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En lo alto del cielo nocturno se podía ver claramente la luna llena, esta brillaba, tanto que le cegaba su vista, tanto que llegaba a verla como una estrella, pero más grande y redonda

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En lo alto del cielo nocturno se podía ver claramente la luna llena, esta brillaba, tanto que le cegaba su vista, tanto que llegaba a verla como una estrella, pero más grande y redonda. De pronto recordó que en su niñez solía pensar que la dichosa luna lo seguía, como si estuviera vigilando cada acción suya e incluso aprovechar para escuchar las charlas que tenía con su hermano gemelo. Sin duda fue un niño como cualquier otro a esa edad: estúpido e ignorante de la realidad.

Soltó un suspiro y apartó su vista del gran ventanal para enfocarse en el platillo que hace unos minutos el mesero había traído. Después alzó su mirada para observar a su acompañante, quien cortaba el filete con suma delicadeza, propia de una dama como ella. 

—¿No vas a comer? —cuestionó la mujer antes de llevar un bocado a su boca y empezar a masticar.

Se quedó contemplando cómo tomaba el tiempo para degustar la fina carne de lomo con los ojos cerrados, haciendo que notara la sombra y el delineador en sus párpados. Su atención entonces se dirigió a los labios ajenos: levemente carnosos, suaves a simple vista y coloreados de lápiz labial, uno de un rojo intenso. Miró el escote de su vestido; la contraria rondaba los cuarenta, mas su cuerpo parecía ser de un muchacha de veinte: senos grandes, pero sin rozar lo obsceno, una cinturita de modelo y caderas anchas, producto seguro de la maternidad. Sus iris, que proyectaban el espacio, recorrieron la piel expuesta, o sea, los brazos y hombros; su piel pálida era tersa, ninguna mancha, pecas o lunares. Se fijó en el collar en forma de "V" con diamantes dispersos en oro rosa de 14 quilates: un detalle que le hizo la semana pasada antes de irse a su viaje de negocios.

—La comida está deliciosa —comentó la de pelo castaño, dejando los cubiertos sobre la mesa para luego observar el entorno del restaurante—, además el ambiente en este lugar es divino. Cuando terminemos de cenar, podríamos pasear por el jardín que hay en parte trasera.

La mujer movía sus manos al hablar, sin movimientos bruscos daba entender que estaba emocionada, alegre, maravillada de estar aquí.

Tomó su copa llena de vino tinto y bebió un largo sorbo mientras observaba la manicura de su acompañante, luego vio el vestido y por último sus aretes. Era una linda imagen: ella vestía de rojo, el color de la pasión, y sus accesorios dorados complementaban con su conjunto.

—Te ves hermosa.

Sí, esas palabras dulces salieron de su boca. Casi vomita, pero se contuvo. Las comisuras de sus labios se alzaron levemente y aprovechó que la mano ajena estaba sobre la mesa para tomarla. Acarició sus dedos largos. Ella sonrió, ladeo su cabeza y sus coquetos ojos marrones se concentraron en él. Toqueteo el anillo, mas no hubo reacción.

—Gracias, quería verme bien esta noche.

Aspiró el perfume de la mujer antes de plantar un beso en la palma de la mano ajena.

—¿No quieres ir a otro lugar después de la cena? —preguntó la castaña inclinándose para acercarse a su rostro.

—Será en otra ocasión, mañana tengo una reunión muy temprano.

⤜El espectador y la víctima⤛ NightGenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora