Cada semana se presentaba y se sentaba tranquilamente con él, simplemente leyendo un libro o hablando de su vida. Al principio, se había sentido increíblemente estúpida por hacerlo con un hombre que no podía oírla, un hombre que ni siquiera estaba atento a su propia existencia, y mucho menos a su entorno, pero se esforzó y ahora se convirtió en algo natural para ella.
Parecía tan tranquilo tumbado en aquella cama, no había cambiado mucho en el año que llevaba allí, el pelo un poco más largo quizás y había empezado a crecer una pequeña barba que atenuaba las duras líneas de su rostro. Sentía que se lo debía, por todo lo que había sacrificado. Le había roto el corazón cuando supo que no tenía a nadie ni nada, solo en el frío mundo que le había jodido más de una vez.
Las enfermeras habían llegado a conocerla por su nombre, pero para ellas siempre sería la chica que venía a visitar al adusto hombre sin amigos. La mayoría estudiaba bajo su tutela en Hogwarts, la mayoría le tenía miedo, entonces y ahora todavía. Pero Hermione no. Ella lo veía por lo que era y por lo que era.
Le había dado por mantener conversaciones con él casi como si esperara que le respondiera, pero eso era una tontería. El veneno de Nagini lo dejó totalmente paralizado y en coma, necesitando máquinas y magia para respirar por él. Los médicos habían hablado muchas veces de desconectar el soporte vital, pero ella nunca lo permitiría, se había encargado de convertirse en su familiar más cercano, no le importaba tener que pagar ella misma sus cuidados médicos.
A menudo le decían que era un caso perdido, que nunca encontrarían una cura para el veneno, que nunca despertaría, y que si lo hacía no sería la misma persona, pero ella se negaba a creerles. En el frío y duro mundo al que se había visto empujado toda su vida, se merecía que le mostraran unos años de bondad, aunque fuera por parte de ella, alguien a quien había aborrecido con cada fibra de su ser.
Y sin embargo, ella seguía apareciendo, seguía leyéndole y seguía queriendo que despertara. Hermione Granger no era una persona que se rindiera fácilmente ante nadie ni ante nada; sus amigos siempre le decían que daría su último aliento intentando salvar el mundo y convertirlo en un lugar mejor. Ella se limitaba a sonreír y decir: "Es mejor haber intentado hacer un cambio, que quedarse de brazos cruzados y no aportar nada a la sociedad."
Sin embargo, no sabían que venía aquí una vez a la semana, nadie lo sabía excepto los médicos y las enfermeras. Ella no quería que nadie lo supiera, le gustaba estar sola. Vivía sola en una casita encaramada en la cima de una gran colina a kilómetros de distancia de cualquier persona y así era exactamente como le gustaba. No necesitaba rodearse de gente para sentirse completa, era feliz con su propia compañía. No quería una relación ahora mismo, por mucho que quisiera a Ron y a Harry, sólo quería tiempo para relajarse y encontrarse a sí misma antes de sentar la cabeza.
Y ahora, aquí estaba de nuevo, otra semana, otra visita. La suave y pálida carne se deslizaba sobre la mano de él que descansaba tranquilamente sobre su estómago, se había encontrado a sí misma tocando suavemente su mano o empujando su pelo detrás de la oreja de forma cariñosa en casi todas las visitas. Casi se sentía como si lo conociera.
Su contacto nunca había provocado una reacción y sabía que probablemente nunca lo haría, pero le gustaba tratarlo como si fuera un ser humano. La mano de él se movió bajo su propia piel con una ligereza de pluma que ella creyó haber imaginado. Sacudió la cabeza con brusquedad desechando el estremecimiento bajo su cálida mano mientras comenzaba a leer el libro que había traído hoy.
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𝑬𝒍 𝒆𝒇𝒆𝒄𝒕𝒐 𝒑𝒍𝒂𝒄𝒆𝒃𝒐 || 𝑺𝒆𝒗𝒎𝒊𝒐𝒏𝒆
FanficHermione Granger siempre ha intentado hacer del mundo un lugar mejor, cuando se entera de que Severus Snape está en San Mungo solo en coma sin que nadie en el mundo se ocupe de él, se encarga de sentarse con él y mostrarle algo de amabilidad. Dijero...