Capítulo 10 - Decisiones de peso

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Cuando abro los ojos, me encuentro con Juan, durmiendo plácidamente. Su rostro refleja una serenidad que me alegra ver, considerando lo que me contó anoche. Dudo que en su hogar encuentre esta misma paz.

Está acurrucado en el centro de la cama, las mantas lo envuelven por completo. Parece tan tranquilo, y eso me reconforta profundamente, joder.

Me desperezo y, como un acto reflejo, alcancé mi móvil. Sin mensajes. Sin embargo, noté que el reloj ya marcaba más allá del mediodía, y seguramente deberíamos haber bajado a desayunar hace un rato.

Me dio pena, pero decidí sacudir suavemente a Juan para que se despierte. Se revolvió un poco, pero tan pronto como me reconoció, se relajó y hundió la cabeza en la almohada.

—Ya es tarde, deberíamos bajar a desayunar —comenté en voz alta. Respondió con algunos gruñidos que interpreté como un "un minuto", así que decidí dirigirme primero al baño.

Estaba todavía medio adormecido y en piloto automático. Ni siquiera me di cuenta de cuándo volví a estar sentado en la cama, esperando a que Juan se despertara.

Pasaron unos minutos y finalmente decidió salir de la cama. Sin decir una palabra, ambos nos dirigimos a la puerta y bajamos las escaleras. Todavía estábamos cansados, después de todo, no habíamos dormido lo suficiente.

Sin embargo, nuestro cansancio pareció insignificante cuando entramos en la cocina y vimos las profundas ojeras que marcaban el rostro de Marcos. Estaba apoyado en una taza, supongo que con café. A su lado, la medicina que Marisa había dejado anoche estaba claramente a la vista. Frente a él, se encontraba Alex, que parecía calmada, pero su pierna subía y bajaba de forma frenética, dejando entrever que su aparente tranquilidad era pura fachada.

Nadie había hablado aún, y no estaba seguro si eso era una buena señal.

En cuanto nos vieron, la expresión de Marcos se relajó al fijar sus ojos en Juan, pero se tensó al verme a mí. ¿Había algo mal?

Antes de que pudiéramos decir algo, fuimos interceptados por dos platos rebosantes de tortitas caseras y una Marisa sonriente. O al menos, eso parecía en apariencia. Sin embargo, no me lo creí ni por un segundo ya la conocía lo suficiente. Algo había ocurrido, y Marisa estaba tratando de suavizar el golpe. Se notaba en su mirada, sobre todo cuando sus ojos se posaban en Juan, reflejaban un brillo extraño y triste.

—Tomad asiento, chicos, necesitamos hablar —comenta mientras se da la vuelta y se acerca a la encimera.

Juan aún no ha notado la tensión en el ambiente, o tal vez está evitando reconocerla. Nos miramos brevemente y luego nos sentamos. Juan al lado de Marcos y yo al lado de Alex. Todos dirigimos nuestras miradas hacia Marisa, quien adopta una expresión más seria.

—Esta mañana hablé con tu madre, Juan —comenzó. Juan detuvo el tenedor a medio camino y lo apoyó en el plato, centrando su atención en Marisa.

—Me pidió que puedas quedarte con nosotros durante un tiempo debido a las obras que estáis realizando en casa —justifica al instante. No se detiene a reflexionar sobre sus palabras, continúa hablando —ella sugiere que permanezcas hasta fin de año y luego regreses a casa alrededor del uno o dos de enero.

Todos observamos a Marisa y luego a Juan, esperando su reacción. Si tenía algo que aportar, Juan lo guardó para sí mismo.

—C-claro —respondió después de unos segundos. Me miró durante un momento, con un rastro de miedo en sus ojos, pero se calmó cuando Marcos le tomó la mano. En esta ocasión, no ocultaron su afecto a la vista de los demás.

A partir de ese momento, todo se volvió más tranquilo. Todos sabíamos que algo andaba mal, pero ninguno de nosotros se atrevía a hacer preguntas, especialmente por Juan.

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