Decisiones

61 10 2
                                    

Las luciérnagas iluminaban el patio con su tenue luz; danzando por los alrededores, sin importarles la vida que muy pronto terminaría para ellas. Yo las miraba desde mi hamaca; mientras que también miraba la luna, las estrellas y escuchaba a los grillos cantar desde la grama húmeda.

Soñaba despierta; imaginaba el momento en el cual pudiese decirles la verdad y ser libre. Sin embargo, temía el rechazo, temía el dolor incesante que me pudiesen causar.

El cielo despejado, con sus estrellas luminosas, me producía tranquilidad; aunque sabía que solo era la calma que precede a la tormenta. Una tormenta que traería vientos huracanados que haría temblar a cualquiera. Una tormenta que haría estragos en mi vida. «¿Merece la pena?» Pensé.

Entonces, observé hacia la casa y la miré, sentada en el suelo mientras estaba absorta en su libro.

—Puedo sentir tu mirada, Alison. —La vi sonreír.

—No puedo evitarlo. Eres hermosa.

—Tonterías. —Ella dejó su libro en el suelo y se acostó junto a mí.

Su mano se entrelazó con la mía y su respiración calmada en mi cuello hacía que tuviera todo más claro. En ese momento supe lo que debía hacer, iba a desatar la tempestad.

—¿Qué está rondando tu cabeza? —preguntó con curiosidad.

—Nada importante. Una idea simplemente que se me ocurrió mirándote.

—No vas a decirme, ¿verdad?

Negué con la cabeza y le di un corto beso en los labios para luego seguir viendo las estrellas y la luna que hacían que todo fuera mágico.

*****

A la mañana siguiente me levanté junto a Bianca; la miré a mi lado con el cabello liso en su frente. Sabía que aún estaba dormida por el leve ronquido que percibía. Sonreí al verla tan tranquila, ya quisiera yo estar así.

Despacio me salí de la cama y fui al baño a lavarme la cara y a cepillar mis dientes. Mientras hacía todo eso reparé en mis pensamientos nocturnos. Había decidido decir la verdad, mí verdad.

Salí del baño y miré nuevamente a la cama. Ella seguía dormida; era una perezosa los fines de semana, pero la entendía, ella trabajaba mucho, así que tendía a dormir hasta tarde cuando tenía tiempo.

Fui a la cocina y saqué las cosas para preparar el desayuno; huevos, tocino, tostadas y café. Aunque yo tomaba jugo de naranja porque no me gustaba el café, y era algo que Bianca no lograba entender por más que le explicara. La verdad era que detestaba el sabor amargo de este, y además el café me recordaba un poco a mi padre.

Encendí la estufa y coloqué la sartén. Esperé a que estuviera lo suficientemente caliente y rocié un poco de aceite. Una vez había freído los huevos, pasé al tocino. El pan estaba en la tostadora y el café de Bianca en la cafetera.

Esto valía la pena. Vivir con Bianca valía la pena porque la amaba. «¿Por qué es tan difícil de entender?» Me preguntaba. Mis padres habían sido conservadores toda su vida, pero eso no les impidió vivir su historia de amor. «¿Por qué tienen que juzgarme?»

Ellos pensaban que Bianca era solo mi amiga, que era mi compañera de casa. Y aunque eso era en parte cierto, la verdad era muy distinta. No podía imaginarme una vida sin ella, no lo concebía en lo absoluto. En el pasado creí haber encontrado el amor, pero solo era una tonta universitaria que estaba viviendo una mentira, jugando con fuego, sin saber que me quemaría por pensar que la vida era efímera.

Empecé a acomodar todo y serví el desayuno. Entonces escuché los pasos entrando en la cocina. Volteé y la encontré risueña. Su pelo estaba desordenado y bostezó. Vestida con su pijama y descalza, vino hacia donde estaba y me dio un beso en la mejilla.

Tempestad - Inseguridades ocultas [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora