Hace más de 30 días, en serio, han pasado más de 30 días.
Hace más de 30 días, recuerdos que repito en mi cabeza una y otra vez, en serio, una y otra vez.
A veces, cuando 30 días han pasado, suelo sentarme en la clara oscuridad que la luna me proporciona, pensando, intentando, en no pensar nada.
A veces, mis ojos se desbordan. Lagrimas se desgarran por lo que sería el inicio de mis ojos pero, ahora, no es más que el comienzo de mi tristeza.
Suelo pensar, creo, que no pienso mucho en todo lo que ha pasado, en las noches de hotel, los días de escuela y las madrugadas de conversaciones que, en serio, no tenían sentido.
Jugaste a estar disponible, jugaste a poder tenerme, jugaste a querer estar conmigo y jugaste, en serio lo hiciste, a quererme.
Ahora, intento no pensar en que no estoy desbordando mis lagunas, estancadas en canoas que se forman debajo de mis ojos, heredadas de interminables noches en las que tu recuerdo me persigue.
En serio, seguidas de incontables días en los que, por lo general, no puedo caminar derecho, torcido, me desplazo incorpóreo e insatisfecho.
Lo sé, varias lunas han pasado, ahogo mis recuerdos en el vaso que mi mano derecha sostiene, temblando, contando los dedos para saber que no he perdido ninguno y que, por el contrario, he perdido mi cordura.
Me tambaleo en el borde de un precipicio, deseo poder estar lo suficientemente pérdido como para no reconocer a este como tal e intentar, en serio, caminar sobre el aire que me sofoca y ahoga, me alimenta y llena, satisfecho de su falta de sustancia.
Quemo mis dedos en el fuego solo para comprobar que, de hecho, sigo vivo.
Ahogo mis penas en pequeños vasos que me hacen olvidar que, de hecho, tengo cosas por olvidar.
Miro fijo al sol, parece estar muerto, no me deslumbra su brillante luz de medio día, pero, por el contrario, la opaca luz de luna me resulta inaceptable, inapreciable, intolerable, no la concibo.
No quiero ahogarme. Me parece que, de hecho, el aire de esta noche es más pesado, no parece ser tangible, no parece ser. No parezco ser.
Mis labios están secos, por ellos solo se estancan mis lágrimas rebeldes, no alimentadas de agua, sino de mi alma.
Lleno mi vaso, lo miro sobrepasado, exaltado, como con la necesidad de quedar vacío, como con la necesidad de ser tomado, vacío, pero está lleno, vaya uno a saber de que cosas.
Entonces, mi balanza cada vez pesa menos, mis ojos cada vez se hacen más profundos, los brazos que me abrazan cada vez más delgados, las piernas que me sostienen cada vez más, en serio, delgadas.
Mi cuerpo pesa más, le cuesta moverse por el aire, es espeso, contaminado, ahogado, inundado.
En serio, no sé, ¿podré caminar por el aire que intenta, de forma desesperada, ahogarme?.
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La poesía en tus ojos, mentira
PoesíaEn esta historia hay cuentos. Cuentos varios, historias, poemas -capaz- e, incluso, pequeños pedazos de mi corazón que he dejado partir en la búsqueda de terminar con el desamor. Son cuentos que no son contados, son leídos. En mi nunca existió la...