Capítulo 1 - Silencio

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Silencio.

Algunos lo definen como la ausencia de ruido o el hecho de quedarse sin nada que decir.

Yo prefiero darle una definición un tanto distinta...

Para mí el silencio es la muestra de traición más grande que se puede ejercer sobre otra persona, da igual quien sea, si te quedas en silencio cuando más te necesitan eres el traidor más asqueroso que puede existir.

Ahora creerás que soy un exagerado, pero ni más lejos de la realidad cada persona tiene una idea o concepto de "justicia" que los clasifica dentro de un grupo, estos grupos a su vez se dividen de nuevo en más grupos haciendo la misma distinción, ¿Cuál es tu justicia?

Tal vez tu justicia sea acusar a un compañero de clase con el profesor porque le has visto copiar en un examen o tal vez tu justicia sea la de callarte la boca cuando ves como dan una paliza a este mismo compañero tuyo que se chivó porque "no es tu problema", ¿verdad?

Pues déjame decirte, eso es silencio, y el silencio es el arma más mortal que puede existir en este mundo, es una conclusión completamente acertada a la que llegue hace ya un tiempo, si la curiosidad te puede y quieres saber más, pues, te lo diré. Fue hace exactamente unos tres años cuando la persona en la que más confiaba de todo el mundo guardo silencio, un silencio tan mortal que al principio llegue a pensar que me quede sordo al no ser capaz de oír su voz defensora, pero no, fue el silencio de alguien que sabe que ha hecho algo malo de verdad y decide que el caudal siga su curso sin preguntarse a quién puede arrastrar la corriente. Por suerte o por desgracia, más bien esta última, a mí me arrastro una marea demasiado fuerte y no me ha permitido levantar cabeza desde ese momento, tres años atrás...

Ahora fijo que vienes con el clásico y para nada desesperado "hay que apoyarse en la familia" ja, seguro... ¡Sorpresa! (para nadie) quienes hacen mis días un infierno son esas mismas personas las cuales se supone que deberían ser las personas más importantes de mi vida, pues no es así, día a día es un juego infernal en el cual el premio es no recibir una paliza total al final del día, ¿resulta gracioso, verdad?

Lo que me recuerda a que no te he hablado de esas maravillosas personas con las cuales convivo y disfruto mis maravillosos días de saco de boxeo familiar al cual no se le ha permitido salir de la casa en casi tres años a menos que fuera para ir al otro infierno, el instituto.

Pero vaya, tonto de mí, estoy hablando de otros cuando ni siquiera yo mismo he hablado de mí o me he presentado, bueno, será la costumbre de no tener relevancia ni para mí mismo, pero bueno, ¿por dónde empiezo?

—¡Hey Monstruo, sal de tu escondite! —me asusto al escuchar el grito de una voz desde detrás de mi puerta de madera cerrada, haciéndome dar un fuerte golpe hacia adelante, tropezándome conmigo mismo y con mi escritorio. Esto consiguió estremecerme un poco y cuando me quise dar cuenta de que estaba sentado en mi ruinoso escritorio de madera carcomida, al cual le faltaba una pata por lo viejo que era y se balanceaba al mínimo roce con algo de fuerza, el golpe que le di casi desarma la mesa por completo.

Me abalancé hacia adelante para agarrar la mesa y lo logré, a duras penas, estabilizarla y colocarla en la única posición segura que le permitía mantenerla estable.

Otro golpe sonó en la puerta. —¡Más te vale salir de ahí ahora mismo, mi paciencia se está agotando, puto Monstruo! — me levante de mi silla con cuidado y simplemente camine hacia la puerta por causa del grito, varios decibelios más alto que el anterior que sonó, para ver como pateaba mi puerta, no me sorprendieron mucho los golpes. Justo antes de tomar la manija de la puerta me di cuenta de algo, el silencio a su vez es un arma de doble filo, ya que este propio también es un ataque hacia otros que puede ser tan despiadado como suicida, en mi caso, pero la verdad, me la suda tremendamente, no es un hecho aislado el tema de que me quiero morir, pero el sencillo hecho de repatearles la existencia a estos gilipollas saliendo sonriendo día a día me llena de suficiente esperanza, o más bien idiotez, como para enfrentarlos, cosa que como adivinaras, no suele acabar muy bien.

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