Un pacto con Dios

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Un pacto con Dios

Elcana estaba muy preocupado por su esposa Ana y aunque debía respetar su tiempo a solas con el Señor su corazón no tenía paz, Ana tardaba mucho y eso lo hacía angustiarse.

Más de rodillas ante el Señor Ana no dejaba de orar. En su corazón aún no alcanzaba esa fe que logrará en ella  el milagro que pedía al Señor.

-- Jehová de los ejércitos, vengo ante ti con aflicción de espíritu, rogando que me mires con compasión, escucha Señor la voz de mis lágrimas y dignate a inclinar tu oído y escuchar mi clamor

-- Jehová de los ejércitos si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida  y no pasará navaja sobre su cabeza.

El pacto que hacía Ana ante Dios era muy grande, ella sabía que su sacrifico sería grande si el Señor le concedía su petición. Tal vez no tenía muy claro la magnitud de su compromiso ante Dios, pero deseaba tanto un hijo que pacto con Dios

-- Tú me das un hijo Señor y yo te lo devolveré para que te sirva en tu templo -- Aquí dónde mi alma es derramada, yo lo depositare a él como una ofrenda viva para tu servicio

-- Te ruego me escuches y respondas a mis oraciones. Tú eres un Dios bueno y por eso me acojo a tu bondad y misericordia.

Ana llevaba tanto tiempo de rodillas y sus movimientos eran tan extraños para el sacerdote Eli que no dejaba de mirarla con curiosidad. ¿Que tendría esa mujer? -- No podía ver sus lágrimas su manto se lo impedia, pero parecía a sus ojos una mujer que estaba ebria.

Su disgusto se hizo tanto al ver que pasaban los minutos y la mujer seguía moviendo sus labios sin que él pudiera entender nada de lo que decía. 

Molesto con la mujer y sintiendo que ella ofendia al Señor y al templo con su conducta, se levantó de la silla y vino a reprenderla.

Conforme se acercaba a ella más le molestaba lo que veía.  No podía entender su conducta o sus razones para portarse así, pero una cosa era cierta para el sacerdote Eli, esa mujer estaba equivocada si creía que el Señor la escucharía si seguía comportándose tan indignamente.

Parándose al lado de Ana le preguntó molesto: ¿Hasta cuándo estarás ebria?  -- Digiere tu vino -- Eli la miraba disgustado con su conducta.  No podía ver ni discernir lo que llevaba Ana en su corazón. 

Ni en medio de su indignación podía notar el rostro enrojecido de Ana ni sus ojos hinchados de tanto llorar.

Ana se preocupó al oir al sacerdote acusarla de estar ebria y le respondió:  No, señor mío, yo soy una mujer atribulada  de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová

-- No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora.

Hasta ese momento Eli había tenido sus ojos velados y no había notado la aflicción en el rostro de Ana, pero al oírla sintió pena por el corazón abatido de la mujer y hablándole animó a Ana con estas palabras: Ve en paz y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho.

Ana agradeció al sacerdote sus palabras que fueron a su alma como una respuesta divina y levantándose de dónde estaba dijo: Halle tu sierva gracia ante tus ojos -- Con un gesto reverente Ana se marchó sintiendo en su corazón paz.

Al verla regresar Elcana su corazón se alegro al verla sonreír y caminando a su encuentro le dijo: Se regocija mi alma al verte sonreír Ana -- No sabes la angustia que sentía al ver que tardabas

-- Estoy agradecido con el Señor al ver en tu semblante paz -- Y abrazando a Ana la apartó de Penina para que Ana disfrutara de paz. 

Ana la esposa jovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora