La memoria de ____ regresó, pero tardó veinte años. Lo hizo un día de verano mientras jugaba al béisbol con su marido, sus cuatro hijos y sus numerosos sobrinos.
Volvió a suceder como había ocurrido dos veces antes en su vida. Salió hacia la calle en pos de una pelota con el guante en alto, y sólo después de hacerlo comprendió la idiotez de su temerario acto.
El conductor del coche frenó y tocó la bocina al unísono, derrapando hacia ella a una velocidad de miedo, y ____ supo que no podría eludir el impacto.
En el último instante, un brazo le rodeó la cintura con una fuerza inusitada y la arrancó de la trayectoria del vehículo. Con un último bocinazo, éste pasó delante de ella, dejándola temblorosa en el abrazo de Harry. Su marido soltó una serie de maldiciones en italiano antes de llenarla de besos.
Y en ese instante, entre la preocupación de sus hijos y el profundo amor y terror de su marido, el tiempo se detuvo fugazmente y sus recuerdos cayeron en cascada en el interior de su mente.
Lo recordó todo. La infancia mejor olvidada. Las lecciones que había aprendido sentada sobre el regazo de una madre amoral, más preocupada por las posesiones materiales que por el carácter o el alma, por el dinero que por las necesidades de una niña solitaria y desesperada por tener una madre de verdad. Como a través de un cristal muy grueso pudo ver la serie de timos que su madre y ella habían ejecutado. Pudo sentir el vacío frío de esa vida, el espíritu que moría un poco con cada estafa.
—¿Mamá? —Dominic, el mayor, le tocó el hombro—. ¿Estás bien?
—Yo...
El pasado tiró de ella. La llamó. Intentó arrastrarla hacia esa otra persona que había sido tantos años atrás. Para aquella ____ habría sido como si le tocara el premio del millón de dólares.
Y entonces se puso a reír. Hacía mucho que le había tocado el premio. Miró a su marido, un hombre al que adoraba con toda su alma, que la había salvado de aquella otra vida. Y miró a cada uno de los hijos que había tenido, a los que había llenado de amor y atención, disciplina y fuerte carácter moral. Y volvió a reír de júbilo. El diamante de su anillo nupcial refulgió más que nunca. Era el último diamante del collar de Cameron O'Dell, que simbolizaba el fin de lo viejo y la oportunidad de un comienzo nuevo.
Recogió la pelota que tenía a sus pies y la puso en la mano de su hijo.
—Vamos a jugar.
Fin.