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Era un lindo día soleado, posiblemente gracias a que Pepa estaba en una cita con Félix, en alguna parte del pueblo.

Los demás en Casita hacían sus cosas tranquilamente, exceptuando al pequeño Antonio, quien hacía bastante ruido jugando con los animales que lo amaban y su amiga Lucía.

Camilo, por su parte, no estaba tan divertido. Había dado vueltas por su habitación unos quince minutos, buscando infructuosamente algo que hacer. Ahora caminaba por toda la casa, cambiando de forma y practicando cambiar su voz también.

Finalmente fue a la cocina por algo de beber, y quizá alguien había dejado una pobre arepita abandonada de la que él podría hacerse cargo.

Se sirvió un vaso de jugo de naranja, con Casita moviéndolo de un lado al otro en la mesada para hacer reír al chico.

Para su suerte, encontró un par de arepas en un plato, y nadie parecía estar reclamándolas. Se aseguró de que nadie quisiera robar su tesoro y tomó una, mordiéndola y haciendo un bailecito de felicidad mientras la saboreaba y se alejaba de la habitación.

Estaba a mitad de una mordida cuando el timbre sonó, se acercó rápidamente a la vez que gritaba "¡Ya voy!" tanto para quien estaba afuera como para su familia.

Mordió la arepa, manteniéndola entre sus dientes, y se deslizó por el barandal de la escalera, cambiando de forma a un hombre bastante alto para llegar más rápido.

Volvió a su imagen original al estar frente a la puerta y la abrió.

Sus pupilas se dilataron al ver al muchacho más lindo que había visto jamás frente a él.

¿A qué había venido? Lo reconocía, pero apenas como una mancha en su memoria. ¿Venía a que Julieta lo curase? No, se veía muy bien. ¿Venía a proponerle matrimonio a Camilo? Hace dos minutos creía que era muy joven para eso, pero si ese era el caso no dudaría en decir que sí.

"Hola," habló el joven de melena oscura, con una pequeña sonrisa. "He venido por Lucía. ¿Está por ahí?"

Camilo seguía embobado, sus oídos lo habían escuchado, pero su mente estaba en otra parte.

Segundos más tarde, reaccionó y notó que aún tenía media arepa entre los dientes. La tomó y la metió en su bolsillo, posiblemente no la mejor decisión, pero no iba a tirarla y tampoco devorarla como un perro.

Se pasó un rulo por detrás de la oreja, el cual volvió a rebotar en su rostro casi al instante.

"Uh, ¡Antonio!" pronunció en cuanto recordó cómo hacer uso de sus cuerdas vocales.

Permaneció parado contra el marco de la puerta, intentando verse interesante, sonriéndole ladinamente al chico que lo miraba de igual manera, levemente incómodo, convenciéndose internamente de que la familia Madrigal era definivamente... Especial.

Afortunadamente, los niños no tardaron más de un minuto en llegar a la puerta, correteando y riendo.

La pequeña Lucía, una niña un poco más alta que Antonio, con cabello largo y oscuro, saltó al encuentro de su hermano mayor, abrazando una de sus piernas.

"¿Se divirtieron?" le preguntó, mirando también al menor de los Madrigal. Ambos asintieron alegremente.

Los pequeños se despidieron y el chico pelinegro miró una última vez a Camilo, sonriéndole más ampliamente.

Extendió el brazo hacia él, cuya mano sostenía una pequeña flor morada que había recogido en el camino a Casita.

El de cabello rizado alzó las cejas, algo confundido, mientras miraba la florecita. La tomó con cuidado, sintiendo por un segundo el calor de los dedos ajenos, calor que pudo sentir en las mejillas propias.

El otro se despidió y siguió a su hermanita, que ya estaba saltando a metros de distancia de ellos.

Camilo podía sentir su respiración entrecortada, como si hubiera dejado de llorar hace un momento, mientras su corazón latía rápidamente.

"¿Estás bien, Camilo?" inquirió su hermano menor, sacándolo de sus pensamientos.

"Sí, yo..." murmuró. "Creo que esa arepa tenía algo."

SUNFLOWER, VOL. 6 ─ camilo madrigal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora