Nuevas fuerzas

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Nuevas fuerzas

Los años pasaban y Ana dejó de sentir su belleza como un regalo de Dios que hacía a su esposo amarla más que a Penina que con cada hijo su cuerpo cambiaba, al mirarla se decía en su interior: Que no diera yo por parecerme a ella y darle fruto a mi marido.

Sus suspiros eran entorpecidos por la pena y cada vez que trataba de acercarse y tocar la cabecita de alguno de los niños y niñas hijos de su marido, Penina los apartaba de ella Y aún los niños huían de ella cuando se les acercaba.

Sentía padecer de una enfermedad contagiosa ya que cuando una de las niñas hijas de Penina se acercaban a ella ésta les decía: Alejate de ella, no es favorecida del Señor.

Cada vez que tenía oportunidad Penina le recordaba su esterilidad y le hacía sentír olvidada de Dios.

Una mañana después de que su esposo pasara la noche con ella y de que Penina la mirara con desprecio salió a caminar, su corazón sufría mucho en especial al ver a su marido rodeado de sus hijos para ser besados por él antes de partir.

Sus  ojos se clavaron en una oveja que estaba por parir, su vientre abultado la hizo llorar -- ¡Hasta los animales de mi esposo tienen más que yo! A ellos los bendices y a mí me niegas tu respuesta 

-- Su tristeza preocupaba a Elcana quien la rodeaba de regalos cada vez que volvía de la cuidad.

Eso enojaba mucho a Penina, le parecía injusto que ella siendo madre de hijos e hijas de su marido solo recibiera un presente mientras a ella él la cubría de regalos y besos al volver.

Llego a aborrecerla tanto que en cada momento que se le presentara una oportunidad la criticaba o la humillaba haciéndola enojar o entristecer.

Se sentía satisfecha al verla llorar o al  ver como se alejaba de su esposo y este venía a ella.  Era un logro para Penina cada vez que Ana se negaba a estar con Elcana.

Ana se hallaba emocionalmente exhausta, ya no quería luchar ni de su boca salían palabras para orar. Llego a creer que el cielo se había cerrado para ella y que de nada valía abrir su corazón ante el Señor. 

Penina tenía razón ¡El Señor se había olvidado de ella!

Sus pasos eran tristes y su andar cansado, ya no quería escuchar a su marido decirle el gran amor que le tenía, su dolor sobrepasaba su razón.

Se dejó caer a los pies del Enebro que la había visto tantas veces llorar y no salió de su boca palabra alguna. Ana estaba cansada de sufrir.

Se quedo allí sin decir nada, esperando a que las horas pasarán porque no quería oir las risas de los hijos de su marido ni ver la cara de orgullo de Penina.

Cuando sentía su alma desfallecer en su interior un viento fresco tocó su rostro y como si fuera una señal del cielo  ese viento movió sus vestidos y ella sintió que tocó su vientre y sus lágrimas cayeron sin remedio en su regazo.

-- No perderé la ilusión ni la esperanza Señor, seguiré tocando a tu puerta hasta que me oigas  -- Dijo Ana entre sollozos  -- Esta vez cuando acompañe a mi esposo a la cuidad para ofrecer ofrenda ante ti, no me importarán las burlas de Penina y sus constantes humillaciones 

-- Derramare mi corazón ante ti y no me levantaré de delante de ti hasta que oigas mi oración  -- Ana pactaba consigo misma en su corazón lo que haría al subir con su esposo a la cuidad.

Estaba dispuesta a no renunciar a su mayor deseo y se lo haría saber a su Señor y Dios al llegar al templo. Ese viento fresco le había dado nuevas fuerzas

Ana la esposa jovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora