Capítulo IX

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Ohm le pasó la botella con reverencia, mirándolo con sus ojos negros. Fluke tragó saliva, tenía la garganta seca. Tomó la botella que le ofrecía, podía sentir que lo observaba, era como una cálida caricia en su piel. Le temblaban tanto las manos que se le cayó el
sacacorchos al suelo.
Ohm lo recogió y estaba tan cerca que se quedó sin respiración.
-Se te ha caído algo -murmuró mirándolo a los ojos.
Estaba tan cerca de su cara que podía sentir su cálido aliento en la mejilla.
-Gracias -susurró Fluke mientras sus manos se juntaban alrededor del sacacorchos.
No dejaban de mirarse a los ojos. Recordó entonces que aún no
habían terminado, que tenía una botella más en la mano. Solo una
botella más. Solo unos segundos más.
Pero Ohm le llevó la mano al cuello, sus dedos se deslizaron entre su pelo y tuvo que mirarlo a él, absorto observando sus labios.
Solo podía pensar en librarse de esa botella para tener las manos libres, para rodear su cuello con los brazos.

Ohm lo acercó hacia él, sus labios estaban a apenas unos centímetros. Tenía que librarse de esa botella, necesitaba sus manos y sabía que solo sería un segundo.

El tapón congelado y los posos salieron disparados de la botella.
Cubrió rápidamente la parte superior con el pulgar. Sabía que podía
hacerlo, lo había hecho mil veces. Añadió el licor en el mismo momento en el que la boca de Ohm encontró la de el y olvidó lo que había estado haciendo.

Ohm lo estaba seduciendo con sus labios, separándolos, invitándolo a seguir su ejemplo y Fluke estaba más que dispuesto a hacerlo. Pero entonces el vino a presión de la botella salió y, para cuando Fluke recordó lo que tenía que hacer, ya estaban completamente bañados en vino y sin poder dejar de reír. Ohm le
quitó la botella de la mano y la dejó a buen recaudo sobre el banco, donde no iba a poder hacer más daño.
El corazón le latía a mil por hora y podía sentir la sangre corriendo por sus venas.

Ohm dejó de reír un momento y se llevó las manos a la boca.
Saboreó un dedo y frunció el ceño.
-Le falta algo -le dijo antes de tomar su cara entre las manos y besarlo. Ahora sí, perfecto -añadió mientras lo atraía con fuerza contra su torso.
Fluke fue de buena gana. Saboreó en sus labios el vino y el licor que utilizaban para reemplazar la dulzura de la uva. Ohm sabía a piel cálida y a zumo fermentado de uva.
Sintió que lo empujaba contra el banco y le encantó. Era una delicia sentir su torso duro y musculoso contra él, sabiendo que no había otro lugar adonde ir, que estaba donde tenía que estar.

No pensaba salir corriendo.
No mientras Ohm lo hiciera sentirse de esa manera, sumergiéndolo en un mar de sensaciones. Tenía sus manos en el pelo, en los hombros y en la espalda. En todas partes y a la vez, era
como si se le fuera la vida en ello, como si no pudiera dejar de tocarlo.

Estaba tan cerca que podía sentir su excitación contra el vientre mientras su lengua y sus labios lo seducían por completo.
Eran sensaciones tan fuertes que no tenía tiempo para pensar.
No pudo evitar gemir en su boca y dejar que sus caderas se apretaran
contra Ohm como si tuvieran vida propia. No sentía miedo ante lo
desconocido. Todo lo que hacía estaba impulsado por la necesidad, el deseo de tenerlo más cerca, cada vez más. Y Ohm pareció leerle el pensamiento porque agarró su trasero con las manos para atraerlo con más fuerza contra su cuerpo.

Usó entonces esas manos para levantarlo y sentarlo en la parte
superior del banco de madera, colocándose después entre sus
piernas.
Ohm tenía la cara a la altura de sus pecho y comenzó a acariciarlo. Solo podía pensar en él y en cuánto deseaba enterrar la cabeza entre ese pecho.
-Estás húmedo y pegajoso -le susurró-. Tenemos que quitarte la ropa mojada.

Se le pasó por la cabeza arrancársela, estaba deseando descubrir al chico que se había ocultado bajo ese uniforme, pero no quería que tuviera que regresar al día siguiente con la ropa hecha harapos. No le parecía apropiado que su abuelo lo viera así.
Tomó el dobladillo del polo y se lo quitó sin dejar de besarlo hasta el último momento, cuando tuvo que separarse un segundo.
Lo miró entonces con los ojos bien abiertos.
No había pensado en ello, pero, si lo hubiera hecho, habría imaginado que su ropa interior sería tan triste y sosa como su uniforme. Probablemente algo práctico y beige. Pero no era así.
Lo que llevaba era un auténtico festín para los ojos. Una delicada prenda de satén y encaje negro que hacía resaltar aún más sus maravillosos pezones.

Los Thitiwat:  La Tentación del IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora