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- Shin Kihyun nació en el seno de una familia que rozaba lo maniático.

Ni siquiera llegaba a ser disfuncional, era un criadero de locura, violencia y sangre.

Su madre fue una drogadicta que durante todo el embarazo consumió sustancias ilícitas sin descanso, terrible considerando que Kihyun no fue su único hijo, sino que tuvo dos más. Tuvieron que ser seis en total, pero los otros tres fueron abortados. Minah se dedicaba además a vender su cuerpo para conseguir el dinero y comprar droga, por lo que sus tres hijos eran de padres distintos y ninguno conoció figura paterna además de que la materna estaba, prácticamente, ausente.

Debido a ello, Kihyun vivió de cerca lo que era la prostitución, trata de blancas y pedofilia. En especial cuando tuvo diez años y salió a pasear con su hermanita menor, Sekyung, que entonces tenía seis años. Como Minah se preocupaba solo de ella, ellos tenían que conseguir algo para comer, hurgando muchas veces en basureros para encontrar un pedazo de pan.

Kihyun sabía leer y escribir porque asistió hasta el año pasado a un colegio pues Minah quiso cambiar su estilo de vida una vez lo tuvo, pero como ocurría en gran parte de esos casos, las adicciones eran más fuertes que su voluntad. Gracias a esto, Kihyun conocía los nombres de las calles y su sentido de orientación era increíble, evitando los puntos más peligrosos de ese ya marginado barrio en el que vivían.

Aunque eso no evitó que se encontrará con ese grupo de gente riendo, fumando y gritando.

Pensó que no los notarían, después de todo, las personas tenían una extraña habilidad para ignorar a los niños vagabundos, ¿no es así?

Pero lo notaron. A él y a su bonita hermana menor.

—Hey, heeeeey —dijo uno de esos adultos ubicándose frente a él, deteniendo su paso—, niño, que linda es tu amiguita...

Kihyun retrocedió en tanto Sekyung se ubicó detrás de él, llena de tierra y oliendo a mierda. Aun así, era una bonita niña pequeña.

—Queremos pasar —dijo con voz débil.

Esos adultos se rieron.

—Está bien, ¡está bien! —dijo otro estruendosamente—. Pero ¿quieres hacer un trato, niño? ¿Cómo te llamas?

—Shin Kihyun.

—Shin, Shin —repitió un tercer hombre—, te ves hambriento, ¿quieres algo para comer?

El estómago de Kihyun sonó por el hambre y el niño sintió baba en su boca ante la perspectiva de comer algo.

—Sí, señor —balbuceó—, mi hermana y yo tenemos hambre. No tenemos comida y tenemos un bebé en casa.

—¡Bien, bien! —gritó el segundo—. Mira, Shin, ¿qué tal esto? Nos dejas a tu hermanita dos horas y luego vamos a comprar al supermercado, ¡suena increíble!

Kihyun se giró hacia Sekyung, que parpadeaba sin entender nada. Sus tripas se apretaron gracias a la necesidad de comer algo, y entonces esa idea no le parecía tan mala, ¿cierto? Esos hombres se veían muy amables.

—Bueno —dijo con una sonrisa afiebrada, necesitado de comida—, ¿debo quedarme con ustedes?

—Ve a dar unas vueltas —dijo el primer hombre que habló—, luego, regresa aquí en dos horas.

𓏲  𝗠𝘂𝗻̃𝗲𝗾𝘂𝗶𝘁𝗼 𝗱𝗲 𝗽𝗼𝗿𝗰𝗲𝗹𝗮𝗻𝗮 ! #𝗦𝘂𝗻𝗴𝗞𝗶 ﹆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora