Capítulo 22▫️

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Habían pasado dos semanas y su relación, o lo que les quedaba de ella, prácticamente había disminuido. Los dos eran como barcos de paso en la noche, rara vez se veían durante días, ya que Hermione se retiraba a su dormitorio en cuanto lo vislumbraba.

Cuando la veía, notaba sus ojos rojos e hinchados y su pelo despeinado y anudado sin medida. Estaba claro que se pasaba los días y las noches llorando hasta quedarse dormida o mirando al techo con la mente a mil por hora y, sinceramente, él no estaba muy lejos de hacer lo mismo.

Se pasaba las horas tumbado en la cama, viendo pasar la mano glacial del tiempo mientras miraba fijamente el techo blanco y descarnado, casi como si esperara que se abriera y lo consumiera. No podía evitar sentirse totalmente responsable de lo ocurrido, y deseaba poder hacer algo para compensarlo, pero no sabía qué... De alguna manera, en esta situación, un ramo de flores y una caja de bombones podrían no curar la gran herida abierta en su corazón.

Era libre y, sin embargo, nunca se había sentido tan encadenado e incapaz de moverse como ahora, ya que el duro estrangulamiento de la culpa lo consumía con cada respiración que hacía. No podía levantarse y dejarla cuando estaba en este estado. Diablos, no podía irse mientras ella estaba en este estado.

Hermione estaba tumbada en la cama mirando al techo entre turbias lágrimas que se derramaban por sus mejillas con premura

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Hermione estaba tumbada en la cama mirando al techo entre turbias lágrimas que se derramaban por sus mejillas con premura. Incapaz de detener los sollozos desgarradores que acompañaban a las lágrimas, dejó que éstas desgarraran su cuerpo con gusto. Supuso que si lloraba, tal vez en un momento dado todo el dolor abandonaría su cuerpo y el dolor que la consumía desaparecería.

No sabía qué hacer. Quería odiar a Severus con cada fibra de su ser. No quería otra cosa que gritarle, decirle lo que sentía y cómo deseaba que se fuera. Quería que el tortuoso odio burbujeara en la boca del estómago hasta que el dolor saliera con cortes tan duros de su lengua que lo alejara y no tuviera que volver a poner los ojos en él, pero nunca llegó. La verdad era que, en el fondo, no le odiaba, ni siquiera un poco, ni siquiera en absoluto.

Esperaba que si podía odiarlo, entonces el odio llenaría el vacío absoluto y desolador que actualmente la desgarraba, y podría volver a sentir algo en lugar del entumecimiento que la consumía por completo.

Suspirando fuertemente, se dio la vuelta de cara a la puerta cerrada, su mente deseando que Severus entrara, para consolarla y abrazarla. No quería ir hacia él, pero en cambio, el anhelo de su corazón quería que él viniera hacia ella.

No quería que él se sintiera responsable de lo ocurrido. Era una mujer adulta y había tomado su propia decisión, y no era como si la hubieran sujetado a punta de varita y amenazado de muerte si no se acostaba con Kingsley. Si alguien en esta situación debía sentir asco por sí mismo, era él y sólo él. Aprovecharse de mujeres jóvenes y forzarlas a situaciones desesperadas en las que no tenían formas ni medios de liberarse a menos que fueran utilizadas como nada más que objetos sexuales era deplorable. Lo que más le molestaba era que nadie la creyera porque era una joven que necesitaba algo. Nadie esperaría que Kingsley, el íntegro pilar de su comunidad, forzara a una joven. En cambio, esas mujeres serían vistas como forzadas hacia él para conseguir lo que deseaban.

𝑬𝒍 𝒆𝒇𝒆𝒄𝒕𝒐 𝒑𝒍𝒂𝒄𝒆𝒃𝒐 || 𝑺𝒆𝒗𝒎𝒊𝒐𝒏𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora