El príncipe, la princesa y la paloma

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Había una vez un príncipe, que tenía una belleza inigualable, pues su cabello blanco y sus ojos grises eran únicos en su mundo.

Además, poseía muchas riquezas, incontables tesoros y un poder fenomenal, todo gracias a las batallas que ganaba, pues de todas las guerras él siempre salía victorioso.

Todas las doncellas querían casarse con él, pues estaba soltero; pero a ninguna se le concedía la dicha de ser la esposa del príncipe.

El nombre de este personaje, era Harold, pues cuando nació, un oráculo le hizo saber a sus padres que sería un gran jefe de guerra cuando creciera, de allí el nombre que lleva aquel significado.

Harold, era valiente, fuerte, pero lo más importante, es que tenía un gran corazón y ayudaba a todos los que necesitaban tu ayuda.

Sería perfecto, a no ser por un único defecto. Harold, no podía sentir amor; cuando nació, después de la llegada del oráculo, el rey del reino enemigo, al que le habían llegado las noticias de la predicción, mando a matar a Harold con un veneno muy poderoso, llamado "lágrimas de princesa".

Pero la reina Aya (madre del príncipe), se dió cuenta de que su hijo fue envenenado, y lograron salvar su vida. Sin embargo, quedó un efecto secundario. Harold, no podía amar a nadie, ni siquiera a sí mismo.

No importa cuanto intentaron, nada parecía revertir aquel fatídico efecto. Así que, al final, tanto Harold como sus padres decidieron aceptarlo.

Pero cuando el príncipe se convirtió en adulto, la reina Aya, le dijo a su esposo, el rey Hel, que debían casar a su hijo lo más pronto posible, pues la línea de sucesión no podía perderse.

De este modo, arreglaron el matrimonio del príncipe, con la hija de un poderoso emperador.

La princesa, se llamaba Yua, y aunque no poseía una belleza sin igual como Harald; sus bellos ojos azul cielo y su cabello negro y brillante, la hacían ser una mujer realmente muy bonita.

Ella, era una chica sumisa, tranquila y obediente, era el estereotipo de la dama perfecta. Por lo que a los padres del príncipe les pareció una opción excelente, pues además el imperio de la princesa era muy rico y poderoso

Yua y Harold aceptaron el compromiso sin oponerse, a los dos poco les importaba, pues sabían que no les quedaba otra opción más que aceptar.

Sin embargo, Yua, quería conocer por lo menos, al hombre con el que pasaría el resto de su vida. Así que, como no se le permitía verlo hasta el día de la boda, decidió comunicarse con él a través de cartas.

La princesa tenía un pasatiempo muy peculiar: criar aves. Pero no de cualquier tipo de aves, sino aves mensajeras.

Entonces, decidió mandar a una de ellas al palacio de su prometido. Escogió a una blanca paloma, a la que le había otorgado el nombre Blanca, pues sus plumas eran tan blancas como la nieve que cae en invierno.

Yua, escribió una carta al príncipe, en la que le decía lo mucho que le gustaría conocerlo, pero que no podía hasta el día de su boda y por lo tanto, ese era el único medio en que podían comunicarse.

Posteriormente se la entrego a Blanca, y le dijo como llegar al castillo de Harold. Entonces, la paloma de la princesa partió volando por el azul cielo.

Cuando Blanca llegó al reino del príncipe, fácilmente ubico el palacio, pues aquel hermoso castillo dorado se resaltaba entre todas las otras construcciones.

Lo que se le hizo más difícil fue encontrar la habitación del príncipe, sin embargo, al ver a un apuesto muchacho de cabello blanco y ojos grises en una alcoba, supo que no podía ser otro que el príncipe.

Poemas y cuentos de HadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora