08

230 34 8
                                    

¡ FLASHBACK !

El clima estaba complicado dentro de Casita. Literalmente hablando.

Pepa y Alma estaban discutiendo por quién sabe qué: la pelirroja se estresaba fácilmente y siempre encontraba una razón para hacer tronar las nubes en su cabeza, y desde que el segundo milagro nació debían acostumbrarse a cosas nuevas y entre ellas estaba no darle la razón a la abuela.

Dolores había desaparecido, escuchar a su madre hablar enojada cinco veces más alto que los demás realmente le hacía sufrir.

Antonio también se encontraba en su cuarto, cuidando de las ratas de Bruno y de los demás animales, que al igual que él se sentían asustados con el sonido de los truenos que Pepa generaba.

Camilo simplemente quería algo de comer, como de costumbre, pero terminó metido en el lío, con la salida obstruída. Además, no era una buena idea robarse el frasco con galletas con Pepa estando tan alterada y además en el mismo cuarto que él.

Así que fue casi obligado a permanecer y contemplar aquella escena, que sumada a los truenos le causaba escalofríos al de rizos.

Consiguió escaparse de la cocina cuando sus manos ya estaban temblorosas, y corrió escaleras arriba hasta encerrarse en su dormitorio.

Suspiró aliviado y se acomodó la ropa, viéndose a un espejo que estaba frente a él. Se obligó a sonreír y pensar en cuán afortunado era por ser tan atractivo, y se deslizó por los pasillos del cuarto hasta llegar a la parte que estaba ambientada como un teatro, y se preparó para dar un show.

Múltiples pares de ojos de botón lo observaban: en algunos bancos frente al escenario estaban sentados sus peluches favoritos, imitando al público que esperaba algún día tener de verdad.

Tal vez era algo infantil tener tantos peluches, pero le parecía divertido. Varios de ellos se los había regalado Mirabel, podía verse cómo había mejorado en la costura con el pasar de los años. Además, le hacían sentirse acompañado, y le gustaba tener la atención de los demás presentes, aunque estos fueran inanimados.

Actuar le relajaba. Le hacía feliz. Y su don se lo facilitaba. No necesitaba compañeros ─aunque no estaría mal hacerlo con alguien más─, podía interpretar a todas las personas que quisiera por su cuenta.

Comenzó a actuar. Solía improvisar, ya que no era un entusiasta de la lectura, pero Mateo le había contado la trama de un libro que había terminado de leer hace poco. Escogió los rostros de los protagonistas el día anterior, y comenzó a cambiar hasta mostrar el cuerpo requerido.

"¡No puedo creer que hayas hecho eso!" Habló en la forma de una mujer en sus veinte años, de cabello largo y brillante. "Pudiste haberte hecho daño."

"Te amo más que a nada, Jazmín," afirmó como un hombre quince centímetros más alto, con algún parecido a Mariano. "Haría cualquier cosa por ti."

Cerró los ojos y besó al aire sonoramente, riendo luego y acomodándose el cabello que no le pertenecía en realidad.

"¡Fin!" Alzó los brazos, viendo sonriente a sus peluches, imaginando que aplaudían. "Gracias, gracias."

Hizo un par de reverencias y respiró profundamente, dándose la vuelta para bajar del escenario. Se paró frente a un espejo y se dispuso a cambiar de imagen una vez más, pero al abrir los ojos no fue su rostro el que vio.

Aquella chica inventada, Jazmín, sus ojos lo observaban con confusión. Negó con la cabeza y volvió a mutar, transformándose ahora en su madre.

"Vamos," frunció el ceño, cerrando los ojos para concentrarse.

Después de intentar volver a ser Camilo un par de veces más, ahí fue cuando el pánico se apoderó de su ser.

"No, yo..." comenzó a respirar aceleradamente, moviéndose por todas partes en busca de un espejo que funcionara, porque seguramente aquello era solo una broma de Casita. Una de muy mal gusto.

Se transformaba una y otra vez, y en cada una de ellas se sentía más asustado.

"¡Ese no soy yo!"

Soltó un sollozo mientras tomaba un pequeño espejo y lo arrancaba de la pared para arrojarlo al suelo, deteniéndose un momento para ver los pedazos de cristal rotos.

Las partes de su cuerpo empezaron a cambiar sin su consentimiento mientras corría sin saber a dónde ir, en la esperanza de que todo esto fuera una pesadilla simplemente.

Apoyando aquella teoría que no tenía muchas posibilidades de ser correcta, golpeó sus manos contra su cabeza, exigiéndose despertar para acabar con eso de una vez por todas.

Se golpeó con algunos muebles en el camino, lo que causó que su llanto e ira crecieran, y destrozó más espejos, algo que por alguna razón le hacía sentir bien tan solo un instante.

Cuando sus piernas ya no querían llevarlo a ninguna parte, se echó en el suelo, abrazándose a sí mismo y sintiendo que podría ahogarse si seguía llorando de esa manera, pero no podía detenerse.

No podía controlar su cuerpo, no podía controlar su llanto, su respiración, ni sus pensamientos, ni su don.

Se sentía ajeno en su propio cuerpo, y aquel sentimiento era lo único que no desconocía del todo en ese momento.

No sabía su nombre, ni su apariencia real. No sabía quién debía ser.

No sabía quién era.

SUNFLOWER, VOL. 6 ─ camilo madrigal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora