Romance del plebe y la princesa

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Un día de primavera
alegre flor nació.
Princesa de rubio rizado
que a todo pueblo enamoró.

Toda la tarde y media noche
el reino entero festejó.
Toda la tarde y media noche
de ojos avellana él se cautivó.

—¿Quién es esa bebé, Padre?
¿Quién es quien exhiben? ¿Sabes?

—La princesa Charlotte es quien divisas,
fuente de belleza que tanto admiras.
He de advertirte que no te exhibas;
de flor tan bella tú eres espinas.

Desgarradora la noticia,
cruel la injusta realidad.
Dos clases separan apenas
el cariño que cruel envenena.

Cada tarde el plebe se escapaba
y por las rejas a ella observaba.
Cada año siendo más bella,
cada año que el amor más lo llena.

Noche de planetas alineados
entró ocultando su pobreza encapuchado.
Noche que los astros lo escucharon,
palabras finalmente ellos se dedicaron.

—La luna tu belleza ha de admirar,
mas acomplejada por la misma ha de estar.
Y las estrellas, brillo de tu dulce mirar,
pequeñas y torpes quedan más atrás.

—¿Por qué hablas así de la luna,
que permite tu visita nocturna?
¿Por qué tan cruel de las estrellas has de hablar?
Infinitas son. ¡Qué fugaces nos hacen quedar!

—La belleza infinita contigo encontré.
La infinitud de la vida sin duda busqué,
y a tu lado estando, Princesa mía,
se vuelve infinito el amor que reconocería.

—¿Quién eres, caballero amante,
que ocultas tu rostro cual vil vergüenza?

—Caballero no soy, me temo,
y mi cara no es lo que me avergüenza.
Mi nombre no ha de importarte;
no soy como tú, de realeza.
Días te he añorado
sintiendo que este dolor envenena.

—La clase no debe importarte,
agrio título que por la sociedad se imparte.
Pero he de temer, desconocido.
Temo que me persigas, amante.

—De mí no temas, Charlotte dorada,
que rubios ondean y de amor te condenan.

—Muestra tu rostro entonces, amante,
y deja a la luz tu desdicha asfixiante.

Dejó ver cabello negro,
negro cual noche que era escenario.
Ojos oscuros y piel morena
haciendo desgano a su condición ajena.

—Y tan cautivadora tu vista, amante,
tan cautivador tu mirar.
Si es pecado ocultar tal belleza,
mil años te ordeno pagar.

—Habla la flor más hermosa,
La que a todas hace envidiar.

—Calla, amante insatisfecho,
que de tu dolor te he de librar.

Se unieron labios con labios,
la pena le fue a ahogar.
Injusto el destinatario
que así los fuese a pillar.

—Ven todas las noches
y una sorpresa quizá tendrás.

—Sorpresa o descontento,
Cada noche aquí voy a estar.

Pasaron cien noches,
más cincuenta para acabar.
Noches salvajes y tiernas.
Noches que estaba la paz.

Pero nada es un "por siempre",
nada dura eternamente.
Qué triste el modo aplicado
a un romance tal; desenfrenado.

Tarde en que campanas sonaron
cantando la unión de dos a la par.
Desde la multitud observaba.
Lo hacía sin vacilar.

Él oculto miraba,
estaba a quien fue a adorar.
Su princesa se casaba,
la que amó sin cesar.

A la noche fue veloz.
En el punto de encuentro apareció.
"Tal sorpresa el descontento",
y dejando esa carta marchó.

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