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Los siguientes días se sintieron
perfectos.

Disfrutaban el estar juntos mucho más que antes, ya no debían ocultar lo que realmente sentían y así habían dejado de cargar con un peso enorme.

Aún debían hacerlo estando con sus familiares, en especial los adultos, ya que Camilo no sabía cómo reaccionarían y se suponía que Mateo iba a hacer de Clara su novia, en algún momento.

"¿Eso te dijo?" Inquirió con una sonrisa, sin dejar de verle a los ojos en ningún momento.

"Sí, intenté fingir al principio, pero no tenía caso. Me alivia mucho que se haya dado cuenta sola y que se lo tomara a bien."

"No se puede competir con mi belleza y encanto natural," se encogió de hombros con una mueca egocéntrica en el rostro.

"Que seas un camaleón parlanchín no es muy natural que digamos," elevó la comisura de los labios un poco, intentando no reír.

"Se supone que debes coincidir con que soy la persona más atractiva del pueblo," frunció el ceño, mostrándole la lengua. "Envidioso."

"No veo razones para envidiarte," lo provocó. "Tu novio, quizá. Él es muy lindo."

"No realmente, pero permito que crea eso."

Se inclinó hacia delante con cuidado, lamiendo brevemente la nariz ajena y causando con ello un quejido por parte del pelinegro, besando sus labios con suavidad.

Aquel era un gesto al que se estaban acostumbrando, aunque ninguno quería perder los cosquilleos que el contacto les generaba.

Se separaron bruscamente al escuchar unas voces dirigidas hacia ellos, con el castaño casi cayendo del tronco en el que estaban sentados de no ser por los reflejos de su chico que lo sostuvieron.

Camilo y Mateo, un solo corazón!" Cantaron al unísono Antonio y Lucía, burlándose. "¡Se dan un besito y se dicen 'mi amor'!"

"¿Qué hacen aquí?" Preguntó el mayor, con su corazón latiendo rápidamente, esta vez no de una manera romántica.

"El jaguar nos trajo aquí," informó la niña.

"¿Por qué hacen eso?" Preguntó Antonio confundido.

"¿Hacer qué?" Sonrió Camilo, fingiendo no comprender a qué se refería.

"Darse un beso. Solo los papás lo hacen."

"Y las princesas."

"Pero las princesas no existen," le recordó su amigo.

"¡Claro que sí! ¿Verdad que sí, Mateo?"

"Sí, eh..." Miró a Camilo, preguntándole con la mirada qué era lo que debían hacer a continuación, aunque no podrían excusarse para salir de la situación sin darles respuestas a los pequeños curiosos.

Bajaron del árbol, indicándoles a los niños sentarse frente a ellos como si fueran a escuchar un cuento.

"Bueno, si quieren saber qué es lo que sucede, ustedes deben prometer que no van a decirle nada a nadie. Jamás."

Tener que hacer una promesa alimentó la curiosidad de los menores, asintiendo y entrelazando sus meñiques con los más grandes, teniendo así que cumplir con su palabra de permanecer en silencio.

"Verán," comenzó Mateo, intentando encontrar las palabras adecuadas para que comprendieran. "No solo los papás y las princesas se besan. No es algo malo, es como tomarse de la mano. Algo cariñoso."

"Puedes tomar la mano de alguien si es tu mamá, o tu novio," pensó Lucía. "¿Camilo es tu novio?"

"Así no funciona," negó Antonio. "Mi hermano no es una niña. Solo algunas veces. Pero ahora no, ¿o sí?"

"Efectivamente no soy una niña," asintió Camilo. "Pero los chicos podemos tener novios, y las chicas pueden querer a otras chicas."

"Tal vez son muy pequeños para entenderlo todavía."

"¿Ustedes se quieren?" Antonio los miró a los ojos, acariciando la cabeza de su amigo jaguar.

Los adolescentes sonrieron dulcemente y se miraron antes de tomarse de las manos.

"Sí, nos queremos mucho," respondieron.

"¡Qué adorable!" Lucía chilló, levantándose rápidamente y asustando al jaguar, chillando nuevamente después de verlo moverse así. "¿Por qué no podemos decirle a nadie? Seguramente les pondría felices."

"Quizá," asintió Camilo.

"Mamá y papá quieren que Clara sea mi novia," le explicó a su hermana. "Podrían hacer algo malo para mí si saben que en realidad me gusta Cami."

La pequeña entendió la situación, relacionándola con una trágica historia de fantasía que Mateo le había leído alguna vez.

Siguieron en aquel lugar un rato, treparon los árboles y jugaron a las escondidas, disfrutando estar con sus hermanitos a pesar de que en un principio iban a pasar el rato solos.

Volvieron a Casita cuando comenzó a oscurecer, con Camilo rogándole a su novio quedarse a cenar nuevamente.

"Tenemos que volver a casa, Milo," acarició su esponjoso cabello, intentando no caer en la trampa de sus ojos brillantes. "Tal vez mañana, ¿de acuerdo?"

"Está bien," suspiró decepcionado, volviendo a sonreír rápidamente y tomando su mano para hacerlo entrar a la casa.

Lo acorraló en una esquina detrás de la puerta y levantó su ruana para cubrir sus rostros, dejando pequeños besos en sus mejillas para finalizar con uno más duradero en sus rosados labios.

"Te quiero," susurró, sus mejillas calentándose.

"Oh," trató de no sonreír tan ampliamente, ruborizándose también. "Yo te quiero a ti."

Volvieron a besarse y chocaron sus narices juguetonamente, riendo al escuchar ruidos disgustados por parte de los menores que observaban la escena a medias.

"Ni una palabra de esto, jovencitos," susurró el azabache, apartándose de su chico. "Y tú tampoco, Casita."

Aquello último lo dijo en un tono divertido, y la casa movió las baldosas bajo sus pies, haciéndole dar un par de brincos.

Se despidió sonriente y tomó la mano de su hermana para emprender el camino a su propia casa, con los varones Madrigal viéndolos mientras sacudían sus manos.

"Es un buen muchacho," notó Antonio antes de subirse a la espalda del jaguar e ir a su dormitorio, y Camilo lo miró extrañado, ya que había sonado justo igual que su padre cuando conoció a Mariano.

Soltó una suave risa y suspiró, metiéndose las manos en los bolsillos.

"Sí lo es."

SUNFLOWER, VOL. 6 ─ camilo madrigal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora