Capítulo XIV

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Pasó el invierno y llegó la primavera. Los días se hicieron poco a poco más cálidos y soleados. Siempre había algo que hacer en el viñedo o en la bodega, pero a Fluke se le hacían muy largos los días.
Inn hacía todo lo posible por animarlo, pero no estaba de humor
para reírse con las historias que le contaba para entretenerlo. Sentía
que le habían arrancado el corazón.
Y lo había hecho Ohm.
–Se te pasará –le dijo Inn una tarde–. No era lo suficientemente bueno para ti. Como el otro.
Sonrió y asintió con la cabeza, pero Ohm no tenía nada que ver con ese otro hombre. No había llegado a amar a Mean Piravich, no había comparación entre los dos.
Lo que sentía por Ohm le había enseñado lo que era de verdad el amor. Y con él había aprendido también lo que era sentir un
profundo y desgarrador dolor en su alma.
Trataba de parecer contento y trabajaba como siempre en el
viñedo, pero por dentro no podía dejar de pensar en lo que había
perdido.
Una noche, mientras buscaba un libro sobre la elaboración del vino en el despacho, se encontró el paquete que Ohm había olvidado en la suite del hotel cuando se fue apresuradamente la noche de los premios. Fluke lo había metido en la maleta con la intención de enviárselo, pero se le había olvidado.
Le había dicho que era la foto de los koalas enmarcada y decidió abrir el paquete.
Era una imagen muy bonita del koala madre abrazando a su bebé en lo alto de un árbol. Bajo la foto, en el marco, había una placa y le llamó la atención lo que había allí escrito en italiano y en inglés.
Para la Planta de Ingfah en el Hospital, dedicada a su recuerdo
También había una fecha.
Fue a su ordenador y buscó en Internet. Encontró una página web que hablaba de un hospital italiano que tenía una planta con ese nombre, era para niños con enfermedades renales. Leyó que era Ohm Thitiwat quien financiaba ese departamento del hospital.
También encontró la foto de una niña de cabello castaño y grandes ojos cafés. Unos ojos que reconoció al instante. Sintió que se le encogía el corazón. No tuvo que leer nada más para saber de quién era hija.
Ohm no había donado un riñón a una amiga, lo había hecho para salvar la vida de su propia hija. Pero la pequeña no había conseguido sobrevivir.
Pensó en la cicatriz que tenía Ohm en su costado y en cuánto debía de costar mantener en funcionamiento esa planta del hospital.
Se le hizo un nudo en la garganta al pensar en ese hombre y sus secretos.
Un hombre al que nunca iba a volver a ver.
Ohm llevaba semanas ayudando con la cosecha.
Había tratado de concentrarse por completo en el trabajo desde que regresara a Italia, pero no podía permanecer sentado en su despacho más de cinco minutos, no podía estar quieto. Prefería ayudar en el campo.
Un día, al regresar al despacho, vio que tenía un correo electrónico de Kao Nopparat. El director general lo felicitaba por haber conseguido que Vinos Natouch firmara el contrato y le recordaba que, según su acuerdo, podría seguir disfrutando del dinero de la familia.
No entendía nada. Se sentó y se quedó mirando el mensaje y releyéndolo.
Ese chico, que tantas sorpresas le había dado, acababa de dejarlo con la boca abierta una vez más. Y esa era la sorpresa más grande de todas.
La tienda y el bar para turistas que tenían en el viñedo habían estado llenos todo el día. Terminaron tarde y Fluke dejó que Mild se fuera a casa mientras el terminaba de fregar las copas y recoger. De todos modos, prefería estar ocupado para no pensar tanto en Ohm.
Se preguntó si a él le pasaría lo mismo. Pero se lo imaginaba
aliviado de haber podido volver a Italia, donde las personas eran mucho
más elegantes. No sabía si estaría con alguien, pero no quería pensar en ello. Guardó la última copa y se puso a limpiar la barra de madera.
Oyó el sonido de un coche sobre la grava y maldijo entre dientes. Lamentó no haber colgado el cartel de «cerrado» antes de ponerse a limpiar. Miró por la ventana, era un deportivo rojo.
Frunció el ceño y se puso a limpiar el fregadero que había tras la barra.
–Lo siento, está cerrado –dijo Fluke al oír la puerta.
Siguió limpiando sin mirar, no tenía tiempo para esas cosas.
–No estoy aquí para probar el vino.
Sus manos se detuvieron en el borde del fregadero y tuvo que sujetarse a él.
Levantó los ojos y se encontró con Ohm en la puerta. Era aún más apuesto de lo que recordaba.
–Fui antes a la casa e Inn me dijo que estabas aquí. Me ha encantado verlo ya caminando, tiene buen aspecto –le dijo Ohm.
No podía respirar, sabía que no podría haber viajado hasta allí solo para ver cómo estaba Inn.
–¿Hay algún problema con el vino?
Acababan de enviar un lote del espumoso Rubida a Londres para la boda de el padre de Ohm. Pero este negó con la cabeza.
–No, todo está bien. Perfecto –contestó Ohm frunciendo después el ceño–. Espera un momento… ¿Qué ha pasado con el uniforme caqui?
Holly se miró. Llevaba un sorteo corto y unacamisa de flores  que se había
comprado en Adelaida. Lo había hecho después de pasarse un día
haciendo el degüelle de las botellas que había enviado a Londres.
Había sido muy duro estar allí solo, recordando lo que había compartido con Ohm. Y, después del trabajo, había decidido irse de compras para animarse.
–Ahora solo lo llevo cuando estoy trabajando con las vides.
Ohm asintió con la cabeza y sonrió.
–Ese conjunto queda muy bien. Estás muy guapo.
–Gracias.
Se quedaron mirándose a los ojos. Había pasado tantas noches
despierto pensando en él, recordándolo… Pero era aún más atractivo de lo que recordaba. Era tan guapo que le dolía mirarlo, sabiendo que lo había perdido. Y era peor aún sentir que resurgía una chispa de
esperanza en su corazón sin que pudiera hacer nada para controlarla.
–¿Por qué estás aquí?
Ohm parpadeó como si no entendiera su pregunta.
–¿Por qué firmaste? –le preguntó él en vez de contestar.
Levantó la cabeza con orgullo, pero se sentía decepcionado.
–Porque es un buen trato. Como me decía todo el mundo, demasiado bueno para rechazarlo.
–Pero no tenías por qué hacerlo.
–Lo sé. Y no lo hice por ti.
Tampoco lo había hecho por la planta del hospital pediátrico. A pesar de lo que había sucedido, Inn y el decidieron firmar una semana después de que ganara el premio. Y entonces no había sabido nada de ese hospital.
Vio que se pasaba las manos por el pelo. Le estaba matando verlo tan preocupado, pero también Fluke estaba sufriendo mucho.
–Bueno, ¿eso es todo? Como te dije antes, está cerrado.
Ohm dio un paso más hacia el.
– Fluke, cuando me fui, me dejé algo aquí.
Lo recordó entonces, la foto de los koalas. Su esperanza se esfumó de repente.
–Lo siento, Ohm. No tenías que venir hasta aquí solo por eso, te la iba a mandar la foto, pero…
–Gracias, pero no estoy aquí por la foto –le dijo Ohm –. De todas formas, antes tengo que explicarte algo.
El corazón le dio un vuelco.
–Sé lo de la planta del hospital –le explicó Fluke  de regreso –. Vi la placa bajo la foto y lo busqué en Internet. Has hecho un gran trabajo en ese
hospital. No sé cuánto te costará mantenerla, pero supongo que
necesitas el dinero de la familia. Por eso necesitabas que firmara el
contrato, por eso decidiste quedarte para conseguirlo –agregó–. ¿He
acertado?
Lo miraba con sus bellos ojos cafes y asintió con la cabeza.
– Ingfah era tu hija, a la que le donaste el riñón.
Ohm bajó la mirada. Cuando levantó la cabeza de nuevo, le dedicó una sonrisa.
–No supe que tenía una hija hasta que cumplió los cinco. Y probablemente no habría llegado a saberlo si no se hubiera puesto enferma. Pero fue entonces cuando su madre decidió ir a buscarme.
La única esperanza que tenían era encontrar un donante compatible
para el trasplante de riñón. Y yo lo era.
Contuvo el aliento. Le dolía muchísimo verlo sufrir tanto y saber
cómo terminaba esa historia.
–Se puso mejor tras el trasplante y teníamos bastantes esperanzas, pero al final su cuerpo lo rechazó. Sufrió una infección y fue marchitándose lentamente ante nuestros ojos. Cuando murió, me prometí a mí mismo que nunca volvería a ponerme en una situación que me pudiera llegar a suponer tanto dolor.
Deseaba abrazarlo y consolarlo, pero no se atrevía a moverse.
–Su madre y yo nos separamos después de eso. Había demasiada presión, ella vivía pendiente de mí y estaba desesperada por tener otro hijo. Pero no había nada entre nosotros. Lo intentamos por el bien de Ingfah, pero después de su muerte… No pude seguir con ella.
–Era ella con quien me comparabas, ¿verdad?
–Sí. E injustamente, ahora lo sé. Nunca fuiste como ella. Tuve
que perderte para darme cuenta de ello.
El corazón le dio un vuelco.
–¿Por qué?
–Porque cuando Michele se fue, sentí alivio, como si tuviera la oportunidad de recuperarme y seguir viviendo. Pero cuando yo me fui de tu lado…
Fluke no se atrevía a respirar.
–Sentí como si me hubieran arrancado el corazón. Volvía a sentir un gran vacío dentro de mí. Pero esa vez, había sido todo culpa mía.
Sintió que le temblaban las piernas. Y el corazón le latía con tanta fuerza como si fuera a estallar. Había soñado con ese momento desde que Ohm se fuera de su vida.
–No puedo siquiera imaginar lo que debe ser perder a un hijo.
Él le dedicó una sonrisa triste.
–Cuando Ingfah falleció, también murió algo dentro de mí. Apenas
tuve la oportunidad de conocerla, pero fueron meses muy intensos.
Después de su muerte, estaba seguro de que nunca podría amar de
nuevo –le confesó Ohm haciendo una pausa–. Pero me equivoqué.
No sabía si atreverse a soñar con lo que estaba insinuando.
Quería abrazarlo, pero temía que volviera a apartarse de él. Así que
se armó de valor para preguntarle lo que necesitaba saber.
–¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Ohm lo miró con esos ojos tan tormentosos.
–Tú lo hiciste.
Sintió que se estremecía.
–¿Cómo? –susurró.
–No estoy seguro. Pero, cuando volví a Italia, no podía estar en mi despacho y terminé trabajando en la cosecha de la uva con lo jornaleros. Nos sentábamos juntos a almorzar a la sombra de las parras. Hablábamos y reíamos juntos, pero seguía sintiendo ese dolor en mi pecho. Pensé que lo sentía porque estaba vacío. Igual que me duele la cicatriz del riñón aunque ya no lo tengo. Me convencí de que
era ese vacío lo que me dolía porque no quería pensar en que pudiera
haber otra razón. Pero eso no explicaba por qué me dolía más cuando pensaba en ti. Así que traté de olvidarte, pero no podía –le dijo él con
emoción en su mirada y en sus gestos–. Entonces me di cuenta de
que me dolía porque mi corazón sí estaba allí y estaba vivo. Porque,
sin que me diera cuenta, tú habías conseguido juntar y pegar esos
pedazos de mi corazón roto. No sé cómo sucedió. Traté de convencerme de que no eras mi tipo, pero no podía olvidarte. Te necesitaba tanto que tuve que volver, necesito saber si podrías llegar a perdonarme y averiguar si podrías llegar a sentir una fracción de lo que siento.
El corazón de Fluke no podía latir con más fuerza.
–¿Qué sientes?
–Me siento vacío sin ti. Te necesito a mi lado, en mi cama, en mi vida. Quiero que seas mi esposo –le confesó mirándolo a los ojos–. Te amo, Fluke. No puedo vivir sin ti a mi lado.
Se hizo el silencio entre los dos. Fluke se acercó y se abrazaron.
Ohm lo besó con todo el amor que sentía, su primer beso como algo
más que amantes, su primer beso como una pareja enamorada.
Fluke dejó que ese beso hablara por el y curara su dolorido corazón,
mostrándole así el amor que sentía por él, sus esperanzas y sus
sueños.
Cuando por fin se separaron para recuperar el aliento, Fluke lo miró sin poder dejar de sonreír. Ohm también lo hacía. Lo besó de nuevo, rieron y se abrazaron.
Después, Fluke tomó entre sus manos la cara de ese hombre al que tanto amaba y pudo por fin decirle lo que sentía.
–Te amo, Ohm Thitiwat. Y me parecería un sueño pasar mi
vida contigo.
* * *
.Fin

Fin

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Los Thitiwat:  La Tentación del IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora