Paso 3: AFILA LOS CUCHILLOS

95 15 9
                                    

El hombre lobo

Como un lobo, aullo a la luna. No me importa que me tilden de loco.

No tengo manada, ni a quien amar; no tengo nada. Me harté de vagar... Es que estoy cansado.

Subo hasta la cima más alta. No temo caer al abismo.

No tengo manada, ni a quien amar; no tengo nada. Me harté de vagar... Estoy acostumbrado.

Juega conmigo una vez más. No me ignores luna adorada.

No tengo manada, ni a quien amar; no tengo nada. Me harté de vagar... ¿No ves que estoy muriendo?


Ellos anhelaban mandarme al infierno, disfrutaban mi persecución y visualizaban mi juicio frente a los Dioses del Olimpo.

Habían pasado quince días desde que me liberé de ser encarcelado por lo sucedido en el salón de clases. Ahí estaba, sentado bajo un árbol, con la luz de la luna iluminando mis ojos, los recuerdos llegaban con intensidad.

<<¿Habrá alguien que comparta mis pensamientos? ¿Alguien sentirá que era una mejor persona antes que ahora? ¿Echará de menos su inocencia?>> Es cierto, fuí un niño malicioso, pero mi pureza residía en cometer travesuras por simple curiosidad, ya sean buenas o malas, aunque más bien malas que buenas. A mis once años, era consciente de las decisiones trágicas que había tomado, pero no me arrepentía de nada; estaba completamente seguro que ningún inocente había salido herido. "Si no te defiendes, te comerán vivo"

Esa madrugada decidí ya no seguir huyendo, esperar a que los perros ladraran y los ruidos dilataran los poros de mi piel... Estaba cansado.

De repente, minutos más, horas menos, sentí el calor humano a mi alrededor. Las pistolas apuntaron silenciosamente hacía mí. Por fin los rostros de los que me atormentaron esos días se aclararon.

Con la mirada puesta en el cielo, les regalé una gran sonrisa. Mi serenidad los espantaba, ¡Yo lo sabía! Sonreía porque ya lo tenía premeditado.



Me gustaría conocer el cielo.
Ya me cansé de deambular
por el infierno.


¡Era famoso! Los medios nacionales seguían mi caso y especulaban sobre la prisión preventiva. Iría a una cárcel de menores de máxima seguridad ya que aún tenía once años y era lo mínimo que podían hacer ante la exigencia de la ciudadanía.

Mi traslado fue atropellado. Entre abucheos, gritos y disturbios me dirigí hacía la fiscalía. De repente el mundo cambió por un instante:
Los gritos se volvieron clamores hacía mí, el lugar se llenaba de aplausos y felicitaciones, la calzada era la alfombra roja de Hollywood y el sonido de los cacerolazos era música digna para la entrada de un rey ¡Cuánto amor de la plebe!

Sin embargo, al poner un pie en el recinto, mi visión se desvaneció... El correccional de menores no era ningún castillo, sino un lugar donde las miradas de los dependientes y gritos de los reos aseguraban que mi estadía no sería agradable.

El camino dentro de aquel tunel se volvía oscuro, húmedo, asfixiante. Los métodos de inspección fueron casi sexuales; invasivos y extrañamente orgásmicos para las manos ásperas de los dos supervisores anónimos, los cuales vestían trajes de fumigadores.

Mi libertad había llegado a su fin. Los grilletes que aprisionaban mis manos en el camino a mi celda me lo confirmaban de manera cruel.

Al entrar, con un empujón al que sería mi nuevo dominio, pude distinguir en la penumbra a un joven moreno, alto, con gesto de pocos amigos y de apariencia adulta. Los guardias me soltaron con un tono gracioso: "Bienvenido al Seol de choco".

¿CÓMO DESCUARTIZAR A MIS ENEMIGOS?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora