Capítulo VIII

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Las previsiones meteorológicas presagiaban mucha lluvia y Fluke
decidió que era mejor que aprovecharan para preparar los vinos para la boda de Port MacDonnell mientras esperaban a que mejorara el
tiempo y pudieran seguir con la poda.
Se fueron a las seis de la mañana y ya llovía a cántaros. Si tenían suerte, calculó que llegarían a los viñedos que Vinos Natouch tenía en las colinas de Adelaida a la hora de la comida.
Pero un camión había volcado en la carretera y perdieron dos horas dando marcha atrás y siguiendo por un desvío.
Al final no fue hasta media tarde cuando Ohm por fin tomó la salida de la autopista y siguió las indicaciones de Fluke. Atravesaron los pintorescos pueblos de Piccadilly y Summertown, en medio de las colinas de Adelaida.
Estaba siendo un viaje cansado y Fluke no sabía cómo iban a poder hacer todo el trabajo que tenían por delante y regresar a casa.
Ya había previsto que fuera un día muy largo, pero los retrasos habían
complicado mucho las cosas y tampoco le apetecía volver a
medianoche con las carreteras resbaladizas por la lluvia.
Sabía que lo más sensato sería pasar allí la noche y volver a la mañana siguiente. Tenía la llave para la casa de invitados que habían construido en el viñedo, la tenían para situaciones como aquella. Pero miró al hombre que tenía a su lado, se fijó en sus elegantes manos al volante, en su perfecto perfil y sintió que se le encogía el estómago.
Tuvo que apartar rápidamente la mirada.
Algo le decía que pasar la noche allí, aunque fuera por seguridad, no iba a ser tan sensato.
Y Fluke había sido siempre un doncel muy sensato.
Tal vez fuera porque no tenía hermanos o porque había crecido
siempre en compañía de adultos, el caso era que siempre había demostrado mucha sensatez.
Y pasar la noche allí no sería sensato. De eso estaba seguro.
Lo volvió a mirar de reojo y se fijó en sus labios. Pensó en el beso y no pudo evitar sentir un cosquilleo en su interior.
Aunque siempre hubiera sido sensato, nunca se había sentido como se sentía en esos momentos. Pensó que ser sensato estaba muy sobrevalorado y que tal vez hubiera llegado la hora de soltarse un poco el pelo.
Inspiró profundamente y miró por su ventanilla. Sabía que se había sonrojado.
No entendía lo que le pasaba, se preguntaba si no sería una locura estar pensando en algo así. No podía creerse que estuviera siquiera contemplando la idea de acostarse con un hombre al que había considerado su enemigo desde el principio.
Aunque le pareciera una locura, creía que también tenía sentido.
Ya no era su enemigo. Era... Era Ohm, el hombre que trabajaba en las vides con él, el hombre que había conseguido despertar su deseo como no lo había hecho nadie.
Lo mejor de todo era saber que se iría pronto y que nadie tendría que saberlo nunca. Pero no sabía si él querría...
-Esto se parece más al tipo de paisaje al que estoy acostumbrado -le dijo Ohm interrumpiendo sus pensamientos.
Había suaves colinas a su alrededor, huertas y viñedos intercalados con zonas de arbustos.
Su comentario despertó la curiosidad de Fluke. Ohm nunca le había hablado del sitio donde vivía. Siempre le daba la impresión de que evitaba hablar de Italia o de su familia. Era algo que le había molestado entonces, pero no le había interesado lo suficiente como
para insistir. Esos últimos días, en cambio, ese hombre llenaba su
mente a todas horas y quería conocerlo mejor.
-Debe de ser un sitio muy bonito -le dijo.
-¿Nunca has estado en Italia? -le preguntó Ohm.
Fluke negó con la cabeza.
-Nunca he estado en el extranjero.
-¿Nunca?
Sacudió la cabeza de nuevo.
-Al principio, no nos lo podíamos permitir. Y luego, cuando las cosas mejoraron, no había tiempo -le confesó Fluke mientras le señalaba dónde tenía que girar-.
¿Tu madre también es de la región
de Piacenza donde vives?
-¿Por qué lo preguntas?
-Bueno, sé que tu madre es italiana y como estás viviendo en Italia pensé que...
-Sí, era de esa región -lo interrumpió Ohm.
-¿Pero ya no vive allí?
-Creo que no.
-¿No... no sabes dónde está? -preguntó sin entender.
-Nadie sabe dónde está.
Se quedó con la boca abierta.
-Pero...
Ohm maldijo entre dientes y en italiano. Eran palabras que le había oído a su madre de pequeño, cuando discutía con su padre. No quería hablar de eso. No podía.
-Nadie lo sabe -le espetó con firmeza-. ¿Qué camino tengo que
tomar en esta intersección?
Notó que Fluke se desplomaba sobre el respaldo.
-Todo recto y después, a la derecha.
Fue un alivio ver que Fluke no insistía más. Creía que así podría tratar de calmarse un poco. Ya había sido muy duro tener que pasar ocho horas a su lado en el coche, lo último que necesitaba era tener que hablar de su madre. Había cosas en las que prefería no pensar, heridas que aún no habían cicatrizado.
Además, nadie sabía dónde estaba su madre. Ni siquiera si estaría viva o muerta.
Era algo que se había preguntado muchas veces. Había sido un
adolescente rebelde que se había ido a vivir a Italia con la esperanza de encontrársela allí, escondida entre las colinas y los viñedos de Piacenza, pero de eso hacía ya mucho tiempo y ya no se hacía más preguntas.
Después de todo, no sabía por qué debería importarle una mujer que había sido capaz de abandonar a su familia e irse para siempre.
Le parecía normal que todos sus hermanos hubieran sido jóvenes difíciles, rebeldes e indómitos. No era de extrañar que salieran
continuamente en las revistas del corazón cuando además eran atractivos, ricos y famosos.
Resopló al pensar en su familia. Tenía que reconocer que a él no le había ido mucho mejor, pero afortunadamente se las había arreglado para mantener su vida privada lejos de los focos. Había tenido la suerte de que los paparazzis lo vieran como el Thitiwat
aburrido y no se fijaran en él. Algo que le fue muy útil cuando apareció
Michele en su puerta para pedirle ayuda.
Sintió un dolor familiar en su costado, uno que aparecía de vez en cuando. No le venía bien estar tantas horas sentado al volante.
Pero no quería pensar en Michele. No quería pensar en ese año ni en esa gran pérdida.
La persona junto a él se movió en su asiento y su perfume lo envolvió de repente. Era algo ligero y fresco, con notas de limón. Un aroma que era como el. Natural, puro y muy diferente al tipo de personas por las que se solía sentir atraído.
No se había propuesto sentir nada por él y sin embargo...
Volvió la cabeza hacia Fluke. Tenía la mirada fija en la carretera y los brazos cruzados como si estuviera de mal humor.
Pensó que quizás hubiera sido algo duro con él, pero después de ocho horas sentados tan cerca no era de extrañar que se sintiera tan tenso.
Cambió de marcha al girar en una curva y dejó que sus dedos rozaran levemente los pantalones de Fluke. Este se sobresaltó como si acabara de quemarlo y no pudo evitar sonreír.
Mild había tratado de advertirle para que tuviera cuidado con Fluke y no se atreviera a hacerle daño. Él lo había escuchado con atención. No era su intención seducir a nadie y mucho menos al arisco señorito Natouch, pero recordó entonces el beso que le había robado en el muelle y la forma en que Fluke lo había estado observando durante toda la semana. Había visto deseo y anhelo en sus ojos y Ohm tampoco había podido dejar de pensar en él.
Se preguntó si Fluke sería consciente de que sus ojos eran como un libro abierto, como ventanas que le dejaban ver con claridad sus
pensamientos.
No olvidaba las palabras de Mild, pero también tenía muy presente que los dos eran adultos que podían decidir por sí mismos.
Aunque no creía que Fluke, adulto o no, quisiera tener nada con él.
Y no le extrañaba.
-Lo siento -le dijo Ohm entonces-. No suelo hablar de mi madre.
La verdad es que normalmente no hablo de mi familia.
-Ya me he dado cuenta -contestó Fluke mirándolo-. ¿Por qué?
Se encogió de hombros, frenando el coche al acercarse a un camión cargado de frutas y verduras que avanzaba con dificultad.
-No tengo mucho que ver con ellos, con ninguno de ellos.
-¿Por qué no? ¿Porque no te gusta su estilo de vida?
Nunca le habían gustado las decisiones que habían tomado sus
hermanos, se había creído mejor que ellos. Al menos hasta que Michele reapareció en su vida.
Pero esa no era la razón.
-Me fui de casa cuando tenía dieciséis años. Era un adolescente rebelde y decidí que no quería seguir viviendo dentro de ese circo mediático que rodeaba a los Thitiwat.
Fluke suspiró y se recostó en su asiento.

Los Thitiwat:  La Tentación del IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora