Fluke, que había estado conteniendo el aliento, soltó una sonora carcajada. Y pensar que había estado preocupado temiendo lo que Ohm Thitiwat iba a decirles…
–Eso sí que es bueno –le dijo el tratando de controlar la risa–.
¡Muy gracioso!
Inn movió las ruedas de la silla para acercarse un poco más a Ohm.
–Escúchalo, Fluke. Escucha lo que tiene que decir este hombre – le pidió a su nieto antes de mirar de nuevo a Ohm –. ¿Qué es exactamente lo que nos propone?
–¡Vamos, abuelo! No perdamos más el tiempo. Este hombre no sabe nada de viñedos y dudo mucho que haya tenido que trabajar un solo día en su vida. Lo sentimos, Thitiwat, pero me temo que necesito a alguien con experiencia.
–Puedo podar.
–¿En serio? –le preguntó Inn con interés.
–Venga, abuelo. ¿Cómo puedes creer que…?
Pero Inn lo hizo callar levantando una mano.
– Ohm, podar vides como las nuestras es un trabajo muy especializado. No confiamos nuestras mejores plantas a las máquinas.
Es un trabajo que hacemos a mano. ¿Dónde has podado?
Fluke se cruzó de brazos y miró a Ohm con cara de pocos amigos. Le parecía ridículo que estuvieran teniendo esa conversación.
No entendía por qué estaban perdiendo el tiempo de esa manera.
Debería estar en esos momentos al teléfono, tratando de localizar a alguien que pudiera reemplazar a Boun en vez de estar escuchando las tonterías que quisiera decirles ese niño rico. Estaba seguro de que no tenía ni idea de lo que hablaba y que no habría tenido que trabajar nunca.
–En un viñedo en la región de Piacenza. Está en Italia, cerca de
Milán –les dijo Ohm entonces.
–¿Ha trabajado allí?
Ohm sonrió al escuchar la pregunta.
–Supongo que se podría decir que sí. Después de todo, soy el dueño.
De repente, se hizo el silencio en el salón.
Inn fue el primero en recuperarse lo suficiente como para hablar.
–¿Es el dueño de un viñedo en Italia?
–Así es –le contestó Ohm –. Producimos algunas variedades
locales. Sobre todo malvasía, barbera… Y también algo de merlot y
pinot noir.
–¿Y no se le ocurrió mencionarlo hasta ahora?
–No me pareció relevante. Este contrato es entre los hoteles Thitiwat y Vinos Natouch, no tiene nada que ver con mis intereses empresariales.
Fluke estaba fuera de sí. No podía creerlo.
–¿No pensó que era relevante comentarlo durante el curso de
una conversación normal? –le preguntó Fluke sin poder controlar su
enfado.
Ohm Thitiwat había dejado que el se hiciera una idea equivocada, dando por sentado que él no sabía nada de vides ni de vino. Había dejado que el lo acusara de no saber nada de ese
mundo y no había tenido la cortesía de corregir su error. Incluso le había pedido que dejara de enseñarle los viñedos para volver a la casa dándole a entender que ese tipo de cosas no le interesaban lo más mínimo.
–Lo siento. No me di cuenta de que estábamos teniendo una
conversación normal –repuso él.
«Malnacido», pensó Fluke.
–Podría haberme dicho algo –lo acusó Fluke.
–Vine para negociar los últimos detalles de un contrato y tenía
entonces la impresión de que estaban contentos con la oferta de Thitiwat. No pensé que fuera importante hablar de mi vida –le dijo Ohm –. Además, aunque lo hubiera hecho, joven Natouch, dudo mucho de que eso lo hubiera convencido de que debía aceptar mi oferta.
–Eso es verdad, Fluke –intervino su abuelo mirando de nuevo a Ohm –. Pero, ¿de verdad sabe podar?
–Tengo que ser sincero con usted, Inn. Durante los últimos dos años, he pasado más tiempo en despachos que entre las vides. Pero sí, puedo podar. De hecho, todas nuestras vides viejas se podan a mano. Durante más de diez años, estuve podando a mano cada
temporada.
Fluke sentía que las cosas estaban cambiando demasiado deprisa y que estaba perdiendo el control de la situación.
–Abuelo, ¡esto es una locura! No puedes estar pensando de verdad que sería una buena idea contratarlo a él para podar.
–¿Y por qué no iba a hacerlo, Fluke? No vamos a poder contar con Boun y necesitamos a alguien con experiencia. Sabes mejor que nadie el tiempo que se tarda en preparar a alguien para que pueda hacerlo. En realidad, es un trabajo de años.
–Pero él… ¡Es un Thitiwat! Y solo porque de repente nos ha dicho que tiene un supuesto viñedo en Italia…
–La finca existe, joven Natouch –lo interrumpió Ohm –. Y le aseguro que es mía.
–Entonces, ¿por qué se ha ofrecido a hacer esto cuando tiene su propio viñedo en Italia? ¿Cómo se puede permitir el lujo de ofrecernos sus servicios y su tiempo? ¿Por qué haría algo así? ¿Qué es lo que va a sacar de todo esto?
–Es muy importante para mí conseguir que firmen este contrato,
por supuesto. Lo necesito –reconoció Ohm –. Así que voy a reemplazar a Boun y les ayudaré a podar. Y, cuando la poda haya terminado, si están satisfechos con el resultado, espero que firmen los dos el contrato.
–Pero…
–No, un momento. Es usted el que me dejó muy claro que nunca haría negocios con un Thitiwat y que cualquier persona, por el mero
hecho de tener el apellido Thitiwat, se merece estar en el mismo saco. Me gustaría que me diera la oportunidad de demostrarle que no somos todos iguales y que sus prejuicios son injustos. Me gustaría tener la oportunidad de demostrarle que puede hacer negocios con un Thitiwat y no terminar arrepintiéndose de ello.
–Esa no es la única razón por la que no estoy a favor de este acuerdo y lo sabe –repuso Fluke.
–No, sé que también está preocupado por los escándalos que han protagonizado mis hermanos en las revistas del corazón. Es verdad que esos artículos han tenido un impacto muy negativo en el prestigio de la familia. Me ha dicho que le preocupa que le pase lo mismo al apellido Natouch por asociación, pero le puedo garantizar que no tiene nada que temer. No tiene por qué creerme, por supuesto.
Pero durante el tiempo que tardemos en terminar la poda… ¿De cuántas semanas estamos hablando? ¿De dos? ¿De cuatro?
–No, al menos serán seis semanas –le contestó Fluke.
Ohm no había esperado que fuera tanto tiempo. Dudó un instante antes de asentir.
–Mejor aún. Seis semanas es perfecto –le dijo–. Si hay algún escándalo relacionado con mi familia durante ese tiempo, puede optar por negarse a firmar el contrato, independientemente de cómo haya
hecho mi trabajo con la poda. De lo contrario, después de esas seis
semanas tendrá que firmarlo. ¿Qué le parece? ¿Trato hecho?
–¡Me encanta la idea! –exclamó Inn con una gran carcajada mientras golpeaba uno de sus muslos con la palma de la mano–.
Asunto resuelto. ¿Qué te parece, Fluke?
Fluke no podía decir nada. Estaba sin habla. No entendía qué había pasado para que se viera de repente en esa situación. Sentía que había perdido las riendas casi sin darse cuenta.
Se había sentido fuerte, pensando que el tiempo acabaría por darle la razón.
Inn y Ohm estaban observándolo, esperando su respuesta.
Seguía muy enfadado y no pensaba dar su brazo a torcer tan fácilmente.
–Pero no puede quedarse aquí tanto tiempo, ¿no? Tendrá a su familia esperándolo en casa, ¿no?
Le pareció que una nube oscura se deslizaba sobre sus fríos ojos negros al oír su pregunta, pero desapareció rápidamente.
–No.
–¿No tiene intereses financieros de los que ocuparse?
–Tengo gente que puede encargarse de esas cosas durante mi ausencia –le dijo Ohm.
–Y ¿qué pasa si se le da fatal podar?
–Entonces, no hay trato. Ya les he garantizado que quedarán satisfechos –le aseguró él.
–Tendrá que quedarse durante todo ese tiempo, hasta que terminemos…
–Por supuesto.
–Durante tanto tiempo como sea necesario.
–Soy consciente de ello.
–Y no solo bastará con que esté aquí, tiene que trabajar. No aceptamos turistas ni vagos.
Ohm le dedicó una sonrisa aún más amplia.
–Ya lo imaginaba.
Fluke se dio cuenta de repente de que se había quedado sin argumentos.
Tragó saliva.
Estaba decepcionado y se sentía humillado.
–Bueno. Entonces supongo que podríamos ponerlo a prueba.
Inn se echó a reír de nuevo.
–Estupendo, ya está todo arreglado –comentó el anciano–. ¡Por fin hemos conseguido llegar a un acuerdo!
Pero a Fluke no le parecía que estuviera todo arreglado, todo lo
contrario. Tenía cada vez más dudas en la cabeza.
Había estado a punto de librarse para siempre de ese hombre de ojos negros y pies grandes, había estado muy cerca, pero ahora cada vez veía más lejana esa meta.
Ohm Thitiwat iba a quedarse en el viñedo y él cada vez tenía las cosas menos claras.
Fue Inn el que insistió en abrir una botella de Rubida, su mejor vino espumoso, y proponer un brindis para celebrar el acuerdo. Lo quisiera o no, Ohm por fin pudo degustar ese vino. Y no tardó en darse cuenta de que era un vino muy bueno. Así se lo hizo saber a su abuelo y a Fluke.
Pero a Fluke ese hecho no lo consolaba. No lo consolaba en
absoluto.
Habría preferido que Ohm hubiera fruncido el ceño y se hubiera ido de allí para hablar con los dueños de Thitiwat y decirles que habían cometido un error terrible. Pero ya debería haberse imaginado que había pocas posibilidades de que ocurriera algo así.
Después de todo, sus vinos se encontraban entre los mejores del
mundo.
Fue también Inn quien tuvo la brillante idea de ofrecerle a Ohm la casa de campo que habían preparado para Boun. Suponía que era lo más lógico, pero eso significaba que iba a estar trabajando y viviendo allí, en la propiedad, durante seis semanas.
Seis largas semanas durante las que iba a tener que verlo todos los días. Seis largas semanas teniendo que sufrir un cosquilleo por todo su cuerpo cada vez que lo tuviera cerca.
Pero, por otra parte, se dio cuenta de que podría haber sido peor, su abuelo podría haberle invitado a que se quedara en casa con ellos.
Llenó una cesta con productos que sacó de la despensa para que pudiera desayunar Ohm a la mañana siguiente. Después, salió con él para acercarlo a la que iba a ser su casa durante esas semanas. Ya habían desparecido las nubes y se había hecho noche. Hacía mucho frío, pero era agradable sentir ese gélido aire
sobre su piel. Sentía que todo su cuerpo ardía cuando estaba a su
lado. Fueron andando hasta donde tenía el todoterreno, podía sentirlo
tras él.
Le habría encantado que ese mismo aire frío tuviera el mágico poder de hacer que mejorara también su estado de ánimo.
Seis semanas de trabajo junto a ese hombre…
Decidió que era mejor tratar de no pensar en ello.
Dejó la cesta en el asiento trasero del coche y se sentó frente al volante. Después, cerró su puerta con más fuerza de la necesaria.
Estaba muy enfadado, sentía que su vida estaba de repente patas arriba sin que hubiera podido hacer nada para preverlo ni para evitarlo.
–¿Está bien, jovenNatouch?
Estaba claro que no lo estaba. Parpadeó al oír su voz. Se había
quedado sentado en el coche, mirando el volante y ni siquiera se había dado cuenta de que Ohm ya estaba sentado a su lado.
–Estoy bien –susurró apretando después los labios.
Ohm rozó accidentalmente su brazo al ponerse el cinturón de seguridad y Fluke se estremeció. Fue casi como una descarga eléctrica.
Suspiró con desesperación. No sabía cómo iba a poder sobrevivir durante esas semanas.
Encendió el motor tratando de mantener el brazo bien pegado a
su torso.
Odiaba verse en esa situación, tener que estar metido en ese coche con un hombre que en ese pequeño espacio le parecía aún más grande. Tampoco podía ignorar su masculino aroma ni su calidez.
Con más torpeza de la habitual, consiguió poner el coche en marcha y bajó un poco su ventanilla. Necesitaba ese aire por gélido que fuera.
–Hay dos casitas juntas. En una vive Mild, el encargado de la tienda y el bar de degustación que tenemos en el viñedo. Se alojará en la otra. Suele ir al pueblo a comer, así que podrá ir con él si quiere.
Lo último que quería era tener que convertirse en su chófer durante esas semanas.
–Con que haya una cama, no necesito nada más.
Lo miró de reojo y vio que parecía cansado.
–Supongo que estará agotado después de un largo día viajando en primera clase. Tiene toda mi compasión, supongo que debe de ser un auténtico infierno –le dijo Fluke con sorna.
–Me sorprende que sienta compasión por mí –repuso Ohm.
Fluke resopló mientras maniobraba el coche para tomar una curva.
–Sí, supongo que tiene razón. No lo compadezco en absoluto.
Aunque no lo estaba mirando, sintió que Ohm se movía en su asiento para girarse hacia el. Podía notar que lo estaba observando,
casi podía sentir que tenía una sonrisa en sus labios.
Tenía el corazón desbocado. No lo conocía demasiado, pero sí lo suficiente para saber que no iba a dejar que Fluke tuviera la última
palabra.
–No le gusto –le dijo Ohm entonces.
Cambió de marcha antes de meterse en el aparcamiento que había frente a la casita donde iba a alojarse. Era como si Ohm lo estuviera desafiando para que le contestara de alguna manera, provocándolo para que le dijera que era verdad o, por el contrario, para que se retractara y se disculpara con él. Pero no pensaba
hacerlo.
–No se lo tome como algo personal –le contestó Fluke.
–¿No? ¿Cómo se supone que me lo debo tomar?
Fluke se encogió de hombros.
–Como algo que es como es y no se puede cambiar –le explicó abriendo la puerta.
Le sonrió y se volvió para mirarlo.
–Igual que la necesidad de respirar. Es así y ya está –agregó Fluke.
No esperó a Ohm. Sacó la cesta del asiento trasero y fue por el camino mientras buscaba en su bolsillo la llave. Le habría encantado poder entregarle la llave e irse de allí, pero tenía que encender el calentador y era muy difícil hacerlo. Sabía que no tenía sentido siquiera tratar de explicarle cómo encenderlo. El interruptor estaba debajo de la cama y sabía que, aunque le dijera cómo hacerlo, Ohm no iba a poder acceder a él.
Así que entró en la casa y encendió las luces. Hacía frío en la pequeña casa de campo, aunque la decoración era muy acogedora.
Había cortinas con volantes y paños en cada mesa y en cada sofá. A Fluke le encantaba, le parecía que tenía mucha personalidad. De pequeño, ese sitio había sido su escondite, su lugar de juegos. Era muy raro pensar en ello en esos momentos.
–No tardará en caldearse –le dijo mientras iba a la cocina y dejaba la cesta allí–. Si quiere, échele un vistazo a la casa mientras yo enciendo el calentador del agua. Me iré en cuanto lo haga.
Vio que iba a la sala de estar y tomaba una de las revistas que tenía sobre la mesa. Le encantó ver que estaba distraído. Si se daba prisa, creía que lograría salir de allí antes de que Ohm se diera cuenta de lo que tenía que hacer. Cuanto antes encendiera el
interruptor del calentador, antes podría volver al coche y a su casa.
Estaba deseando hacerlo para poder relajarse después de un día tan agotador.
Pero antes tenía que encender el calentador…
Se puso a cuatro patas junto a la cama y se inclinó aún más para meterse debajo de la cama. El interruptor estaba justo a la mitad de la parte posterior de la cama, encima del rodapié. Lo había hecho a propósito el electricista, como una especie de broma. Eso era lo que les había asegurado cuando por fin fueron capaces de encontrar dónde lo había puesto.
A Fluke no le había hecho ninguna gracia.
Con dificultad, fue arrastrándose hasta la pared, encontró a tientas el interruptor y lo encendió.
«Misión cumplida», pensó con satisfacción.
Con cuidado, empezó a retroceder para salir de allí.
Ohm miró a su alrededor. La casa era pequeña y estaba decorada con telas muy femeninas y los sofás estaban cubiertos con cojines con flores. No era su estilo.
Dejó la revista en la mesa y fue a la cocina. Allí estaba la cesta que le había llevado Fluke. No sabía dónde estaba él.
Pero abrió entonces otra puerta y se la encontró.
En realidad, lo que se encontró fueron sus piernas tratando de salir de debajo de la cama. Parecía estar costándole mucho, no dejaba de retorcerse. Tras las piernas salió su trasero, un trasero más redondo y delicioso de lo que se había imaginado.
Ya se había dado cuenta esa tarde de que el amplio polo que llevaba escondía un pecho atractivo y proporcionado. Vio entonces que con sus pantalones de color caqui le había pasado lo mismo.
La tela del pantalón se tensaba sobre su trasero, no podía dejar de mirarlo. Y no tardó en sentir que también la tela de sus propios pantalones parecía empezar a tensarse en cierta zona…
No podía creer que el cascarrabias joven Natouch le estuviera
produciendo ese tipo de reacción. Pensó que eran el cansancio y el
desfase horario los culpables, no el.
Pero no podía dejar de mirar ese trasero que se seguía moviendo para tratar de salir de la cama. Por aburridas que fueran sus ropas, sus curvas eran perfectas y estaban despertando su deseo.
Se llevó la mano a la cabeza. Quería meterse en la cama y dormir. No quería seguir allí, donde estaba, despierto y fantaseando con el último chico con el que querría tener nada.
–¿Ha perdido algo? –le preguntó él.
Fluke trató de salir con tanta rapidez y torpeza que se dio con la cabeza en el duro somier. Fue un golpe tan fuerte que no pudo ahogar un grito de dolor.
Lamentó haberle preguntado nada.
Y no por el golpe que se había dado, sino porque la primera reacción de Fluke fue llevarse las manos a la cabeza y, como seguía a cuatro patas, la postura le proporcionaba una vista aún mejor de su trasero. La tela de sus pantalones estaba aún más tensa y sintió el loco deseo de bajárselos para ver si el trasero de ese chico era tan
perfecto como parecía.
Si se hubiera tratado de cualquier otro chico, en cualquier otra
circunstancia, quizás habría terminado por ceder a esa tentación.
Pero era algo impensable con Fluke. Un joven que le había demostrado mucha hostilidad desde el primer momento. Ni siquiera entendía cómo se le podía estar pasando por la cabeza algo así.
–No, no se me ha perdido nada –gruñó Fluke mientras se levantaba muy despacio y apoyándose en la cama–. Solo trataba de encender el calentador del agua.
–¿Ahí abajo?
–Al electricista se le ocurrió que sería una broma muy divertida poner el interruptor allí –repuso Fluke haciendo una mueca–. Dios mío,
este día va de mal en peor…
No pudo evitar sonreír al ver lo frustrado que estaba. A Ohm le había pasado lo mismo, pero en esos momentos estaba mucho más
tranquilo. Ya podía permitirse el lujo de sonreír. Había conseguido lo
que quería.
A diferencia de Fluke.
–A ver, déjeme ver –le dijo Ohm tomándolo por los hombros para hacerlo girar y mirarle la cabeza.
Notó que se tensaba el cuerpo de Fluke antes incluso de que lo
tocara, pero no le dio tiempo a reaccionar ni a apartarse de él.
–¿Dónde le duele? –le preguntó Ohm.
A Fluke le latía el corazón con tanta fuerza en el pecho que temía que Ohm pudiera oírlo. Le señaló el lugar con el dedo. Esperaba poder distraerlo para que no notara el loco ritmo de su corazón.
–Por aquí –susurró Fluke mientras contenía el aliento.
Se quedó inmóvil al notar los dedos de Ohm deslizándose bajo su mini coleta, tocando muy despacio cada centímetro de su cráneo.
–Será mejor que le quite esto –le dijo él mientras le soltaba la coleta.
Le cayó el pelo sobre su rostro.
Se quedó sin respiración cuando volvió a sentir sus dedos
acariciándole el cuero cabelludo.
No pudo evitar gemir y estremecerse cuando Ohm rozó el sitio donde se había hecho daño.
–Justo ahí –susurró Fluke.
–A ver… –repuso Ohm separando el pelo alrededor de esa zona e inclinando la cabeza hacia él para poder verlo mejor.
Fluke no se atrevía a respirar, le bastaba con sentir. Cada terminación nerviosa de su piel parecía estar completamente alerta.
Aunque solo le estaba tocando la cabeza, podía sentirlo por todo el
cuerpo. Desde la coronilla hasta los pies.
No entendía cómo ese hombre podía hacer que se sintiera así cuando solo lo estaba tocando con las yemas de los dedos en la cabeza. No quería ni pensar en cómo sería sentirlo en otras partes de su cuerpo, en esos lugares en los que estaba sintiendo un hormigueo en esos momentos, como le estaba pasando en los pezones o entre sus muslos.
–Es solo un rasguño, pero me temo que le va a salir un chichón –le dijo Ohm.
Cuando le habló, pudo sentir su aliento en la cabeza y eso hizo que lo recorriera una nueva oleada de sensaciones por todo el cuerpo,
una oleada que se concentraba entre sus piernas.
–A lo mejor debería ponerse un poco de hielo cuando vuelva a casa.
De repente, Ohm dejó de tocarlo y Fluke estuvo a punto de perder el equilibrio.
Le acababa de recordar con sus palabras la prisa que había tenido unos minutos antes por volver a casa y alejarse de él. Pero eso había sido antes de que ese hombre deslizara los dedos bajo su pelo y le hiciera sentir tantas cosas de una manera tan sencilla e inocente.
No podía olvidar que se trataba de un Thitiwat. Un hombre que probablemente estaba acostumbrado a chasquear los dedos y conseguir que las mujeres o donceles hicieran cola para compartir su cama. Y a Fluke le había bastado con sentir sus dedos en el pelo para empezar a imaginarse cosas que…
Tenía que salir de allí y hacerlo cuanto antes.
Se dio la vuelta, pero él todavía estaba allí. Y, en vez de estar justo detrás de Fluke, se había colocado entre la cama y la puerta. Ese hombre se interponía entre él y la libertad, así que hizo lo único que podía hacer.
Dejó que su genio hablara por él.
–¿Así que ahora también es médico? –le preguntóenfadadao.
Ohm parpadeó, parecía muy confuso. Negó con la cabeza y se sentó en la cama. Y habría estado bien si sus piernas, que las tenía estiradas frente a él, no hubieran sido tan largas. Seguía sintiéndose atrapado.
–¿Qué? –le preguntó él mientras se quitaba un zapato y luego el otro.
–Además de ser heredero de una famosa cadena de hoteles y dueño de un viñedo en Italia, ¿también se permite darme consejos médicos?
Ohm se quitó entonces los calcetines.
–¿A dónde quiere llegar con todo eso?
–Lo único que estoy diciendo es que parece que le gusta dar la información con cuentagotas. Nos hace pensar una cosa cuando la
verdad es muy distinta.
–Yo no lo obligué a pensar en nada, fue usted quien decidió que yo no sabía nada de vino –le dijo Ohm mientras se llevaba las manos a la parte baja de su fino jersey y se lo quitaba.
Se quedó sin aliento al verlo.
–¿Qué está haciendo?
–Me estoy quitando la ropa. Puede quedarse y seguir discutiendo si quiere, pero yo me voy a la cama.
Se puso de pie. No podía dejar de mirar su torso desnudo. Su piel blanca brillaba de manera especial a la tenue luz de la lámpara.
Cuando vio que se llevaba la mano a la cintura del pantalón, decidió que tenía que salir de allí. Por mucho espacio que estuviera ocupando, tenía que llegar a la puerta como fuera.
–Me voy –le dijo.
Pasó a su lado tratando de pegarse el máximo a la pared para no tocarlo. Cuando llegó a la puerta, se volvió hacia él.
–Por cierto, respecto a lo que dijo antes. Me equivoqué, usted tenía razón.
Ohm suspiró.
–No sé de qué me habla.
–Tenía razón, usted no me gusta –le dijo con firmeza Fluke –. Y será mejor que se lo tome como algo personal, porque lo es.
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Los Thitiwat: La Tentación del Indomable
FanficBienvenidos al Thitiwat de Sídney! Ohm Thitiwat nunca se había regido por las normas de su familia y no pensaba empezar a hacerlo a esas alturas de su vida. Pero el nuevo director general de los hoteles Thitiwat necesitaba que Ohm consiguiera un co...