Capítulo 4-Tortura

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Martha estaba atada a una cruz, con la cara y el cuerpo llenos de sangre. Ella estaba sollozando.
—¿Qué te ha pasado? —pregunté preocupada.
—Ramsay... Se enteró de que te conté como era—dijo sollozando.
—¿Qué te ha hecho?
Ella miró detrás mía con terror en su rostro. Me giré y vi a Ramsay.
—¿Qué hacéis aquí?—me preguntó enfadado.
—Estaba buscando a Hediondo y me encontré con "esto".
Se acercó a Martha con un cuchillo y ella empezó a gritar y a suplicar que no la hiciera nada.
—Ramsay, no lo hagas.
Cuando me giré para dirigirme a la puerta y salir de ahí, su voz me detuvo.
—Tú vas a mirar—dijo agarrándome del brazo.
Miré cómo la desollaba, escuché cómo gritaba Martha pero lo que más me impactó fue que, por un momento, quise hacer lo que él estaba haciendo.
—Déjame a mi—ordené.
Ramsay me miró sorprendido mientras que me daba el cuchillo.
Me acerqué a Martha pero no sabía por dónde empezar. Al ver la duda reflejada en mi rostro, Ramsay se ofreció a ayudarme. Guió mis manos hasta el dedo meñique de mi sirvienta. Desollé todo lo que pude y, sorprendentemente, me gustó.
Después de eso, cogí la mano de Ramsay y le guié hasta nuestra habitación.
—¿Qué haces? Tenemos una reunión con los Umber dentro de unos minutos.
—Eso puede esperar.
Le tiré a la cama y le bajé los pantalones.
Me desvestí rápidamente recibiendo una mirada llena de deseo por su parte.
Me subí encima suya y empecé a recorrer su cuerpo con besos, mientras que él me mordía el cuello y los pechos, lo que me hizo gemir de placer.
Finalmente lo introducí en mí y él soltó un leve gemido. Empecé a moverme de arriba a abajo, aumentando los gemidos. Llegamos al orgasmo en cuestión de segundos. Nos vestimos rápidamente y nos dirigimos a la reunión.
Jon Umber ya estaba allí y en cuanto me vio, su cara reflejaba incertidumbre y sorpresa.
—¿Rhoslyn Manderly, sois vos?
—Sí.
—¿Y qué hacéis aquí?
—Basta de hacer preguntas—amenazó Ramsay— Hemos venido a hablar de una propuesta para ti.
—Sí, ¿y cuál sería?
Ramsay abrió la boca para responder pero hablé yo.
—Sería apoyar a nuestra casa, a la casa Bolton—dije mirándolo a los ojos.
Ramsay me miró sorprendido y enfadado a la vez.
Jon Umber lo meditó por unos minutos.
—¿Qué gano yo con eso?
—Vivir. Te prometemos que nunca morirás—le respondió Ramsay.
Lo que quería ganar Jon Umber no era eso, así que intervení de nuevo.
—Te prometo que tu casa nunca desaparecerá y para que confíes en nosotros, te daremos tierras para tus hijos y tus nietos.
Jon Umber ni siquiera lo pensó y aceptó. Ramsay me lo agradeció con la mirada.
—Nuestra casa está orgullosa de ser vasalla de la vuestra—dijo besándome la mano.
Cuando se marchó, Ramsay y me dijo:
—No podría haberlo hecho sin ti, gracias.
Nunca había oído decirle gracias a nadie, parecía que conmigo era diferente y más amable, dentro de lo que cabía. Seguí caminando a su lado hasta llegar al patio de entrenamiento. Allí me detuve y disparé con un arco varias veces, unos minutos más tarde todas las flechas estaban en el centro.
Ramsay me aplaudió y se acercó a mí.
—Eso no es digno de una dama.
Me vinieron mil recuerdos de mí infancia y de cómo mis padres me hicieron sentir.
—Nunca quisé ser una dama, pero mis padres me obligaban a llevar lo que ellos querían e ir a los lugares a los que ellos querían ir. Nunca fui feliz hasta que me casaron con Robb. Todo cambió en cuestión de meses. Con él podía usar todas las armas que quisiera y hasta podía dejar de usar estos horribles vestidos.
—¿No te gustan los vestidos? —inquirió sorprendido.
—Los odio.
—¿Amabas a Robb, verdad?
Me quedé en silencio y él me miró esperando una respuesta.
—Bueno, tengo que prepararme para la cena.
—Tu nueva doncella, Myranda, te dará nuevos vestidos. Ponte uno de ellos esta noche—dijo antes de darme un casto beso en la mejilla.
Me dirigí a mis aposentos y allí estaba mi nueva doncella. Su pelo era largo y moreno, con ojos azules y una mirada profunda. Tenía unos labios pequeños de color rosados a juego con sus mejilla. Llevaba un vestido de cuero ajustado, que le marcaba su cintura y unas caderas pronunciadas.
—Ramsay me ha pedido que dejara esta ropa en su cama—dijo con una voz dulce.
Cogí las prendas y me quedé estupefacta. ¡Eran prendas de caza!
—Muchas gracias, Myranda—dije sonriendo.
Ella se marchó de ahí para dejarme vestirme. La ropa estaba arreglada para que me quedara bien. Contenta, me dirigí al comedor principal.
Cuando llegué, todos me miraron extrañados menos Ramsay que me sonrió.
—Mi señora, ese atuendo le queda estupendamente.
—Gracias, Ramsay.
Me senté y cenamos carne de ciervo con una copa de vino.
—Gracias, Lady Bolton, por haber conseguido que la casa Umber se uniera a la vuestra—dijo alguien de la sala haciendo una reverencia.
—De nada.
Todos se levantaron de golpe.
—¡¡¡¡GRACIAS!!!!—vitorearon todos.
Realmente les gustaba cómo gobernaba y eso me hizo sonreír. Ramsay y yo nos levantamos y se hizo silencio.
—Agradecemos mucho vuestro apoyo, mis leales señores—dije yo mientras que Ramsay escuchaba con atención.
—Esperamos que nunca se os ocurra traicionarnos—dijo amenazante.
Todos negaron con la cabeza con un poco de miedo.
Cuando terminamos de cenar, Ramsay yo nos fuimos de allí.
—¿Puedo ir a ver a Hediondo?
—¿Para qué?—preguntó.
—Ya sabes, quiero hacer lo que me enseñaste el otro día—dije en voz baja.
—Está bien, toma.
Me dio el cuchillo y me dirigí a las mazmorras. Cuando vi a Hediondo, me acerqué a él. Oyó pasos y se tensó pero al verme, él se llenó de alivio.
—Qué equivocado está—pensé.
Saqué el cuchillo y él me miró confuso.
—¿Q-Qué haces? —preguntó temblando de nuevo.
Le empecé a desollar, sus gritos inundaron toda la habitación y la sangre corría por el suelo.
—Te lo mereces—dije rabiosa.
—¿Q-Qué?
—¡Mataste a Bran y a Rickon! —dije gritando y furiosa.
Solté el cuchillo y, dominada por la rabia, agarré con fuerza un látigo que había encontrado allí.
—N-No, por favor—suplicó—Lo siento, y-yo me a-arrepiento mucho de e-eso.
Le pegué varias veces con el látigo y se desmayó. La rabia desapareció de mi cuerpo y, al ver lo que había hecho, intenté buscar si tenía pulso. Lo tenía e intenté despertarlo pero no pude.
Pasaron los minutos y abrió los ojos. En cuanto me vio, se alejó de mí.
—Lo siento mucho, Theon—dije con lágrimas en los ojos—La rabia se apoderó de mí cuerpo y...
Él se quedó en silencio, mirando al suelo.
—Dios, me tiene miedo—pensé.
Le cogí de la mano y le dije:
—Mírame, Theon.
—Me llamo H-Hediondo—dijo con la mirada aún en el suelo.
—Eres Theon Greyjoy, el último hijo vivo de Balon Greyjoy, heredero de las Islas del Hierro. Mírame—ordené.
Él me miró nervioso y aterrado.
—No era mí intención matar a esos niños–
—¿Esos niños? Eran como tus hermanos, Theon.
—No eran Bran y Rickon—confesó.
Su confesión me hizo fruncir el ceño.
—Eran los hijos del molinero—prosiguió—y dije que eran ellos para asegurar Invernalia.
—¿Sabes dónde fueron?
—No, solo sé que se escaparon. Los busqué por días pero no los encontré.
—Gracias por contármelo—le dije abrazándole.
Me marché de allí y me dirigí a nuestros aposentos. En cuanto llegué a la puerta, escuché gemidos. Me extrañé bastante y decidí abrir la puerta con cuidado. Lo que vi me dejó helada. Ramsay y Myranda estaban haciendo el amor. Me alejé de allí lo más silenciosamente posible, con los ojos llorosos, pero no me permití soltar ninguna lágrima.

Se acerca el inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora