No estaba.
Harry despertó al instante. Abandonó la cama y fue a buscarla. La encontró saqueando la nevera. Divertido, comprobó que había preparado un refrigerio para dos.
—Veo por todos esos sándwiches que sabías que vendría —comentó con un bostezo.
—Sí —aceptó con leve resignación—. Sin duda dirás que se debe al Infierno.
Le quitó el plato de las manos y lo dejó a un lado. La rodeó con los brazos y apoyó la frente contra la suya.
—Sigue molestándote, ¿verdad?
—Sí.
Simple, conciso y sincero. Rasgos que le gustaban de ella.
—¿Crees que el Infierno hace que sea menos real lo que sentimos el uno por el otro?
—Si nuestra relación es únicamente capricho de ese Infierno, entonces no tiene nada que ver quién sea yo como persona —repuso con voz un poco atribulada—. O quién seas tú, para el caso. Simplemente, estamos emparejados sin tener nada en común aparte de la atracción sexual. ¿Cuánto crees que va a durar eso?
—Entendido —fue directamente al meollo—. Quieres seguridad. Certeza. Quieres saber que vamos a seguir juntos dentro de cincuenta años.
____ ahogó una risa que insinuaba lágrimas.
—Por ahora, me conformo con un año. Incluso con una semana. Pero sigo esperando que todo salga terriblemente mal. Si lo que sentimos se debe al Infierno, entonces es fantasía, no realidad.
—Es más que eso, ____, y tú lo sabes —se apoyó contra la encimera y la cobijó en su pecho—. O bien el Infierno es real o bien es fantasía. Si es una fantasía, terminará y tú resultarás herida. Pero si es real, tienes miedo de que te sea arrebatada la capacidad para tomar tus propias decisiones en la vida.
Ella asintió.
—¿Y si decidimos que no nos gustamos? ¿Y si no somos capaces de levantar unos cimientos duraderos juntos? ¿Y si descubrimos que nuestros objetivos en la vida son muy distintos? Según tú, estamos atrapados juntos para siempre.
—¿Te sientes atrapada, cara?
—A veces —confesó.
Le tomó el rostro entre las manos y la besó, transmitiéndole toda la ternura y seguridad que pudo.
—Sospecho que eso es cierto para el amor en general, no sólo con el Infierno. No has perdido una parte de ti misma. Has ganado algo que antes no tenías. Al menos, yo sí.
En vez de relajarse, se mostró más ceñuda.
—Pero cuando entró en escena el Infierno, ¿no sentiste como si hubieras perdido todo el control?
—Por supuesto. Y entiendo que tienes la necesidad de dirigir tu propia vida —se encogió de hombros—. No es mi intención interferir en eso.
—Ya lo has hecho —señaló con suavidad.
—Cariño —un vestigio de impaciencia se asomó a su voz—, nadie tiene un control total sobre su vida y algunos únicamente disponen de una limitada elección. El control es la ilusión.
—Es mi ilusión, así como el Infierno es la tuya —insistió con obstinación.
—Te niegas a creer que pueda existir debido a tu abuela —sabía que iba por terreno peligroso, pero ya no le importaba—. Tu cuento de antes de dormir ha sido sobre sueños perdidos. Siendo yo un pequeño salvaje, el mío era el del lobo y los cerditos... Lo que quiero decir es que soy bien consciente de que, si levantamos nuestros cimientos con paja, se los puede llevar el viento. O podemos construirlos de piedra para que resistan las tormentas más intensas. Nosotros elegimos las herramientas y los materiales. También elegimos nuestros sueños. Juntos.