Le enmarcó el rostro y lo alzó hacia el suyo. La besó. Sabía a dulzura y a lágrimas, a calor y a esperanza, todo mezclado con un deseo candente. No debería tocarla. Y, desde luego, no debería besarla. Había creído que, al llevarla al corazón de la riqueza y del poder de Styles, vislumbraría algo. Avaricia. Felicidad. Una veloz expresión de codicia que no podría ocultar.
Pero no había mostrado nada de eso, ni siquiera después de dejarla sola y observarla a través de las cámaras de circuito cerrado. En todo caso, pareció nerviosa e incómoda, como si hubiera preferido estar en otro sitio sin tantas joyas deslumbrantes cotizadas en millones de dólares.
Se fundió contra él y le abrió la boca. Harry se zambulló en ella y las llamas del Infierno bramaron en su interior, cobrando vida como una conflagración sin control. De haber estado en cualquier otra parte, habría mandado todo al cuerno y la habría tomado allí mismo. Y por el modo en que ella lo aferraba, supo que ____ no habría alzado ni un dedo para detenerlo.
—Me gustaría verte con uno de esos diseños —le dijo entre besos—. Adornada con diamantes de fuego sobre una sábana negra de satén.
Tembló contra él.
—Seguiría habiendo demasiadas cosas entre ambos. ¿Por qué no nos saltamos los diamantes y las sábanas? Preferiría estar adornada de Styles.
—A pesar de lo mucho que me gustaría satisfacerte, no podemos. No hasta que hayas dispuesto de tiempo para sanar. Hasta entonces —le arrebató otro beso profundo—, vayamos a casa.
A pesar de saber que la decisión de él era sensata, se sintió decepcionada. En ese momento prefería la temeridad y la pasión a la cautela.
—A casa, entonces —acordó a regañadientes. Aunque no abandonó su lado, no habló hasta que se hallaron en el ascensor de regreso al aparcamiento subterráneo—. Bueno, ¿Qué planes tienes para mañana?
Una pregunta excelente. Basándose en la reacción de Francesca, comprendía que debía llevarse a ____ fuera de San Francisco durante el tiempo suficiente hasta que Rufio completara su investigación. Requeriría llamar a un viejo amigo de la familia, Joc Arnauld.
Los Styles y el financiero multimillonario eran amigos desde hacía tiempo. Incluso ellos habían diseñado los anillos para la esposa de Joc, al igual que las joyas que éste le había regalado a Rosalyn cuando nació el primogénito de la pareja, Joshua. Con suerte, le permitiría permanecer en su isla privada mientras decidía cómo llevar la situación desastrosa que había creado.
Al salir del aparcamiento, le dedicó una mirada fugaz. Se la veía pálida y agotada.
—Tengo que llamar a un amigo para organizar una cosa. Puede que nos tengamos que marchar un par de días.
—¿Se trata de otra de nuestras citas?
Forzó la mentira.
—Precedió a nuestro matrimonio. De hecho, fue lo que te convenció de casarte conmigo.
—¿Me convenciste de casarme contigo en nuestra segunda cita?
—No. Después del desastre de hoy, he decidido adelantar nuestra agenda unas pocas semanas.
—¿Unas pocas semanas? —repitió—. No bromeabas al decir que había sido una relación vertiginosa, ¿verdad?
—Te advertí de que nos conocíamos desde hacía poco.
Se apoyó en el reposacabezas y cerró los ojos.
—Qué extraño. Debí de ser una persona impulsiva. Lo que explica el brío con el que iba cuando me atropello el taxi.