruzaste el límite. Yo no te crié así.

Y sin más, se fueron de aquella casa. Ya no importaba nada. Amane podía respirar, podía vivir. Katashi podía estar tranquilo.

Nene miró todo a escondidas. Ahora ella también podía vivir.

Pero, ¿qué sería del resto de sus vidas?

“Yo buscaré tu felicidad sin importar lo que pase. Te amo, Amane-kun.”

Había escrito eso al final de una carta que le había dejado al azabache. Pero probablemente, esa carta ya esté perdida.

Probablemente, todo cambie.
Probablemente, solo escriban y manden las cartas a la Luna para poder encontrarse.

Yashiro, ¿ves esas dos estrellas? Están alejadas una de la otra porque se perdieron en distintos caminos. ¿No crees que nos parecemos a ellas?”





En Busca de la FelicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora