Que bella rosa, dijo un viajante al pasar

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Imagínese usted enamorado.
Imagínese usted enamorado sin poder hacerlo.
Imagínese usted viendo, viéndose, una rosa creciendo, naciendo, en medio de su arbolado jardín.
Una rosa roja, teñida de la sangre de dos amantes que se supieron cantar las prosas más dolorosas en la más amorosa noche de luna llena.
Usted la ve, crecer, nacer, en medio de la blanca arbolada, los pastizales frescos y los vientos invernales.
Usted, en todo caso, hará que su amor crezca en los más fríos y crueles inviernos, pero simplemente observará como ese amor crece. Inundando su jardín, plagandolo, crecera esa rosa y todas las demás flores se marchitaran, la rosa consumirá su energía.
Entonces, planteado el panorama, dígame usted, ¿qué haría?.
Naturalmente, coincidimos en que usted es un ser humano, intentará arrancar la rosa y se pinchará. Una, dos, tres e, incluso, una cuarta vez. Obstinado, intentará arrancarla cuando nadie lo vea, en su propio jardín.
Cansado, intentará tomarla por la noche, cuando solo la luna servirá de testigo para presenciar su fracaso. Lo intentará.
Lo intentará cuando los pájaros hayan dejado de cantar, cuando las hojas hayan dejado de sonar y la naturaleza haya cesado su voz y canto ante su intento desesperado por alcanzar el amor.
Dígame, ¿Qué haría ahora?.
Eventualmente, la rosa comenzó a significarle una preocupación menor, de todas formas, siempre la veía brillar, fuerte y nueva, como si recién  hubiera florecido. Como si el amor recién hubiera nacido.
Para usted varios inviernos, varias primaveras, han pasado.
Su jardín, que había sabido verse verde y frondoso, hoy se encuentra seco y negro. Sólo, únicamente, persiste la rosa que usted nunca tuvo intención de plantar. Decide que ha sido suficiente, se encuentra particularmente cansado y decide comenzar en otro jardín, en su hogar igualmente. En el mismo pretende plantar muchas rosas, rojas, azules y blancas.
Plantará rosas que le darán envidia a la indesada pero aferrada primera rosa.
Decidido, prepara la tierra y planta las semillas, en un principio todo se encuentra de maravilla. Las rosas crecen, con los colores más brillantes, la fuerza más inestable y a una rapidez descomunal.
No todo sale como uno lo planea y las rosas comienzan a deprimirse, usted también y las ve, solas, como una por una se marchitan. Lo abandonan a usted y su jardín.
De igual forma, el primer amor, indeseado y cruel, sigue estable. La rosa sigue fresca y con cada una de sus hermanas caídas, con cada amor muerto incluso antes de haber nacido, parece crecer más.
Incluso, sus pétalos, a medida que pasa el tiempo, amenazan con cubrir todo el jardín, tapar su casa y aplastarlo.
Parecen aplastarlo a usted y a sus ganas de plantar nuevas rosas, ¿Dónde?, ya no queda parte de su jardín, mi jardín, que no haya sido ya plantado.
Ya no queda parte de su corazón que no haya sido ya perforado.
Para este punto, usted ya lo sabe todo perdido y decide, impulsado por la necesidad de conservar algún rasgo de humanidad, únicamente observar como la rosa crece y crece con el pasar de los años.
A veces, usted, alucinará con la posibilidad de cruzarse con la rosa e ignorarla, desconocer que la conoce, el nombre que la nombra y seguir su camino esperando a que la misma no decida tocar su hombro y preguntarle como todo ha ido.
No nos engañemos, lo he tratado de usted pero del que hablo es mi yo del pasado. Mi jardín ha sido infestado con el aroma de las rosas, dulce y húmedo, distante y cercano. Decadente primer amor que no ha sido deseado ni llamado, del cual no puedo desligarme y cual rosa no he podido arrancar.
Mi propósito hoy es distinto, el día en el que pueda arrancar esa rosa no la conservaré, la destruiré y posteriormente, !oh, yo sé!, me arrepentiré.

La poesía en tus ojos, mentira Donde viven las historias. Descúbrelo ahora