¡Oh mi princesa!

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Había una vez una princesa, cuyo nombre era Gema, pues para su padre el rey, de todas las joyas que había en su inmenso palacio, su hija era la más hermosa y valiosa de todas.

Los ojos de la princesa parecían dos zafiros brillantes, su cabello era como una cascada de oro que le llegaba hasta la cintura y su labios eran tan rojos como los más finos rubíes.

Era la única señorita entre nueve hermanos varones, todos hijos legítimos del monarca y de su esposa.

Aunque en su juventud, la reina y el rey habían sido muy atractivos y su apariencia no dejaba nada que desear; no habían tenido nunca una belleza como la de su hija, que parecía salida de un cuento de hadas.

Desde pequeña, la princesita fue muy amada y querida por todos a su alrededor, pues su dulce y sonriente rostro, junto con su bella figura, hacían que no quererla fuera imposible.

Aunque había crecido muy mimada y consentida, Gema era inteligente, amable y servicial, aunque bastante infantil.

Sin embargo, conforme fue creciendo y se convirtió en una señorita, su belleza no solo se volvió mayor, sino también la pureza de su corazón.

Muchos pensaban, que Gema era un ángel que vino del cielo a cuidarlos y bendecirlos con su presencia, pues creían prácticamente imposible, que se pudiera tener la apariencia de un ángel y la personalidad de uno, siendo solo un humano.

Pero la princesa no era un ángel, ni un hada como creían otros, solo era una humana con una belleza extraordinaria y un buen corazón.

Después de celebrar su ceremonia de mayoría de edad, Gema recibió cientos de propuestas de matrimonio, de distintos príncipes, reyes, emperadores y nobles de su reino y de otros lados.

Pero no acepto ninguna propuesta, pues su sueño era poder ayudar a los demás y vivir una vida modesta. Así que después de rechazar a todas aquellas propuestas, les dijo a sus padres que quería viajar por el reino y ayudar a los necesitados.

Los reyes, no estaban muy seguros de dejar ir a Gema, pues además de ser su única hija mujer, también era la más pequeña de todos.

Solo estuvieron de acuerdo, sí la princesa se llevaba con ella al noveno y al octavo príncipes, pues eran los únicos que aún no se habían casado y que no tendrían mayor compromiso que les impidiera acompañar a su hermana.

La princesa acepto el trato y fue a ver a sus hermanos mayores para pedirles que la acompañaran. Ellos, estuvieron de acuerdo de inmediato, pues como dije antes, no le podían negar nada a su dulce y bella hermana.

Así, los príncipes y la princesa partieron en un viaje para recorrer el reino y ayudar a los necesitados.

Fueron pueblo por pueblo, ciudad por ciudad, ayudando a las personas que necesitaban ayuda; así, también pudieron darse cuenta de que se necesitaba mejorar o corregir para que la vida de sus ciudadanos fuera más amena.

Al pasar un año, sus padres les enviaron un telegrama al pueblo en dónde estaban, diciendo que había ocurrido un grave problema y que debían volver inmediatamente.

Los príncipes y su hermana, regresaron a toda prisa a su palacio, para ver qué era exactamente lo que había sucedido.

Cuando llegaron, se sorprendieron muchísimo, al ver cómo sus padres y hermanos, charlaban con un hombre totalmente vestido de negro, con una capa de cuero que le arrastraba y una corona de cuatro picos puntiagudos.

Ese hombre, sin embargo, no era feo ni parecía maligno, pues sus ojos y cabello negro en contraste con su blanca piel, le otorgaban una extraña belleza.

Aquel hombre, era el emperador del imperio más grande, rico, próspero y poderoso del continente; la razón por la que estaba allí, era para pedir en matrimonio la mano de la princesa, pues quería que fuera su emperatriz.

Gema, al verlo, se dió cuenta de que era muy joven y que probablemente sería solo un año o dos mayor que ella. Al parecer, era emperador desde hacía poco, pero su inteligencia y destreza ya le habían dado una fama mundial.

Los reyes, no querían entregarle a su hija a un desconocido, pero no podían tener de enemigos al emperador del mayor imperio de todos.

Por increíble que parezca, Gema se mostró interesada por el emperador y decidió que se casaría con él si respondía correctamente a una pregunta que ella le haría.

Su familia, quedó perpleja, pues pensaban que su dulce princesita lo rechazaría de inmediato como a todos los demás, aunque para su sorpresa no fue así.

-Mi buen emperador, quiero que sepa que es el primero al que le doy una oportunidad para casarse conmigo. Si responde correctamente a la pregunta que le hago, me casaré con usted, con la única condición de que yo sea libre de ir a cualquier parte que desee- le dijo la princesa con una voz dulce pero firme.

-Es un honor alteza, sepa que estoy de acuerdo con lo que pide, así que por favor, pregunté lo que usted desee- le contestó muy amablemente el emperador.

-Bien... Mi pregunta es la siguiente: Es tan incalculable que con dinero no se le puede comprar, tan valioso que pocos lo pueden obtener, tan fácil de perder pero tan difícil de encontrar, tan dulce cuando lo tienes y tan amargo cuando se va, ¿qué es?- preguntó la princesa, con una sonrisa en los labios.

Todos quedaron en silencio ante la pregunta, pues parecía sinceramente muy difícil de contestar, ya que podían ser muchas cosas o una sola.

-Solo tienes una oportunidad- le dijo la princesa al emperador- así que piénsalo bien.

Pasaron los días y el chico de ojos negros, no hallaba la respuesta a aquella pregunta, parecía una adivinanza, pero una muy complicada.

Mientras meditaba en la respuesta, salió a caminar por el bosque que estaba cerca del palacio de la princesa. Fue entonces cuando vió a un anciano que estaba sentado debajo de un árbol, pensativo y sonriente.

-Buen hombre- dijo el emperador- usted que ha vivido más que yo, ¿podría ayudarme a responder una pregunta?

El anciano lo observó a los ojos y le contestó:
-Veo, que más allá de la oscuridad de tus ojos, hay pureza sincera, así que te ayudaré, cuéntame qué es lo que te aflige.

El chico de cabello negro, le contó al viejo que se había enamorado de la princesa Gema, pues cuando era niño la había conocido en un baile y que desde entonces, su corazón puro y bueno lo había conquistado.

Al parecer, ella no se acordaba de él, por lo que le pido una prueba muy difícil para resolver. El joven monarca, le dijo al anciano la adivinanza y luego, lo miro fijamente, esperando una respuesta.

El viejo, le regaló una sonrisa pícara y le dijo al joven emperador, que la respuesta estaba en lo que sentía su corazón.

Al escuchar estás palabras, el joven de los ojos y el cabello negro, le agradeció su ayuda al anciano. Luego se fue corriendo al palacio de su amada, reunió a todos y les dijo que ya sabía la respuesta a la pregunta de la princesa.

Cuando ella le pregunto cuál era, él le contestó sonriente y muy feliz:
-El amor, no se puede comprar con dinero y tampoco se puede medir, pues es algo que no se ve con los ojos sino con el corazón; no todos son capaces de amar ni de lograr ser amados, pues el amor es difícil de comprender y difícil de hacer que se dé. Al igual que la confianza, es muy complicado encontrar a una persona que te amé, pero un solo error puede hacer que pierdas su amor. Cuando se está enamorado, todo parece color de rosa, pero cuando llega el desamor todo tiene una sensación, no dulce, sino amarga.

Después de decir ésto, todos quedaron en silencio. Poco después, la princesa comenzó a aplaudir y los demás hicieron lo mismo, cuando acabaron los aplausos, Gema le dijo al emperador:
-Respuesta correcta.

Ambos se casaron y todo el mundo se regocijo por ellos. Tiempo después, la princesa reanudó sus viajes de ayuda a los necesitados, pero ahora, acompañada por su esposo, que la amaba, cuidaba y protegía siempre.

El fin.

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⏰ Última actualización: Apr 12, 2022 ⏰

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